Iñaki Zaratiegi
Donostia
Entrevista
Amina Claudine Myers
Música

«Mi filosofía musical es la completa libertad para expresar mis sentimientos»

Con 80 años recién cumplidos, Amina Claudine Myers es una reconocida pianista, compositora y cantante americana en diversas variantes del jazz, con la raíz góspel y blues como eje central. El domingo 24 se presenta por quinta vez en Donostia y recibe el premio Jazzaldia en la plaza de la Trinidad.

Amina Claudine Myers recibe el premio Jazzaldia en su quinta actuación en el festival donostiarra.
Amina Claudine Myers recibe el premio Jazzaldia en su quinta actuación en el festival donostiarra. (DONOSTIAKO JAZZALDIA)

Visitó el Festival de Jazz donostiarra en 1992, 1994, 1995 y 2000. Y en esta 57 edición, Claudine Myers recibirá el Premio Donostiako Jazzaldia este domingo 24 en la plaza Trinidad. Nacida en 1942 en la pequeña comunidad rural de Blackwell, Arkansas, Estados Unidos, estudió piano y cantó góspel desde los 5 años, soñó con ser cantante y actriz, quiso ser profesora de clásica y acabó prendida del blues y el jazz.

Un joven novio batería la bautizó como Amina y con ese nombre se presentó de veinteañera en Chicago, donde se unió a la rebelde Association for the Advancement of Creative Musicians (AACM), con músicos como Muhal Richard o el colectivo Art Ensemble of Chicago. Instrumentista, vocalista compositora, educadora y hasta actriz, ha ido acumulando experiencia autónoma y colaborativa con otros grandes del jazz como Gene Ammons, Archie Shepp, Cecil McBee, Charlie Haden…

Tiene once discos propios, ha compuesto para obras de teatro, dirigido coros y orquestas y sigue enseñando piano y composición. Se presenta en los últimos años con la propuesta Generations 4, con tres voces femeninas que han ido variando y que ahora son Richarda Abrams, Jeanette T. Carter y Chinyelu Ingram. Habló con NAIZ desde su domicilio en Nueva York.

Su primer nombre, Amina, no es oficial, parece que se lo puso un novio batería.

Fue un ex novio, sí, cuando éramos muy jóvenes, en uno de los primeros grupos en los que estuve. Me dio un toque africano frente al afrancesado Claudine y el Myers judío.

Tuvo una infancia muy de campo, cabalgando en el caballo del abuelo, guardando las vacas y gallinas de la abuela… ¿Sigue sintiendo aquella huella?

Crecí bajo la responsabilidad de mi tía abuela. Mi abuelo tenía dos caballos. Era una pequeña comunidad rural donde se respiraba amor. Y claro que me influyó, hoy apreció mucho todo aquello que viví.

¿Comenzó sus estudios de piano clásico a los 5 años?

Mi tío abuelo me introdujo en la música y aprendí piano con unas monjas. Con 5 años empecé piano clásico europeo, lo que era raro para una pequeña negra. A los 7 pasé a Dallas con mi abuela y entré en el coro de una iglesia baptista, aunque yo era metodista. Tratábamos de emular a los cuartetos clásicos de góspel que sonaban en la radio. A los 15 me mudé a Arkansas y dirigí varios coros en Little Rock y cuando pasaba el verano con mi madre en Louisville, Kentucky. Llegamos a telonear a Staple Singers. Me invitaron a tocar en clubs, tuve que aprender canciones blues y jazz y cobraba cinco dólares por noche. Para los 18 ya tenía una banda de rhythm and blues. Adiós a mi carrera de pianista clásica, aunque he continuado como enseñante.

Parece que, contra la lógica racista, no tuvo demasiadas dificultades por ser una música negra.

Nunca viví las cosas pensando que era negra. Supongo que haber empezado al piano tan niña pensando en ser concertista solista me dio normalidad para crear y participar en coros femeninos negros de chicas. Cuando estuve en la universidad, más centrada en lo clásico (Mozart, el órgano…) o comencé a actuar en clubs no sentí dificultades mayores. En todo caso, lo afroamericano me enseñó que es una música que llega a la gente en todo el mundo y en todo tipo de estilos. Ofrece amor y en algunos casos expresa la vida de nuestra comunidad. Son músicas que están en permanente cambio, como el propio mundo.

Tenía 23 años cuando se unió a la influyente AACM (Association for the Advancement of Creative Musicians).

Colaboraba con varios músicos y trabajé con los saxofonistas Dexter Gordon y Cozy Eggleston. Andaba por allí Ajaramu, batería de la Sun Ra Arkestra que pertenecía a la AACM, y entre Cocy y él me metieron en la asociación. Allí fui consciente de que podía componer en clave de música improvisada que podía ampliarse en directo. Porque está el jazz tradicional en el que los músicos se inspiran en el pasado y la música guarda su forma tradicional. Y están los intérpretes que han abierto su música mucho más. En la asociación estaba rodeada de instrumentistas que creaban su propio estilo, que abrían y ampliaban su obra, que era muy improvisada.

