«En Euskal Herria tenemos músicos excelentes, pero nos falta marketing»
Nacido en Bilbo y criado en Amurrio, Diego Martin-Etxebarria es uno de los directores de orquesta vascos más internacionales. Desde 2020 es director residente del Teatro de la Ópera de Chemnitz en Alemania. Regresa a menudo a Euskal Herria para dirigir orquestas como EGO, BOS o Euskadiko Orkestra.

Tras su reciente paso por los auditorios vascos al frente de la Euskadiko Gazte Orkestra, Diego Martin-Etxebarria se pondrá mañana al frente de Euskadiko Orkestra, Easo Abesbatza y un elenco de cantantes vascos para presentar en el Auditorio Kursaal la ópera ‘Amaya’, de Jesús Guridi.
¿Cómo recuerda sus años de formación en los conservatorios de Amurrio y Gasteiz?
Felicidad máxima. Todo era inocente, divertido, con exigencia pero sin presión. Toda la magia de cuando uno empieza a tocar un instrumento y comparte esa experiencia con los amigos en la banda y la orquesta.
Ha estudiado en instituciones europeas de gran prestigio. ¿Qué aprendizajes se llevó?
La Accademia Chigiana de Siena fue mi primera salida internacional vinculada a la música. En muchos sentidos supuso la revelación de cómo de enorme es la profesión del director de orquesta: un curso de mes y medio con orquesta cada día, mañana y tarde, y aun así, apenas daba tiempo a hojear una ínfima parte del repertorio y abordar algunos aspectos de la profesión. Luego llegué a la Hochschule de Weimar justo cuando se produjo el boom de directores formados en este centro. Formé parte de una promoción de estudiantes con un talento espectacular; prácticamente todos están haciendo carreras excelentes como directores. Mi paso por Dresden fue un gran impulso, especialmente a nivel emocional. Para situarse delante de 50 u 80 excelentes músicos profesionales hace falta muchísima calma y confianza, y gran parte de eso me lo dieron mis profesores de allí, que creyeron en mis capacidades y lo verbalizaron, lo cual no es muy habitual en la enseñanza de la dirección de orquesta, donde no suelen abundar los halagos.
¿Qué significó para su carrera ganar el primer premio en el Concurso de Dirección de Orquesta de Tokyo en 2015?
Este concurso lo cambió todo. La competencia es tremenda hoy en día y es necesario que pase algo especial para que los programadores se fijen en ti. De un día para otro, el trabajo se multiplicó por diez, con todo lo que tiene de positivo y negativo, porque no hay que olvidar que yo seguía siendo la misma persona, y no es fácil gestionar verte de repente con la agenda llena conciertos, con orquestas muy importantes y gran parte del repertorio estándar que no habías dirigido hasta entonces.
El Concurso de Dirección de Orquesta de Tokyo 2025 lo cambió todo. (...) De un día para otro, el trabajo se multiplicó por diez, con todo lo que tiene de positivo y negativo, porque no hay que olvidar que yo seguía siendo la misma persona
¿Qué experiencias le han granjeado sus roles como director residente en los Teatros de Chemnitz, Krefeld y Mönchengladbach?
Estos 8 años sí que han sido un aprendizaje. Durante la etapa de formación todo se centra en la música, la técnica, el fraseo, las manos... pero el trabajo de director de orquesta implica muchos más aspectos de los que raramente se habla. Hay un montón de tareas administrativas, reuniones y, básicamente, problemas que hay que solucionar para que un teatro y una orquesta funcionen correctamente. En un teatro hay diferentes colectivos con los que te relacionas a diario y hay que entender cada una de sus necesidades y sensibilidades: orquesta, cantantes solistas, coro, bailarines, figurantes, técnicos, administración...
Desde el punto musical ha sido una maravilla, porque en Alemania hay espectáculos casi a diario y eso me ha permitido conocer muchísimo repertorio, tanto sinfónico como ópera y ballet. Estar permanentemente en contacto con la música ayuda a normalizar este trabajo que a veces puede ir acompañado de un exceso de mística y presión.
Su trabajo lo ha llevado a colaborar con orquestas y teatros en Japón, Colombia, Alemania y el Estado español, entre otros. ¿Todavía existen tradiciones diferentes en el sonido orquestal de las diferentes zonas del mundo?
Yo creo que ya no existe un sonido identitario de cada orquesta y no creo que sea malo. Hoy en día, los directores buscamos un sonido diferente para cada obra que estamos trabajando y en ello ha tenido una gran influencia la interpretación históricamente informada. En el momento en el que tuvieron más presencia las orquestas especializadas en repertorio barroco y clásico, las orquestas ‘tradicionales’ recibieron su influencia. Si uno escucha las grabaciones de Karajan, puede reconocer su sonido tanto si el compositor es Mozart como si es Brahms. Actualmente, nos resultaría extrañísimo escuchar a una orquesta tocando Mozart de esa manera. Sin ir más lejos, hace unas semanas he estado con la EGO haciendo Schubert y Shostakovich, y en ningún momento he pensado en crear un sonido identitario de orquesta, más bien al contrario: les he pedido una manera de tocar muy diferente si hacíamos Schubert o Shostakovich.

