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Un ilustre apellido que me avala

Aunque en los últimos tiempos por fin los merecimientos están por encima de la condición de politiquillo para lanzar el chupinazo, a este acto sin igual le falta un apellido ilustre. Y yo lo tengo.

Carmen Barjoa Nessi. (NAIZ)

Si bien es cierto que mis hermanos Pío y Ricardo me han eclipsado históricamente por coincidir en tiempos marcados por un acentuado machismo, ya va siendo hora de que se me reconozca como mujer empoderada e instruida. Lo he conseguido peleando contra los cánones de la época e incluso mi propia familia, en la que mi madre se ha empeñado en convertirme en una fémina tradicional, a lo que me he resistido con todas mis fuerzas.

Sí, ya sé, se me ha honrado con una calle en el barrio de Arrotxapea, pero considero con toda la humildad del mundo que un reconocimiento acorde al esfuerzo realizado a lo largo de todos estos años sería protagonizar el lanzamiento del cohete. Además, que la nómina de damas que han dispuesto de tan destacado privilegio no es precisamente generosa.

Por si no fuera suficiente la aportación que realicé defendiendo los derechos de las mujeres en la Generación del 98, añado a mi causa una cuna que deja fuera de toda duda la naturaleza de iruindarra que poseo. Precisamente en la fachada de la que fue mi casa natal, ubicada en el número 30 de la calle Nueva, el Ayuntamiento tuvo a bien colocar una placa honrando mi memoria y mi legado a la cultura de la época.

Y en aquel inmueble en pleno centro de la ciudad, en el que estalló mi primer llanto, comencé a caminar, garabateé algunas iniciales palabras sobre un papel y toqué mis primeras notas al piano, también viví un sinfín de estampas sanfermineras que quedaron grabadas en mi memoria para siempre.

No en vano, por las escaleras de ese edificio vi en mi infancia ascender a toreros de renombre, como Lagartijo, unas veces aupados a hombros por el mocerío, otras cabizbajos tras faenas que no despertaron el beneplácito del respetable y algunas, las menos, con magulladuras de pitonazos propios de la profesión. No menos fueron las ocasiones en las que disfruté desde el balcón de charangas, pasacalles y las más diversas camarillas melódicas, que despertaron en mí el apetito musical.

Si hasta el muy loable máximo regidor de esta ciudad, Joseba Asiron jauna, reconoció en su momento que me gané por derecho propio pasar a la historia, ¡qué mejor que hacerlo desde el balcón consis- torial un 6 de julio al mediodía!