Se relacionó especialmente con el colectivo Art Ensemble of Chicago de Lester Bowie, Roscoe Mitchell, Malachi Favors...

Me sentí tocada por ellos, por su espiritualidad. Sentía su música muy dentro. La belleza de sus actuaciones con instrumentos más comunes y otros muy especiales, sus maneras teatrales, sus vestidos y el amor que irradiaban no ha tenido comparación. Cada vez que los vi fue un auténtico estímulo creativo.

¿Qué huella le ha dejado toda esa música afroamericana?

Que es una unión con mis ancestros, algo espiritual que anidó en mi alma a través del tiempo. Me ha permitido poder dirigirme a mi audiencia de maneras muy diferentes. El blues es tan espiritual porque expresa las experiencias vitales del artista y se relaciona con las personas.

Ha explicado que tuvo la tradición como base, la clásica como aprendizaje y la improvisación como descubrimiento. ¿Cómo definiría su filosofía creativa?

Mi cancionero y sonido consisten en todo lo que he experimentado durante mi vida. Una combinación de góspel, jazz, blues y formas más amplias que incluyen estudios europeos. Mi filosofía musical es la completa libertad para expresar mis sentimientos, enfocándome en contar la historia de manera que la audiencia pueda verla, sentirla y que le toque de manera positiva. La gente necesita etiquetarte y no lo puedes controlar, pero todos somos músicos, somos una mezcla de lo que hemos experimentado y escuchado.

ACCM fue muy política, usted no lo ha sido tanto. ¿Qué impacto han tenido el blues-jazz en la problemática racial y social de Estados Unidos?

AACM era algo que organizaban los negros para nosotros, porque los blancos tenían todo a su favor. Había por fin algo de lo que teníamos control total, algo exclusivamente negro, porque ellos nos habían quitado todo. Nosotros empezamos algo y luego se lo atribuyen. Pero he tocado con magníficos músicos blancos, hermosas personas, y he disfrutado con ellos. El blues venía del desgarro de la comunidad afroamericana en los campos de trabajo o las cárceles. Es una música generalmente vocal y quien la escucha puede sentir las tribulaciones que se cantan. El jazz vino del blues con énfasis en la música instrumental y la improvisación de las melodías. Ha influido en todo el mundo porque tienes la libertad de autoexpresión a través de la improvisación. Permite al artista profundizar en su alma, sacar su sentimiento y llegar al público. A veces ni se necesitan palabras.

¿Cuánto ha cambiado la música desde que usted la abrazó de muy joven?

Mucho. Los compositores escriben sobre situaciones sociales y políticas o temas medioambientales, sensibilizando a quien los escucha. Estos esfuerzos de concienciación marcan la diferencia. La música puede curar.

¿Y el estatus de la mujer en la música?

Nunca me sentí muy aislada. Desde que comencé a edad temprana en el góspel y R&B era común ver a mujeres intérpretes. En el jazz, fui con la corriente, aunque fueron otros los que me empujaron a tocar. Era tímida y no pensaba en buscar sesiones de club, pero acepté las que me ofrecieron. En los viejos tiempos las mujeres tocaban en los salones de sus casas o en la iglesia. Hemos avanzado con rapidez, ahora hay mujeres haciendo todo lo que hacen los hombres. Aunque debería haber más exposición de las mujeres que componen, interpretan, etc.

¿Qué legado artístico ha acumulado?

No sé si lo he conseguido, pero supongo que hacer un tipo de música que pueda inspirar a otros. Tu música no muere, cuando te vas queda un modelo que debe ser respetado y mantenido porque marcaste la diferencia y dejaste una influencia en otras personas. Porque diste amor.

Hay una máxima suya: «No tengo miedos».

Me lo dijo el batería Art Blakey. Sin miedos a revisar esquemas creativos, a que la música siga creciendo y expandiéndose. La historia de la música creativa y tradicional de todo tipo, incluidos el blues y el jazz, debe ser parte de la educación musical, desde las escuelas primarias.

¿Cómo define la propuesta de su nuevo grupo Generations IV?

La creadora Pyeng Threadgill estudió conmigo góspel y armonías de improvisación y quería que su joven hija Luna hiciera también góspel. Cantábamos juntas y sonaba tan bien que llamé a Richarda Abrams, que había estudiado conmigo y pensé que encajaría en la armonía a cuatro. Actuamos en la AACM en honor a su presidente y cofundador Muhal Richard Abrams, cuando falleció. Y hemos seguido con mi cancionero y honrando a las cantantes de góspel desde los años 50 en adelante.

¿Qué siente al ser premio del Festival de Jazz de Donostia? ¿Recuerda las veces en que ha tocado aquí?

No estoy segura, pero creo que he estado un par de veces [en realidad han sido cuatro]. Estuve como pianista solista. Me gusta San Sebastián, es una gran ciudad con una audiencia muy cálida, y el premio es todo un honor.