Usted trabaja con todo tipo de grupos de músicos, incluidas las orquestas de jóvenes. ¿Cómo ha evolucionado el rol del director de orquesta en el siglo XXI?
El nivel técnico de las orquestas ha subido exponencialmente, así que gran parte de los problemas básicos están resueltos desde el inicio. Los músicos, en general, tienen una formación mucho más completa que hace 50 años, así que tenemos menos cosas que explicar durante los ensayos. Creo que donde más podemos aportar los directores hoy en día es en la parte emocional: los músicos ya saben ‘cuándo’ tienen que tocar, lo que nosotros debemos ofrecerles es el ‘cómo’, y ese cómo debe ser inspirador, ilusionante, que vuelva a recordarnos por qué empezamos a hacer música cuando éramos niños.
Le gusta trabajar con títulos nuevos o que están aún por descubrir, como podría ser el caso de ‘Amaya’ de Guridi.
Pero no solo en la ópera, también en el repertorio sinfónico. Y no es que me haya embarcado en una cruzada pedagógica, pero a veces creo que nos pasamos programando ciertas obras. Desde el punto de vista gestor es muy tentador repetir ciertas obras porque sabes que las cuentas van a cuadrar y esa parte por supuesto que la entiendo, porque la música no puede ser permanentemente deficitaria. Por eso tampoco es que yo proponga obras rarísimas, pero creo que podríamos expandir el grupo de obras que llenan auditorios.
‘Amaya’ es una ópera muy peculiar: escrita en euskara, pero con un influjo épico en su libreto y una música con tintes casi wagnerianos en ocasiones. ¿Qué resaltaría de la partitura de Guridi?
Creo que lo más importante es el interés que pone en el resultado global: no hay momentos musicales ‘gratuitos’, siempre está al servicio de explicar la historia. Aunque la ópera se titule ‘Amaya’, es una obra muy coral con numerosos personajes asumiendo roles importantes. El tratamiento de las voces es bastante ‘sinfónico’, incluyéndolas en el tejido orquestal; prácticamente no hay texturas de melodía y acompañamiento. Y un elemento muy característico de la música de Guridi, y que en ‘Amaya’ siento aún más claramente, es la capacidad de tomar elementos folclóricos y desarrollarlos a través de una armonía densa, combinándolos con otros temas menos populares.
¿Por qué cree que se ha representado tan poco desde que se estrenó en el Coliseo Albia hace 105 años?
En mi opinión, el primer problema es nuestro propio complejo a la hora de valorar nuestro repertorio. Nos falta un punto de orgullo casero, porque material de calidad tenemos de sobra pero marketing nos falta muchísimo. Si nos vamos a temas estrictamente musicales, creo que podríamos aprender mucho de Puccini, magnífico compositor y también poseedor de un gran instinto comercial. Todas sus óperas tienen algún aria ‘hit’ que se queda en la mente de todos. Si nos fijamos en las óperas que más se programan, casi todas tienen algún número famoso que se suele extraer en galas. Eso, por ejemplo, no se encuentra claramente en ‘Amaya’, aunque sea excelente de principio a fin. Mucha gente va a ver ‘Turandot’ por ‘Nessun dorma’ o ‘Carmina burana’ por ‘O fortuna’. Reconozco que esta es una apreciación un tanto superficial, pero parte de nuestro trabajo también es atraer al público.
Va a trabajar con un elenco cien por cien vasco. Esto parecería imposible hace apenas 20 años. ¿Tanto ha evolucionado la escena lírica en Euskal Herria?
No solo la lírica, la formación musical en general en Euskadi está a un nivel altísimo. Volviendo a mi experiencia reciente en la EGO: yo recuerdo que, cuando era estudiante en Gasteiz, el límite de edad de la EGO eran 27 años, pero en el encuentro que acabo de dirigir, la media de edad rondaba los 18 años. Tenemos mucha cantera y tremendamente precoz, casi demasiado, porque a los chicos con más de 20 ya el mercado les exige profesionalizarse. En cuanto a la lírica, hace ya varios años que en Euskal Herria contamos con voces espectaculares, y aquí me agarro de nuevo al argumento del marketing: nos cuesta ser conscientes del valor que tenemos en casa. Es maravilloso tener una ‘Amaya’ con un reparto 100% euskaldun, pero, ¿realmente no sería posible una ‘Tosca’ con un reparto 100% euskaldun?
Es maravilloso tener una ‘Amaya’ con un reparto 100% euskaldun, pero, ¿realmente no sería posible una ‘Tosca’ con un reparto 100% euskaldun?

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