La transformación hacia un modelo comunitario de atención
Frente a un modelo que se fundamenta en los fármacos y una red jerarquizada a partir de los hospitales, otras voces defienden lo comunitario con la persona en el centro, donde se analicen las razones de los trastornos mentales. El «desequilibrio territorial» es evidente.

Nadie pone en cuestión que la salud mental es una asignatura pendiente en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Al margen de los debates que puedan existir en torno a cómo abordar trastornos que la mayoría de los mortales padeceremos en nuestra vida, varios aspectos empujan a hacer este análisis, como la fragmentación en tres redes con desequilibrios evidentes entre herrialdes, recursos dirigidos por diferentes administraciones u otros agentes o la gran pregunta: por qué Salud Mental no está dentro de las Organizaciones Sanitarias Integradas (OSI) de Osakidetza.
Cómo arreglamos Salud Mental en Osakidetza es el gran interrogante, pero hay «muchos intereses sectoriales» y «poco visión global», sostiene Iñaki Barrutia en conversación con NAIZ. Jubilado en la actualidad, este psicólogo clínico que trabajó en infantojuvenil de Osakidetza, coordinador de equipo en diferentes programas relacionados con las drogodependencias, incide en la falta de eficacia del actual sistema de atención. «La espera es de dos, tres meses, o sea, una barbaridad. No es en absoluto eficaz», defiende.
Considera clave abordar las ideas conceptuales que existen, partiendo del «enfoque individual» que rige el actual sistema, que «niega que la salud es un producto social» y «no pone el foco en los determinantes sociales cuando son fundamentales en los malestares», advierte.
«No es efectivo, lo que ocurre es que al final se cronifican los problemas, porque la epistemología de tratamiento es síntoma, diagnóstico y fármaco, y se dejan de lado consideraciones biográficas: la subjetividad, los condicionantes familiares, sociales y no es efectivo, porque lo que hace es cronificar», expone.
«Si una persona está sufriendo ansiedad y le dan un ansiolítico, irá desarrollando poco a poco una dependencia de los ansiolíticos, mientras que como alternativa a eso hay un abordaje mucho más complejo que puede ser desde talleres de manejo de la ansiedad y depresión, en los que uno aprende a identificar las causas. Claro, es más complejo, pero es mucho más eficaz», resalta.
También aboga por un cambio de modelo Gotzon Villaño, trabajador social con años de experiencia en la red de Araba, que se jubiló hace casi dos años, pero sigue «comprometido» con la mejora de la asistencia. «Lo único para lo que sirve es para dar de comer a las farmacéuticas», «se culpa al paciente de tener la enfermedad», «no se mira si es el propio sistema el que genera ese mal psíquico», manifiesta en conversación con este diario.
«REFORZAR LO COMUNITARIO»
«El actual modelo de salud, no solo de la salud mental, es hospitalcéntrico, se sustenta en el hospital, en las grandes tecnologías que son las que parece que curan. La Atención Primaria se dejó a su suerte y se pusieron todos los huevos, digamos, en la cesta del hospital y así ha ocurrido lo que ha ocurrido, que luego cuando vino la pandemia hubo una serie de problemas que la Primaria no pudo atender. En el caso de la red de Salud Mental, habría que centrar los esfuerzos en reforzar lo comunitario a través de los centros de Salud Mental, más recursos intermedios en centros de día», defiende.
El «desequilibrio territorial» es evidente y es necesario que los diferentes recursos que existen se coordinen a través de un órgano común. En su diagnóstico, incide en que prácticamente todos los recursos sociosanitarios están subcontratados a organizaciones del tercer sector. «No hay un puñetero recurso público para las personas con enfermedades crónicas. Son de ONG o asociaciones, y, últimamente, como ven que hay negocio, están desembarcando empresas multinacionales», alerta Villaño.
Apunta al «estigma» que rodea a la salud mental. «La gente de los pueblos tiene ‘miedo’ a ir a un centro en su pueblo porque le ven sus vecinos y, en el caso de Araba, prefieren venir a Gasteiz porque la gente no les conoce», expone.
Además, no oculta su temor a que «lo sanitario fagocite a lo social», aunque sostiene que el cambio es posible «si ponemos el foco en lo comunitario en vez del hospitalario». Le preocupa que los médicos terminen marcando las pautas de lo social en un futuro.
A Villaño le llama la atención que una mayoría de sindicatos se hayan posicionado en contra de la integración de Salud Mental en las OSI. «¿Por qué Salud Mental es lo único que está fuera?», pregunta.
«Hay que poner condiciones para que no ocurra lo mismo que con la Atención Primaria, que se supeditó a los hospitales en la organización de las OSI», comenta. Su planteamiento defiende la creación de una «dirección colegiada» con la hospitalaria, Salud Mental, Primaria y Salud Pública, «y que cada una de esas patas tenga su presupuesto diferenciado».
