Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
BASKET FEMENINO DE REFUGIADAS PALESTINAS

A la liberación por el baloncesto

Tras seis años cubriendo Oriente Próximo desde Beirut para la televisión pública catalana, Txell Feixas escribió el libro «Aliades», que se ha publicado ahora en castellano. En el mismo relata el empoderamiento que ha representado la creación del primer equipo de baloncesto femenino de Líbano en Shatila, histórico campo de población palestina refugiada.

Visita de las jugadoras palestinas a Girona, en el año 2024, con el lema «Unides i valentes». Fotografía: Roser Gamonal
Visita de las jugadoras palestinas a Girona, en el año 2024, con el lema «Unides i valentes». Fotografía: Roser Gamonal

Más de medio año después del alto el fuego firmado por el Gobierno con Israel, el organismo Acción contra el Hambre en Líbano denunció en mayo que solo el 20% de las zonas afectadas están «más o menos en fase de recuperación». Unas 90.000 personas continúan desplazadas y muchas más fuera de sus hogares, según la Organización Internacional para las Migraciones. En el sur del país, la economía está destruida, la mayoría de las familias no tiene trabajo y las infraestructuras básicas como el agua corriente o los centros sanitarios están inutilizadas. Israel rompe frecuentemente el alto el fuego como en sus bombardeos de junio al comienzo de la festividad musulmana del Eid al-Adha.

En la capital, Beirut, también castigada por los ataques israelíes, y en otros puntos del desestructurado país, existen una docena de campos de refugio, consecuencia de la diáspora palestina que empezó en la llamada Nakba. Aquel desastre de 1948 supuso la expulsión de unas 800.000 personas y muchas de ellas huyeron a Líbano. Los campos libaneses acogieron a más gente refugiada entre los cientos de miles de personas del nuevo éxodo de la Naksa de 1967, a la que se han ido sumando oleadas de flujos más incontrolados. El total de gente palestina obligada a refugiarse en Líbano desde que la ONU aprobara la creación del Estado colonial de ocupación en 1948 sumaría al menos un millón de personas.

Según Naciones Unidas, ahora habría registradas más de medio millón de personas palestinas refugiadas, que representan cerca del 10% de la población de un Estado muy pequeño y muy densamente poblado de más de cinco millones y medio de habitantes. Otras informaciones rebajan notablemente esa cifra. En los últimos años se les añadieron casi dos millones de personas refugiadas de la guerra en Siria; algunas están volviendo a su tierra.

La masa palestina huida se ha enfrentado desde siempre a una situación excepcional porque las autoridades libanesas no les reconocen derechos humanos básicos. Están excluidos de la mayoría de los servicios públicos y se les prohíbe ejercer 39 profesiones. Ni siquiera son considerados formalmente como ciudadanos de otro Estado, por lo que no pueden reclamar los derechos de los demás extranjeros que residen y trabajan en el país.

Tras la masacre falangista-cristiana de Karantina en enero de 1976, la inmediata respuesta árabe en Damour y la segunda sangría derechista en Tel al-Zaatar, los campos de refugio de Shabra y Shatila se convertirían en 1982 en la cumbre de la muerte masiva de civiles. Con más de tres mil ejecuciones, bajo el diseño, supervisión y ayuda del Ejército israelí y el consentimiento del Gobierno norteamericano. La Asamblea General de Naciones Unidas lo calificó como acto de genocidio. Ni una sola persona fue investigada.

 

Fotografía de grupo en la visita a Berriz en 2019. (Oriol Andrés Gallart)

LA PEQUEÑA PALESTINA

La vida siguió encendida en Shatila, mini “ciudad” dentro de Beirut, diseñada en 1948 por el Comité Internacional de la Cruz Roja para acoger provisionalmente a tres mil personas y habitada ahora por una quinta generación palestina, más nuevas remesas de gente siria y migrantes de origen africano y asiático.

Unas 40.000 personas en un hacinado y laberíntico espacio de poco más de un kilómetro cuadrado, sin poder crecer a lo ancho y levantado a modo de chabolismo vertical, con mínima luz solar y deficiente corriente eléctrica a base de un caótico y peligroso cableado. Sin alcantarillas y con permanente encharcamiento del suelo, con acceso solo a pozos de agua salada que hay que tratar, poca comida, sin casi trabajo y con falta de atención sanitaria. Con la secuela del desempleo y la falta de horizonte, la “Pequeña Palestina” es un submundo masculino en el que se da el trapicheo y la dependencia de drogas y un fácil acceso a armas de fuego en un país del que se dice que hay tantas como habitantes. Es precisamente este asunto de las armas lo que quiere erradicar de los campos el actual jefe del Estado libanés, Joseph Aoun, en connivencia con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.

