Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

El debilitamiento de la AMOC y su impacto en el clima

La cinta transportadora que traslada agua caliente hacia Europa y atempera el clima está siendo objeto de estudio científico debido a señales que reflejan su debilitamiento. ¿Qué es la AMOC y por qué es tan importante? ¿Su colapso podría provocar un enfriamiento en el hemisferio norte?

Corrientes que circulan por el océano profundo.
Corrientes que circulan por el océano profundo. (NAIZ)

Los océanos son enormes embalses de agua. Sin embargo, su agua no es homogénea; la diferencia de temperatura y salinidad crea cambios en su densidad. El agua fría y salada tiende a ser más densa y pesada, mientras que el agua caliente y menos salada tiende a ser menos densa y más ligera. Estos principios son fundamentales para comprender cómo funciona la circulación termohalina, una gran cinta transportadora que debido a esos cambios de densidad entre las masas de agua hace que esta fluya de un lado para el otro, formando corrientes oceánicas que trasladan calor desde las regiones tropicales hacia las polares e influyendo así sobre el clima terrestre.

En el Atlántico Norte, específicamente, este proceso se denomina Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico, y sus siglas en inglés, AMOC, han acaparado titulares –hasta el punto de ser la noticia más leída de ‘The Guardian’ de la semana pasada– debido al último estudio publicado en la revista ‘Science Advances’, que advierte de que ese sistema que transporta agua caliente desde los trópicos hacia el norte de Europa estaría derrumbándose, lo que provocaría graves repercusiones sobre el clima global.

Según los resultados de este estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad de Utrecht, existe la posibilidad de que la AMOC experimente un colapso en las próximas décadas. De hecho, la preocupación por la perturbación de la AMOC ya había aflorado a finales de julio pasado, cuando otra investigación publicada en la revista ‘Nature’ puso incluso fecha: «Colapsará, con un 95% de certeza, entre 2025 y 2095. Lo más probable es que esto ocurra en 2057». ¿Qué podría desencadenar este evento? El estudio habla de un enfriamiento abrupto en el hemisferio norte, particularmente en Europa, con una caída de hasta 30 grados en la temperatura media en un siglo.

La disminución en la circulación oceánica desde el Caribe hacia Europa occidental podría inicialmente parecer un fenómeno favorable, ya que podría implicar una menor llegada de calor a estas regiones. Esto podría ser percibido como positivo, sobre todo considerando el actual escenario de calentamiento global. Sin embargo, la Agencia Estatal de Meteorología rechaza de manera categórica esta noción: «En algunas ocasiones se ha hablado de que el freno de la AMOC enfriaría el planeta, pero este enfriamiento no sería suficiente para parar la subida de temperatura por el calentamiento global actual». En realidad, podría alterar los patrones climáticos, aumentar la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos y afectar los ecosistemas marinos.

¿Por qué puede colapsar?

Lo cierto es que la AMOC ya ha experimentado muchos cambios a lo largo de la historia de la Tierra. Los más extremos son las variaciones que sufrió durante la última Edad de Hielo, cuando se registraron una serie de fluctuaciones de temperatura asociadas al deshielo, conocidas como eventos de Dansgaard-Oeschger.

«La AMOC se detiene cada 1.500 años y es algo natural, casi periódico. Que se ralentice también es muy habitual. De hecho, hace diez años se ralentizó. ¿Cuál fue el resultado? Un par de inviernos crudos en latitudes medias-altas en Europa», explica a GARA Blanca María Martínez, doctora en Geología y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU.

Durante el Holoceno, el periodo geológico en el que la especie humana ha sido dominante, Martínez explica que la AMOC ha tenido suficiente fuerza para transportar agua cálida desde los trópicos hacia el Atlántico Norte, donde el agua se enfría, se vuelve más salada y se hunde profundamente en el océano antes de extenderse hacia el sur. Por ejemplo, su actividad explica por qué zonas que se encuentran en la misma latitud, como puede ser Madrid o Lisboa y Nueva York, tienen climas totalmente distintos.

Sistema circulatorio de las corrientes en el Atlántico norte. Los tonos anaranjados muestran aguas más cálidas y los verdes y azules las más frías. (NASA Goddard Space Flight Center)

No obstante, son las emisiones industriales de gases de efecto invernadero las que están impulsando ahora esta alteración de la AMOC, en lugar de los cambios naturales y periódicos. Esto provoca que el hielo derretido en Groenlandia y, en menor medida, la acelerada pérdida del hielo marino del Ártico, lleve tiempo acumulando agua dulce en el norte del océano Atlántico y, como consecuencia, frenando y ralentizando estas corrientes tan importantes.

