Aritz Intxusta
Redactor de actualidad
Entrevista
Itziar Ziga e Itxaso Badell
Dramaturgas

«Los derechos trans me quitaron el último miedo al patriarcado»

El universo trans y el mundo más allá del binarismo hombre-mujer asoman en el explosivo y carnal «De cuando existía el Purgatorio». Se trata de una obra de teatro en la que el público ríe y se ruboriza, y no de un espectáculo de masas donde cada asistente registra su presencia con un «reel» de Instagram. 7K ahonda en una creación experimental, íntima y transfeminista.

(Jagoba Manterola FOKU)

Un plató de televisión con dos señoros, una terfa, una presentadora puritana con un terrible secreto y une periodista queer que parece ser la única persona capaz de sostener la cordura. Lo demás, puro delirio, carnalidad y maravilla. Itziar Ziga haciendo teatro. Tira de los hilos Itxaso Badell. Las tenemos a las dos sentadas en las sillas de metacrilato que componen la escena. Es la resaca del estreno de la obra, a la que 7K estuvo invitada. Acorazadas tras hombreras de fantasía, aún están frágiles, pues apenas han palpado la reacción del público. Se les pasa pronto. Si a lo largo de la conversación se desvela algún detalle argumental, no importa. De verdad. En ese plató pasa de todo.

Me vais a disculpar, pero no sé por dónde agarrar lo que pasó ayer en el escenario.

Itxaso Badell: Es una obra de teatro experimental. No me gusta clasificar en teatro, pero es cierto que hay que advertir a la gente de lo que se va a encontrar. Hay partes de performance, pero porque la performance es lenguaje teatral. Por escena pasan diferentes lenguajes. Comienza en el realismo, cambia al naturalismo y de ahí, al surrealismo y al teatro experimental. La idea es conseguir despistar al público por completo. Que diga: «¿Dónde estoy», «¿qué ha pasado?». El realismo facilita que el público entre en la obra, el naturalismo lo lleva a ese punto donde algo ya no depende de nosotros: un fenómeno paranormal, biológico o, finalmente, el Apocalipsis. Y la respuesta a todo eso es lo que desata nuestra crítica social.

Hay un momento en el que un personaje pregunta si hay alguien tras los focos del programa. Para mí fue magia pura. Si hubiera entrado un elefante por la puerta en ese momento, a todo el mundo le hubiera parecido normal.

I.B.: Pues sí, claro que sí. El teatro nos permite eso. ¿Por qué no va a entrar un elefante si es divertido? Queríamos conseguir eso, el “quiero más”. Claro que quiero más. Más fantasía.

Porque, ya que estamos en lo de avisar al público, yo añadiría que ante lo que se va a encontrar es ante una obra terriblemente divertida.

Itziar Ziga: Muchas veces nos obsesionamos con que las creaciones, los relatos y las narraciones que tienen crítica social detrás -y las creaciones han de tenerla, porque si no para qué coño traer algo más al mundo- tienen que ser necesariamente serias. ¿Y eso por qué? El humor, la diversión pueden hacer que el mensaje llegue mejor. Y no solo es eso. Realmente, las propias opresiones y las injusticias que vivimos traen un montón de situaciones absurdas, humorísticas. Esto también lo queríamos reflejar. El binarismo de género es algo que tenemos incrustado culturalmente e históricamente como una herramienta del patriarcado y el capitalismo brutal. Claro que sí, pero no es algo inevitable ni biológico y se puede cambiar, porque es ridículo. Sin embargo, en cuanto tocas eso, salta todo el mundo. Y, por fortuna, esto es lo que está pasando con el alumbramiento de los derechos trans, de los otros géneros. Hay gente que lo descubre y se suma automáticamente, porque es liberador. A mí me ayudó a quitarme ese último miedo que tenía al patriarcado y su inevitabilidad. Otra gente reacciona de forma muy virulenta, porque estás tocando algo sacralizado. Lo que les ocurre a ciertos personajes en la propia obra no es una exageración.

(Jagoba Manterola | FOKU)

Es fascinante cómo, al desatarse la locura, el único personaje capaz de mantener la cordura sea le periodista queer. Da la sensación de ser la única persona preparada para todo por venir llorade de casa. Está ante un Apocalipsis, pero lo relativiza, porque ya ha pasado o ha visto crisis parecidas.

