Antígona y la antagonia
A las puertas de otro período estival, en plena aceleración del capitalismo senil, al calor de la desbocada turistificación de nuestras tramas cotidianas y bajo una geopolítica enloquecida camino de chiflada, cabrá compartir que -hoy, ahora, aquí- no hay mayor contradicción global que la que escinde la condición turista de la condición migrante. Turista o migrante en el Sur, turista o precario en el Norte. Y tantos viajes sin billete de regreso. En un mundo-muro desigual, ese abismo traviesa y segrega el planeta, pornográficamente. Récord de turistas, récord de muertes en frontera. En el Mediterráneo yacen ya más de 40.000 cadáveres a la deriva desde 1995. Pero lo que naufraga, cuando confundimos la luna con farolas, es la indiferencia occidental, colosal y olímpica, repleta de hipocresías y cinismos criminales. Que la reja define a quién la pone, más que a quién la sufre.
La sucesión de tragedias se reproduce ininterrumpidamente, y simultáneamente, al auge de las extremas derechas de tercera ola, a los incendios de sexta generación y a imbéciles al mando de primera. No solo quemarán los bosques este verano, en los rigores del cocedero general de la emergencia climática. También arderá la indiferencia en el apogeo del genocidio palestino. De poco o nada servirá entonces recitar a Nelson Mandela y Angela Davis hasta la extenuidad si, en las grietas del siglo XXI, no entrenamos la mirada y atendemos que el trilero milagro económico se sustenta en esa extraña hibridación irreconciliable entre turismo y migración.
Porque esa escisión entre turismo colonial -a quién tiramos la alfombra roja y se rinde oficial pleitesía- e inmigración proscrita -a quién molemos a palos, vallas y jornales- nos pone frente al espejo de nosotros mismos. Frente a la encrucijada de las posibilidades abiertas, retrovisor de pasados oscuros, de un presente y un futuro cerrados a cal y canto. Hostilidad u hospitalidad, deshumanización frente a humanismo, nihilismo contra esperanza. Contra esa agonía antagónica, en colisión global, quedará siempre Antígona, matriarca de la desobediencia civil, para recordarnos que todos deberíamos tener el derecho a un cuerpo y a una polis. Y que desobedecer el horror cotidiano y no colaborar -sobre todo no colaborar tanto- es el primer y único paso disponible para que el presente no humee. Y para que el futuro que quieren calcinar no devenga negro carbón.
No mirar arriba

«Itxaropentsu nago herri honek borrokarako grina daukalako»

Un «time-lapse» por seis décadas de recuerdos personales y colectivos

Izaskun Ellakuriaga, Azoka hauspotu zuen emakume ekintzailea
