
A pesar de que era 15 de julio, con lo que semejante fecha depresiva entraña en la capital navarra por el final de los sanfermines, Scorpions afrontó la tarea de titanes de agitar Iruñea. Y consiguió hacerla vibrar con sus grandes clásicos en el concierto que ofreció ayer en un Navarra Arena prácticamente lleno.
Los aledaños del lugar donde se iba a celebrar la actuación eran un hervidero de gente en los prolegómenos de la salida al escenario de la banda alemana. Colas ante las pequeñas tiendas improvisadas con merchandising del grupo y mucha camiseta negra portada con gente que apuraba la cerveza y entre la que había numerosos seguidores llegados de fuera de la capital navarra.
A estos últimos se les reconocía a la legua, no solo porque algunos hablaban en inglés u otras lenguas, sino también porque se les veía una vitalidad que no tenían los lugareños, a los que se les notaba un cuerpo de escombro después de nueve días de fiesta.
Pero una vez en el interior del Navarra Arena, las penurias físicas parecían haber quedado atrás, con un público que fue calentando motores con los teloneros del día, los Dirty Honey, que, a pesar de ser californianos, demostraron una puntualidad suiza, ya que consumieron exactamente media hora de concierto.
Los siguientes 45 minutos eran necesarios para poder montar el escenario en el que iba a actuar el plato fuerte de la jornada. La espera se hizo un poco larga y la gente procuraba sobrellevarla con un trago fresco, pero después se entendió por qué hacía falta todo ese tiempo.
Rozando las 21.30 horas, Scorpions hizo acto de presencia para regocijo de un público que venía reclamando que saliera desde hacía un rato. Y la espera mereció la pena.
A partir de ese momento, arrancaron cerca de dos horas de actuación en las que la banda alemana desplegó lo más granado de su repertorio, mientras hacía varios guiños a la ciudad en la que estaba actuando, como con un ‘Coming Home’ rubricado en la pantalla trasera del escenario con «to Pamplona», que fue celebrado por el respetable.
Lo que generó desconcierto fue la presencia en esa pantalla poco después de la bandera española. Es la que están luciendo en su gira por el Estado, pero en Iruñea dejó a la gente ojiplática cuando apareció como telón de fondo.
Salvado ese momento surrealista, la atención volvió a centrarse en el vocalista Klaus Meine, que se esforzaba por dar lo mejor a sus 77 años, aunque el tiempo no pasa en balde y resultaba evidente que el físico no le acompañaba.
El hombre se paseaba por el escenario y apuntalaba los pies para cantar unos temas que a veces ponían a prueba su voz, a la que bajaba una octava cuando veía que no llegaba para el correspondiente falsete más heavy.
Pero lo que le faltaba de facultades le sobraba de entusiasmo, así que se dedicaba a derrochar simpatía y a lanzar baquetas entre el público como el Olentzero repartiendo caramelos en Nochebuena, mientras se tomaba sus descansos en algunos momentos para lucimiento del resto de la banda.
Inmenso Mikkey Dee
Así, ‘Coast to Coast’ sirvió para deleitar a tanto heavy con los punteos y el arte de los guitarristas Rudolf Schenker y Matthias Jabs. En otro de los momentos de reposo para Meine, los que lo dieron todo y algo más fueron el bajo Pawel Maciwoda, pero, sobre todo, el batería Mikkey Dee.
Se notó que este último era el benjamín del grupo a sus 61 años, ya que hizo todo un derroche de facultades con las baquetas desde lo alto de la pirámide en la que había sido colocado en el escenario. Fueron cerca de diez minutos en los que hizo un auténtico alarde que fue celebrado por un Navarra Arena impactado con las formas del gigante de melena blanca.
Sin dar tiempo a recuperar el aliento, Scorpions volvió a sacar a pasear el ritmo más frenético para poner en marcha a un público cada vez más entregado con otro de sus grandes temas, ‘Big City Nights’, después de haber calentado la tarde-noche con ‘Bad Boys Running Wild’.
Pero si Dee y algunos de sus temas más recordados hicieron vibrar al personal, lo que puso un nudo en más de una garganta fueron las siempre recordadas baladas de Scorpions, como ‘Holiday’ o ‘Still Loving you’, que fueron coreadas por unas voces rotas por los sanfermines, mientras los móviles iluminaban tanto la pista como las gradas como una legión de luciérnagas.
Una vez que habían puesto tierno a tanto heavy, especialmente ‘cincuentañero’, decidieron dejarle con la miel en los labios, saludar y retirarse, mientras el batería jaleaba al personal para que reclamara algún bis.
La picadura de un escorpión gigantesco
Y entonces se obró el milagro. En la pantalla trasera del escenario fue apareciendo un gigantesco escorpión de aguijón rojizo que iba avanzando hasta que emergieron unas impresionantes pinzas que envolvían la piramidal batería de Dee.
Tras dejar al personal con la boca abierta, la banda regresó al escenario para darlo todo, dentro de sus posibilidades, y cerrar el concierto a toda máquina con ‘Blackout’ y ‘Rock You Like a Hurricane’, que terminaron de acelerar el pabellón con ese trepidante broche de oro.
Con el público entregado, los cinco integrantes de la banda se acercaron al extremo de la plataforma para lanzar más baquetas, púas y hasta la toalla, seguramente chorreante de sudor, de Mikkey Dee. Fue el vibrante final a un concierto que, por cerca de dos horas, hizo olvidar la depresión postsanferminera gracias a la brutal picadura musical de los Scorpions.

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