La periodista Meritxell Feixas i Torras (Mediona, Barcelona, 1979), corresponsal durante seis años en Líbano para la televisión pública catalana, visitó hace años el campo para estudiar la experiencia de empoderamiento que representó en 2012 el surgimiento del primer equipo de baloncesto femenino de Líbano. Una barricada a la triple discriminación por mujeres, árabes y refugiadas. Tenía ya publicado un primer libro, “Dones valentes”, sobre su experiencia en diferentes países de la región, y en 2020 narró su vivencia beirutí en “Aliades” (Ara Libres), que ha publicado ahora en castellano la editorial Capitán Swing como “Aliadas. Las niñas de Shatila desafían las reglas del juego”.

Relata la vivencia del pintor de fachadas Madji Adam Majzoub, cuyo padre soñó con fundar un equipo palestino de fútbol y que se inventó en una planta deshabitada el Palestine Youth Club para librar a su hija Razan y colegas del fracaso escolar y el aislamiento, la posible condena a un matrimonio infantil y una vida de sumisión al machismo extremo con malos tratos, crímenes de honor o huida a la drogadicción.

 

Confraternización con el entrenador Madji Adam Majzoub a la derecha. (Roser Gamonal)

NO JUSTICIA, PERO SÍ MEMORIA

En conversación con 7K desde Barcelona, Txell Feixas recuerda que «oficialmente hay una docena de campos palestinos que nacieron con la idea de ser temporales y algunos van a cumplir ochenta años. Hay también campos más informales porque las autoridades libanesas decidieron ahogar a esos primeros y hacen la vida imposible a la gente que monta un pequeño reducto». Serían de los campos de gente refugiada más viejos del mundo porque «no parece que exista un conflicto que arranque de tan lejos y tenga aún esa consecuencia. En otras guerras la gente puede volver a sus casas cuando acaban, pero los palestinos no tienen a dónde regresar».

Las matanzas cristiano-judías de Shabra-Shatila en 1982 acumularon en menos de tres días más de tres mil ejecuciones de personas civiles indefensas, con una crueldad y ensañamiento pocas veces vistos. ¿Cómo sobrevivió la población refugiada a aquella tragedia y qué huella queda hoy de aquel extraordinario crimen?

Txell cree que «los sitios explican las personas, las violencias que sufren y las resistencias a las que recurren. Shatila es casi como otro protagonista de la historia porque, aparte del paisaje físico y humano, lo que se respira al entrar es el paisaje histórico. Todo es denso y se nota que ha existido algo atroz, un genocidio del que no ha habido la más mínima consecuencia pero, como dicen allí, ‘no tenemos justicia, pero sí memoria’. Hay cicatrices, la brutal devastación se respira en cada calle y notas en el ambiente que hay algo no resuelto, te lo recuerdan de alguna manera, no con palabras, pero hay una herida abierta, el dolor de un daño no reparado».

La resiliencia palestina es un récord de sobrevivencia a un calculado plan de exterminio y la periodista catalana subraya «que una matanza tan brutal no haya sido ni investigada, ni siquiera cuantificada, parece una siniestra muestra de cómo se ha permitido llegar a Israel a la impunidad actual. Claro que, con lo horroroso que fue aquello si lo comparas con la Gaza de hoy, queda empequeñecido. Israel vio claramente hace años que se podían hacer esas barbaridades y no pasaba nada. Es más, Ariel Sharon, al frente de la masacre como Ministro de Defensa, fue ascendido. Pero para mí, que solo tenía sombra y oscuridad sobre el tema, la sorpresa fue que vi luz, que ese dolor es el motor de supervivencia de mucha gente. Lo han resistido, y poder pedir justicia y contarlo a las nuevas generaciones, es su ejercicio de memoria».

