Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua

Robe Iniesta, el poder del arte

El escritor y periodista Patxi Irurzun reflexiona en estas líneas sobre la influencia de Robe Iniesta en diferentes generaciones y su legado, con canciones inmortales como ‘Si te vas’, ‘Stand by’, ‘Nana cruel’ o ‘El poder del arte’, una de las preferidas del de Plasencia. 

Robe Iniesta, durante un concierto en Madrid en 2024.
Robe Iniesta, durante un concierto en Madrid en 2024. (Ricardo RUBIO | EP)

La tarde anterior a conocer la conmocionante e inesperada noticia de la muerte de Robe Iniesta mi hija, de diecisiete años, había cosido en su mochila un parche de Extremoduro. Tenía esculpidas en el hipocampo, ese lugar del cerebro en el que se plantan los recuerdos que duran para toda la vida, las canciones del de Plasencia, que había escuchado en el coche cientos de veces, muchas de ellas, precisamente, cuando viajábamos en verano a Cáceres. Mi hija aprendió, más tarde, a tocar la guitarra eléctrica trasteando con ‘La vereda de la puerta de atrás’. Y la acompañamos, o ella nos acompañó a nosotros, al concierto en el Navarra Arena de la gira de presentación del último disco de Robe, ‘Se nos lleva el aire’, sin sospechar que en ese título había algo de premonitorio ni que dicha gira no llegaría a concluirla como consecuencia de unos problemas de salud −un tromboembolismo pulmonar− a los que no dimos importancia porque creíamos que Robe era un artista inmortal.

Ha sido precisamente mi hija quien, esta mañana, me ha comunicado la funesta noticia. Al principio no la he creído, o no la he querido creer (al día siguiente, además, del fallecimiento de Jorge Ilegal). He pensado que se trataría de uno de esos bulos que de vez en cuando ‘matan’ a los músicos que, en efecto, no se mueren nunca, porque perviven en canciones eternas, como ‘Si te vas’, ‘Ama, ama, ama y ensancha el alma’, ‘So payaso’… y tantas otras, que forman parte ya del patrimonio sentimental de varias generaciones (quién nos iba a decir a algunos que aquellos himnos que escuchábamos, como quien busca un sol de invierno en los bares de macarras o en nuestras habitaciones de adolescentes en guerra con el mundo, acabarían sonando décadas después en las verbenas de los pueblos).  
Pero después he leído la nota de prensa de El Dromedario Records, la discográfica de Iruñea que ha publicado los últimos trabajos de Robe (un abrazo muy fuerte desde aquí, por cierto, a Alén Ayerdi y a mi amigo Oscar Beorlegui, a quien probablemente le haya tocado pasar el mal trago de escribir y comunicar esa nota) y he sentido una pena profunda, como si perdiera a alguien cercano. Me desola saber que Robe ya no volverá a escribir canciones, o que quizás alguna de las pequeñas obras maestras que venía firmando en los últimos trabajos habrá quedado a medias. Porque Robe, a pesar de contar con un recorrido y un legado a sus espaldas descomunal, desde aquellos primeros discos de Extremoduro –‘Rock transgresivo’, ‘Somos unos animales’, ‘Deltoya’...– que descubrimos en nuestra juventud preguntando a los camareros o grabando cintas en radiocasetes de doble pletina, pasando por las obras que lo dieron al conocer al gran público, como ‘Agila’ o ‘La ley innata’, hasta su última etapa de impecable madurez en solitario (o junto a Los Robe), con ‘Lo que aletea en nuestras cabezas’ o ‘Mayéutica’, se va en un momento de plenitud creativa, de inspiración estremecedora.

Es doloroso saber también que nunca más volveremos a verlo en directo. Nunca olvidaré, por ejemplo, el concierto de ‘Mayéutica’, su disco sinfónico, que tocó del tirón durante una ventana de la pandemia, y en el que hubo algo de sanador. «La música me ha salvado la vida», fue de hecho el titular de una de las entrevistas que tuve el privilegio de hacerle para GARA. Robe no lo ponía fácil en esas entrevistas, había que tirarle de la lengua, aunque inevitablemente siempre dejaba alguna perla, algún retazo de la poesía callejera y existencial, cruda y hermosa, con que firmaba cada una de sus letras. La música, en efecto, le salvó la vida, pero nos la salvó, nos la sigue salvando también a muchos de nosotros, cada vez que nuestra vida es una mierda, o cada vez que queremos celebrarla, cada vez que escuchamos ‘Stand by’, ‘Tu corazón’, ‘Nana cruel’, ‘El poder del arte’…

Esta última, una de sus preferidas, incluida en su último disco −un disco, por cierto luminoso y vitalista, en el que invitaba a disfrutar del presente− bien podría ser su testamento artístico. En ella habla de la capacidad redentora del arte. «No es la canción en sí la que va a cambiar el mundo, eres tú oyéndola», decía al respecto en aquella entrevista.

Han pasado ya algunas horas desde que hemos sabido que a Robe se lo ha llevado el aire y yo todavía sigo esperando que alguien lo desmienta y que, como un Jesucristo García, resucite al tercer día. Lo hace, en cierto modo, cada vez que escuchamos sus canciones inmortales.