Barrutia participó en la Mesa de Salud, en concreto en el grupo de debate en torno a esta materia, y la conclusión que sacó es que en aquel foro «lo que predominaba eran los intereses de poder». Su propuesta es que la salud mental esté en Atención Primaria en coordinación con médicos de cabecera y Pediatría, interviniendo en grupos interdisciplinares donde haya trabajadores sociales, psicólogos, doctores y enfermeras.
Además, se planteó habilitar a las psicólogas sanitarias, «que paradójicamente son las que están respondiendo, son las que están resolviendo el atasco atencional», y, por otro lado, los grupos para avanzar hacia un modelo comunitario. Este modelo, apunta, supone contratar a más personal.
Pone como ejemplo para abordar una intervención grupal el caso de una mujer víctima de violencia machista, con problemas de insomnio, que acude al médico de cabecera, que le prescribe un ansiolítico para que duerma bien, lo que deriva en una dependencia al fármaco. Barrutia considera que no debemos patologizar a la mujer que sufre violencia de género y apuesta porque una trabajadora social oriente a esa persona sobre los pasos a dar, al tiempo que una psicóloga la ayude a empoderarse para afrontar la presentación de una denuncia por el maltrato y, luego, que acuda a un taller de manejo de la ansiedad y la depresión.
BENEFICIOS DE LA ATENCIÓN GRUPAL
Insiste en los beneficios que reporta la atención grupal respecto a la individual en esos casos, destacando que se puede ayudar a más personas y las sinergias que se generan entre los mismos participantes para abordar sus problemas.
Previene de que el actual modelo individual «no compromete a las instituciones ni a la sociedad en absoluto» y, por otro lado, es androcéntrico. «Hay muy poca sensibilidad en los profesionales de psiquiatría y psicología de la incidencia que tiene la desigualdad de género en el malestar, en el sufrimiento psíquico».
Alerta de la «mercantilización de las enfermedades», bajo la que subyace el interés económico de la industria farmacológica. «Se están definiendo como enfermedades situaciones que comportan dolor, tristeza, desánimo y que pierden su carácter de normales requiriendo atención médica», lo que se enmarca en una tendencia de los años 80 del siglo pasado en la que la farmacopea psiquiátrica colonizó el discurso psiquiátrico.
Habla de que la «privatización del malestar», propiciada por la «acción neoliberal de los Gobiernos», a la que opone una doctrina sanitaria de salud pública y servicios sociales orientada al bien común. «La medicina se impone al individuo, enfermo o no, como hace la autoridad -sentencia-. El cuerpo y la mente se convierten en espacios de intervención política predominando la alineación social y la enajenación del individuo, se medicaliza el sufrimiento social: desahucios, desempleo, pobreza…».
La apuesta de Barrutia, como la de otros muchos, es por un modelo comunitario de salud mental, que lo sitúa en el compromiso de la izquierda. «Los problemas son psicosociales y multidimensionales», subraya, partiendo de que la salud es un producto social. «Las circunstancias que nos rodean son determinantes», de ahí, añade, la «relación directa entre los colectivos más oprimidos y la psiquiatría como instrumento de control».
Este psicólogo clínico aboga por atender los elementos físicos, pero también los psicológicos y sociales en equipos multidisciplinares, en coordinación y evitando la jerarquización. Cree importante movilizar los recursos comunitarios, que insiste en considerar eficaz «porque interviene las causas en su origen».
tratamiento libre de medicamentos en Noruega
En plena «reflexión» sobre el futuro de las redes de Salud Mental en Osakidetza, algunos agentes miran a la realidad en Europa, especialmente a los países nórdicos, donde han ido desapareciendo los hospitales psiquiátricos. En Noruega, por ejemplo, el psiquiátrico de Asgard se ha declarado «libre de medicamentos» y las terapias que se ofertan se centran en escuchar al paciente. El objetivo es, en lo posible, desprender el tratamiento de estos trastornos del enfoque farmacológico que ha dominado.
«Por qué se le obliga a una persona con enfermedad mental a tomar la medicación si no tiene riesgo evidente», pregunta Gotzon Villaño, quien incide en que a cualquier otro enfermo no se le fuerza a medicarse, es voluntario. Este trabajador social ya jubilado cita también la realidad de Italia, donde se clausuraron los psiquiátricos. «Si los cierras, tienes que crear otros recursos, porque si no esas personas que vivían en los hospitales acabarán en las calles, como en Nueva York», expone.
En la actualidad, en Euskal Herria, como en otros puntos del planeta, todos los trastornos mentales son susceptibles de ser tratados con fármacos, sin importar cuál sea su grado, sin entrar a analizar cuáles son las particularidades de su trastorno.A.G.

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