 

Escaleras a la “pista” improvisada de baloncesto en lo alto de un edificio vecinal. (Meritxell Feixas)

EL PEOR SITIO DEL MUNDO

Cuando Txell traspasó la puerta del campo se encontró con «el peor sitio del mundo para vivir» y lleva años describiendo aquel duro lugar. «Me gusta explicar que no son los campos de refugiados que tenemos en mente: un descampado con tiendas de campaña blancas, más o menos organizado en línea, sino un lugar súper poblado con bloques de cemento con agujeritos que hacen de ventanas. Con callejuelas laberínticas y estrechas donde a veces no caben dos personas a la vez y bajo un caótico cableado eléctrico que cuelga y que mata, en especial a niños que lo tocan cuando llueve y se electrocutan».

Si las condiciones ambientales son particularmente duras, Txell analiza que «el paisaje humano es impresionante por incompleto porque cuesta ver mujeres ocupando el espacio público en aquel hormigueo. Los hombres están siempre presentes y también los niños, pero en el gentío las mujeres solo aparecen protagonizando alguna acción de acompañar pequeños a la escuela, haciendo la compra… No pasean porque no tienen el permiso del hombre de la casa y la mayoría viven entre cuatro paredes».

Cabe recordar que esos campos fueron en su día un mundo combatiente muy ideologizado, con amplia influencia marxista, guevarista… y activa presencia militante y guerrillera de mujeres. ¿Existió un pasado más abierto para las mujeres y ha habido un retroceso patriarcal?

Para la informadora barcelonesa, «Shatila sigue siendo un tejido muy ideologizado, de milicias con todas sus banderolas, fotos de los líderes… Pero la han condenado a ser un espacio cerrado, aunque tenga puertas por las que no quieren salir porque lo que les espera fuera es aún peor. No entra aire fresco y temas como el machismo se ceban ante la vulnerabilidad de su población. Hay mucha politización, pero otras muchas causas ejercen su presión sobre las mujeres. No es que el machismo sea mucho peor que en otros lugares, pero la población está encerrada en una cárcel a cielo abierto y sujeta a la presión que ejercen los líderes más extremistas sobre los hombres para que actúen con sus mujeres. No me arriesgaría a decir que haya un retroceso global, sino retrocesos puntuales en distintos sitios porque en algunos lados sí ha habido una involución, una islamización radical».

 

Momentos del encuentro deportivo, con llenazo de público, en la visita «Unides i valentes» de 2024 a Girona. (Roser Gamonal)

BOTAR UN BALÓN

El proyecto del libro “Aliades” nació de una crónica cuando a Feixas le llegó la información de que existía el primer equipo femenino de baloncesto de los campos palestinos y de todo Líbano. «La noticia de que eso sucediera en un sitio que me sonaba a pura barbarie me explotó en la cabeza. Luego se convirtió en un proceso, en una evolución. Llegar allí y no ver más que oscuridad, pero ir percibiendo luces, si las quieres mirar. Porque cuando informamos de esos países, lo hacemos siempre sobre guerra, muerte, destrucción…, apenas hablamos de su lucha, esperanza, dignidad. Y creo que he retratado la percepción cambiante sobre un lugar que sentí como uno de los entornos más duros. Como reportera vi campos en Irak, Siria, Kurdistán… y sigo pensando que lo de Shatila es más fuerte. Por eso es fascinante la existencia y dignidad de su gente, que no estaban suficientemente contadas. Había hecho muchas más crónicas de muerte que de vida».

Cuando el refugiado y pintor de fachadas Madji pensó en montar el equipo femenino de baloncesto, no sabía quizás que el deporte ha sido clave para la propaganda cultural de sus verdugos sionistas. El club Maccabi Haifa de fútbol se fundó en 1913 y el equipo Maccabi Tel Aviv de baloncesto en 1932, cuando el Estado israelí es de 1948.

Meritxell recuerda que Mahji era muy activo en ambientes deportivos y entrenaba un equipo de fútbol de niños. Pero escogió el baloncesto porque pensó que, al ser menos conocido, los padres de las chicas lo relacionarían menos con un ejercicio de hombres. El fútbol era algo eminentemente masculino y el basket podía pasar más desapercibido.

Así que encontró un inhóspito espacio abierto en un quinto piso y de allí salió un grupo de chavalas muy jóvenes que logró romper el primer rechazo familiar y social, también el muro del campo con el resto de la ciudad e incluso fronteras internacionales viajando primero a Italia en 2017 y 2018 y desarrollando el organismo Basket Beats Borders con el que en 2019 llegaron a Euskal Herria.

Durante dos semanas y con sede en Berriz, compartieron canastas con colegas de la zona, disfrutaron de las fiestas locales y tuvieron otros encuentros como el de Bilbo con Unamuno Saskibaloi Kluba.

