Kazetaria / Periodista

La ‘Missa Solemnis’: la gran obra de Beethoven

La ‘Missa Solemnis’ de Beethoven es una declaración apasionada y espiritual de un vigoroso himno de paz que desborda el pensamiento religioso; una obra monumental más allá de lo litúrgico que se ha convertido en una de las creaciones clave dentro de la Historia de la música. Quincena la recupera.

Beethoven retratado con el manuscrito de la ‘Missa Solemnis’.
Beethoven retratado con el manuscrito de la ‘Missa Solemnis’. (Joseph KARK STIELER | WIKIMEDIA)

La ocasión para la ‘Missa Solemnis’ fue el nombramiento del archiduque Rodolfo de Habsburgo –medio hermano del Emperador, alumno de piano y composición de Beethoven y uno de sus más notables protectores– como cardenal y arzobispo de Olmütz –hoy Olomuc, en Moravia– en 1819. Junto a sus calurosas felicitaciones, Beethoven deslizó su ofrecimiento para componer una misa para la investidura, pero en realidad solo fue la excusa perfecta, una extraordinaria casualidad, para poder llevar a cabo algo en lo que ya había empezado a trabajar.

«El día que mi ‘Misa solemne’ sea interpretada para la fiesta de su Alteza Real, será el más feliz de mi vida y Dios me iluminará para que mis débiles capacidades contribuyan a la glorificación de este día solemne», escribió Beethoven en una carta, cuando aún pensaba estrenarla para la ocasión, el 9 de marzo de 1820; pero la composición, tan absorbente y desbordante, empezó a írsele de las manos y, viendo que no iba a llegar a tiempo, el propio archiduque animó al músico a terminar su obra sin prisa.

Cuatro años y medio

Beethoven dedicó cuatro años y medio de intenso trabajo a la elaboración de esta misa, investigando en la biblioteca del archiduque temas evidentes como teología y liturgia y otros menos obvios como la polifonía de Palestrina y los antiguos modos eclesiásticos; cuatro años y medio en los que la sordera de Beethoven era ya casi total y su soledad cada vez mayor, tras otra gran crisis existencial que le permitió afrontar su último período compositivo –al que pertenecen obras de enorme calado como algunos cuartetos, la ‘Sonata Hammerklavier’, la ‘Novena Sinfonía’ y las tres últimas ‘Sonatas para piano’–.

Completó la partitura en 1822 y ya que no llegó a entregar la obra a tiempo, la ocasión del estreno se había perdido. La primera representación de la misa, organizada por otro de los nobles mecenas de Beethoven, el príncipe ruso Galitsin, tuvo lugar en San Petersburgo en abril de 1824, incompleta y sin la presencia de Beethoven. Un mes más tarde, en Viena, el de Bonn incluyó tres movimientos de la misa en un memorable concierto en el que también se estrenaba la ‘Novena Sinfonía’. Con el nombre de ‘Himnos’, fueron interpretados el ‘Kyrie’, el ‘Credo’ y el ‘Agnus Dei’. La versión completa de la ‘Missa Solemnis’ se estrenó oficialmente en 1830, después de la muerte del compositor, sin que éste llegara nunca a escucharla –es una forma de hablar–.

La fe de Beethoven

Aunque fue educado en el catolicismo, Beethoven fue un hijo de la Ilustración, que reflexionó profundamente en el hecho religioso. Sin embargo, nunca dudó de la existencia de un poder divino, sintiendo una profunda humildad ante un Dios que, en la elaboración que llevó a cabo de su propia fe, alejada de los rígidos dogmas de la Iglesia, era un padre amoroso y omnipotente que encarnaba todo lo que había de divino en la humanidad y en la naturaleza.

Sin embargo, pese a este hondo sentimiento religioso, el genio no había compuesto más de dos obras de carácter sacro, más bien modestas para el estándar de Beethoven: el oratorio ‘Cristo en el monte de los olivos’ y la Misa en Do.