¿Recuerdan la circulación termohalina? ¿La sal y la temperatura? Volvamos a ello. «Las masas de agua superficial suelen ser menos densas y más cálidas, mientras que las masas de agua profundas son más densas. Sin embargo, cuando estas corrientes marinas cálidas y con cierta salinidad se encuentran con una cuña de agua dulce y fría, proveniente del deshielo de los polos y de los icebergs, se crea una barrera que altera su trayectoria desde las corrientes cálidas hacia latitudes altas, enfriándolas y forzándolas a hundirse más temprano de lo esperado. Normalmente, estas corrientes cálidas deberían hundirse alrededor del norte de Inglaterra e Irlanda, y, por tanto, no son capaces de llevar el calor a latitudes altas», detalla la doctora en Geología.

¿Cuáles son las consecuencias?

Lo que observan los científicos, por tanto, es una desaceleración en el transporte de calor y nutrientes hacia el norte de Europa. «Esta desaceleración significa que las corrientes marinas no pueden llevar tanto calor y nutrientes como hace unos años. Esto podría provocar un enfriamiento generalizado en el norte de Europa, sí, pero ¿nos va a llevar a una glaciación en Europa? Ya te digo yo que no», afirma Martínez.

Con todo, se trata de uno de los ‘puntos de no retorno’ definidos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) cuya alteración podría tener consecuencias catastróficas sobre el planeta. El IPCC, no obstante, descartó el riesgo inminente, pero el estudio publicado en ‘Science Advances’ ha adelantado décadas, siglos, el colapso de estas corrientes.

Para ello, el equipo holandés de la Universidad de Utrecht utilizó un superordenador con el que llevó a cabo la modelización más sofisticada hasta la fecha en busca de señales de advertencia de este punto de inflexión tan vital para la vida del planeta. Añadieron agua de forma gradual y descubrieron que un descenso lento podría acabar provocando un colapso repentino en menos de 100 años.

«En realidad, si nos referimos a un evento climático como el que estamos considerando, estaríamos hablando de ciclos fríos similares a los que han ocurrido en el pasado. No se trataría de una glaciación, sino más bien de un episodio climático frío, que podría extenderse entre dos y tres siglos si es de gran magnitud, o simplemente durar algunas décadas si es de menor impacto», indica Martínez.

Lo que cambiaría principalmente serían las condiciones atmosféricas y oceánicas, ya que ambas están estrechamente relacionados. «Podríamos esperar alteraciones en los patrones de viento, precipitaciones y en los ciclos climáticos naturales. En lugar de las cuatro estaciones típicas, podríamos experimentar inviernos y veranos extremos. Por ejemplo, en Europa, las regiones del norte sufrirían inviernos muy severos, mientras que en el sur podrían surgir sequías», agrega Martínez. En las zonas propensas a lluvias, además, se podían presenciar precipitaciones torrenciales que el suelo no sería capaz de absorber.

Por otro lado, en el hemisferio sur, se podría observar un efecto retardado en respuesta a lo que ocurre en el hemisferio norte. «Esto significa que el hemisferio sur tardaría un tiempo en reflejar los cambios del hemisferio norte, no reaccionando de manera simultánea», añade Martínez.

¿Qué hacer para evitarlo?

La relación entre la atmósfera, la criosfera y el océano es tan compleja que ninguna de ellas actúa por sí sola para causar los cambios en el clima terrestre. La fusión de icebergs y los mantos de hielo continentales afecta la circulación oceánica, pero esta también está influenciada por el movimiento de las masas de aire y la energía solar que llega a la Tierra.

A todo ello hay que sumarle la variable de la actividad del ser humano, y hay muchos síntomas de que está acelerando el debilitamiento de las corrientes. «El calentamiento generalizado del agua superficial del Atlántico aumenta la fusión de los icebergs y sería el precursor o, más bien, un aviso de la futura ralentización de la AMOC», advierte Martínez.

De esta manera, apunta que «es crucial que minimicemos nuestra intervención en el medio natural», tanto en el clima como en la geosfera. «Al reducir al máximo nuestras actividades que afectan negativamente al medio ambiente, como la emisión de gases de efecto invernadero, la contaminación del agua o la modificación de las corrientes oceánicas, podemos trabajar hacia la restauración de un equilibrio natural», añade. «Y al restaurar esta normalidad, podríamos estar mejor preparados para enfrentar y adaptarnos a los cambios que puedan ocurrir en el futuro», sentencia.