Meritxell comprobó que «esa visita vasca les marcó, siempre han hablado súper enamoradas del País Vasco. Y algo similar sintieron cuando viajaron más tarde a Catalunya, porque venían a jugar y de turismo, pero se encontraron con que mucha gente sabía de su historia por el libro y se relacionaron con adolescentes que les mostraban admiración por su valentía, les prepararon una cantata… Acabaron llorando en plena catarsis».

La propuesta ha seguido visitando países europeos y acumulando iniciativas como el documental “Sister Hood NY-Roma-Beirut” y un CD colectivo de 2002 con amplia presencia vasca, y en el que Fermin Muguruza y The Suicide Of Western Culture entonan un combativo “Beirut Never Dies”.

Tras diez años de existencia y más de ciento cincuenta chicas que han pasado por el equipo, ¿la experiencia certifica que el deporte puede ser una herramienta femenina e incluso feminista? «Yo había jugado algo al baloncesto de niña», recuerda Meritxell, «y mi sorpresa fue enorme al comprobar que el deporte puede convertirse en un instrumento tan transformador. Cómo aquella cancha se convertía en un espacio de liberación y refugio. Una quinta planta de un edificio de cemento armado con un intento de pista de basket y unas chiquillas que no solo aprendían a dominar una pelota, sino a jugar, reír, gritar, hacer la croqueta por el suelo, tirarse de los pelos, llorar…, a descubrir lo más elemental de unas jóvenes: botar un balón y divertirse en grupo».

 

El equipo de palestinas consiguió salir del campo de refugiadas para entrenar en unas pistas públicas de Beirut. (Capitán Swing)

VALIENTES

El animoso pintor inició su proyecto deportivo intentado alejar a su propia hija y compañeras de un inmediato futuro marcado por un patriarcado extremo que arranca con el matrimonio infantil. En Líbano existe casi una veintena de confesiones religiosas oficiales que dictan cuándo estápreparada una chica para casarse. La Constitución les otorga ese poder y cada secta determina su umbral particular. Entre musulmanes, la rama chií llega a considerar a una niña capacitada para convertirse en esposa a partir de los nueve años.

¿Cómo resisten las nuevas generaciones de mujeres de Oriente Medio esa influencia religiosa patriarcal? «La presión de muchos grupos machistas conservadores no ha variado y el avance que se está dando es porque muchas mujeres de esa región han dicho basta. Los avances son gracias a ellas y también a hombres que actúan como agentes del cambio, tipo Madji. Pero son ellas las que han dicho ‘hasta aquí’ y se nota un cambio, aunque desde nuestra mirada etnocéntrica no las acabamos de ver del todo por las calles. Allí las valentías más importantes son heroicidades cotidianas y en muchos lugares (Afganistán, Irán…) puedes acabar detenida, torturada y hasta asesinada por manifestarte por tus derechos. Desarrollan unas formas de resistencia y acaban siendo más clandestinas y discretas simplemente para que no las maten. Que no las veas no quiere decir que no estén combatiendo en su particular lucha y creando redes de solidaridad y presión clandestina. Para mí ha sido un descubrimiento».

El ejemplo de Madji parece socialmente destacable, pero se solapa con el crudo relato de su hija, que se sintió una niña manipulada por el control patriarcal de su propio padre y se rebeló para casarse y quedar embarazada por un controlador y maltratador. El retrato que Meritxell hace de esas problemáticas familiares, con Basma, la madre de Razan, en el centro, es un crudo espejo de las particulares contradicciones para las mujeres en ese difícil entorno social. Unas vidas que llevan años pujando contra su trágico destino como pueblo, agravado ahora al límite por el brutal genocidio sionista en los territorios ocupados.

Meritxell lleva un tatuaje en árabe que significa “valent”, apodo familiar que se remonta a su abuelo y que ha querido compartir con todas esas niñas y mujeres adultas que ha descubierto llenas de luz en el entorno más oscuro. ¿Quiénes son esas aliadas “valientes” del título de su libro? «Desde mi madre, a la familia elegida: las chicas y mujeres con quienes he tejido alianzas vitales que me han ayudado a ser quien soy. Gente de la que he aprendido y a la que quizás también he enseñado enriqueciéndonos en conjunto. Aliadas de las que no conocía su existencia y que existen funcionando colectivamente en su supervivencia, tejiendo redes de sororidad y resistencia».