Manuscrito de la ‘Missa Solemnis’ de Beethoven. (WIKIMEDIA)

Probablemente, la obra que mejor representaba hasta ese momento su espiritualidad era la ‘Sinfonía Pastoral’, pero el compositor buscaba una forma musical que fuera capaz de contener su relación con la fe, con la espiritualidad y con un Dios al que poder tratar cara a cara dentro de un hermoso sinfonismo. Encontró este género en la gran Misa vienesa, llamada ‘Missa Solemnis’, pero, aun así, el temperamento de Beethoven no se puede limitar al espacio y al contexto de ninguna forma musical preestablecida y, habiendo tomado dimensiones que el propio autor no había previsto, la ‘Missa’ creció demasiado para ser adecuada para una ocasión litúrgica: un rezo apasionado, emocional, íntimo y meditativo que forma un monumento musical excepcional.

La música

Analizar la grandeza de la ‘Missa Solemnis’ está tan lejos de nuestro alcance como la del propio Dios. La forma en que Beethoven representa la majestad divina con una gran orquesta y órgano, cuatro solistas, coro y un lenguaje más allá del convencional refleja todos sus conflictos, deseos y anhelos espirituales.
Beethoven adopta para la misa las cinco secciones habituales: ‘Kyrie’, ‘Gloria’, ‘Creo’, ‘Sanctus’ y ‘Agnus Dei’, pero con una dimensión monumental y una extensión cercana a los 90 minutos en una pieza de una extenuante dificultad, sobre todo para el coro, sobre el que recae gran parte del peso de la obra y con unas dificultades interpretativas al límite de las posibilidades vocales. La demanda exigida a los solistas también es extrema, desprovistos de arias y duetos, y entrelazándose con el coro. La orquesta es el gran instrumento virtuoso, que suena a veces con una fuerza abrumadora y otras con extrema delicadeza.

El ‘Kyrie’ posee una escritura coral majestuosa, con una sección central contrapuntística. En el ‘Gloria’, la música sigue con su movimiento el de las manos del sacerdote, así como el significado de las palabras del texto escrito en latín, a veces con demasiada vehemencia. El ‘Amén’ de este número nos regala una fuga jubilosa y virtuosística.

El ‘Credo’ es uno de los movimientos más notables escritos por Beethoven que, al igual que el ‘Gloria’, se mueve a través del texto, dibujándolo primero y edificando sobre él después, en un lenguaje simbólico y conmovedor. De nuevo, la fuga es el vehículo escogido para subrayar el poder de Dios.

‘Sanctus-Benedictus’ encierra la música más hermosa y trascendental de la ‘Missa’, y el último movimiento, ‘Agnus Dei’, es a la vez una súplica, un grito y una oración por la paz, verdadero mensaje y testamento de esta obra.

El concierto

Puede parecer increíble que esta música pudiera ser escrita por alguien completamente sordo, pero, consciente del potencial de su obra, cuando Beethoven hizo entrega de la partitura al dedicatario Archiduque de Austria, lo hizo con la dedicatoria: «¡Desde el corazón, dirigida al corazón!». Efectivamente, con mucho corazón, la Quincena Musical recupera la ‘Missa Solemnis’, obra coral por excelencia que no se interpretaba desde 2003. Se interpreta este viernes 23, en Kursaal.

Tampoco Euskadiko Orkestra la ha interpretado desde el año 92, año en que la preparó para la Expo de Sevilla. La formación vasca la interpretó en concierto junto al Orfeón Pamplonés primero el 23 de septiembre en el teatro Gayarre de Iruñea y, dos días después, el 25 de septiembre, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, bajo la dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez, tristemente desaparecido hace escasos días.

En esta ocasión dirigirá el francés Jérémie Rhorer, quien tendrá frente a sí, además de la orquesta vasca, al Orfeón Donostiarra, viejo conocedor de esta gran obra y que también participó en aquella Quincena de 2003 junto a la Orquesta Sinfónica de Galicia.

Los papeles solistas correrán a cargo de la soprano Chen Reiss, la mezzo Victoria Karkacheva, el tenor Maximilian Schmitt y el bajo Hanno Müller-Brachmann –a quien escuchamos el pasado domingo junto al Orfeón en el Réquiem de Mozart– y se tendrán que enfrentar a este coloso de la música sinfónico-coral, respetado, casi temido, y reverenciado por todos los músicos, quienes la consideran el mayor logro alcanzado por Beethoven.