I.Z.: Amagoia llega con el trabajo hecho. Lo decía el actor Iván Santos; quienes vivimos fuera del margen de lo establecido, como este personaje, han superado un Apocalipsis hace mil años. A nivel emocional, a nivel mental, estás en otro plano. Amagoia avanza diciendo: «Cariño, ¿qué te piensas? A mí la vida me lo ha puesto muy difícil. Yo ya he salido de ahí. Es a vosotras, a las que no habéis vivido algo así, a las que habéis tenido todo siempre de vuestro lado, a las que os toca ahora».

Sin embargo, aun teniendo un mensaje general, se convierte en un delirio muy personal. ¿Habías hecho teatro antes, Itziar?

I.Z.: No, nunca antes había escrito teatro, pero me lancé a ello por la seguridad que me aportó Itxaso. Realmente es una obra de las dos, aunque la idea original venía de ella. Somos muy amigas y teníamos muchas ganas de trabajar juntas a nivel creativo. Ella es actriz, es dramaturga y una directora de teatro increíble, como acabas de descubrir. Haremos muchas más cosas juntas, volamos juntas. Pero los actores también han sumado, han hecho suyos muchos elementos. Hay partes que las han reescrito. Ha sido la confianza que tengo con Itxaso lo que permitió lanzarme a escribir y lanzarme sin miedo, además. Es una obra colectiva.

I.B.: El teatro para mí es un proceso creativo comunitario. En esta sociedad el individualismo está muy presente, demasiado. Nos respetaríamos mucho más y mejor y se crearían cosas mucho más bonitas desde la comunidad. Es algo superior al individualismo, al sentimiento de propiedad. A la hora de dirigir, yo no marco. Quiero que me den y, ya de ahí, cojo y monto. Y sucede algo muy bonito, porque la comunidad te acaba dando justo lo que quieres.

(Gema Iriarte)

La obra nace en un set de televisión. Hay una presentadora que tiene la capacidad de dar o quitar la palabra entre diferentes discursos. ¿Cómo de importante es subvertir ese discurso establecido?

I.Z.: Me molesta un poco lo de dar voz a aquellos que no tienen. Es mentira. Voz tiene todo el mundo, incluso las mudas. Lo que no tenemos es altavoz. Aunque muchas veces se nos acuse a las transfeministas o a las queer de tratar de darle la vuelta a esto, creo que es falso. Nosotras no queremos pasar a tener la voz prioritaria. Nunca lo hemos pretendido, porque no nos va el discurso jerárquico, preferimos lo horizontal. Es el sistema actual que se siente amenazado, el que da por hecho que, si lo derrocan, será para replicar un modelo como el suyo, donde solo opinan unos pocos. Solo son capaces de comprender a los demás desde su propio patrón mental. Y, aun así -y esto sí que lo hemos reflejado expresamente en la obra-, hay personas a las que han convencido y que defienden el mantenimiento de una jerarquía, pese a que eso no les beneficie. Hay muchos hombres, por ejemplo, convencidos de que las cosas funcionan bien actualmente, pese a que ahora tienen el poder solo unos pocos. Me parece que este es un rasgo muy peculiar del patriarcado. En la obra vamos a ver cómo, en esa rehorizontalización, aquellas personas que no están acostumbradas a intervenir desde esa horizontalidad, desbarran… Pero, por favor te pido, no desveles cuál es el origen de todo.

Te refieres a… Claro, claro. Me lo callo. Lo dejamos en que, además de tener varios personajes en un plató, hay un evento de tal magnitud, una noticia tan disruptiva, que hace que todo cambie.

I.B.: Esa es la maravilla de Itziar. A mí jamás se me hubiera ocurrido. Soy incapaz de escribir eso. Creo que por eso nos complementamos en lo artístico. No queríamos que este acontecimiento fuera evidente, sino que el texto te lleve a deducir qué es eso que ha sucedido, que el público se diga a sí mismo, pero entonces lo que ha tenido que pasar para que todo cambie es que…

(Gema Iriarte)

¡Menuda gamberrada! Y no desvelo más.

I.Z.: Te confieso que para mí ha sido divertidísimo escribir esos diálogos, donde está esa elipsis, ese tabú todo el rato. Idear una conversación donde algo se va desvelando sin decirse expresamente me ha parecido emocionantísimo como escritora. También he disfrutado al salirme de mi voz. Yo siempre he escrito libros muy personales en los que hablo yo. El pasar a una obra colectiva ya es un salto, porque escribir es una acción solitaria. Ha sido maravilloso. Y luego está el hacer que otros hablen como son ellos y no como se expresa la autora. De repente, me encontré hablando por otros personajes. Eran ellos los que tienen que decir eso, los que se retratan. No me tenía que lucir yo. Ellos hablan como hablan, todos de manera diferente. Y hay cuatro personajes que son, además, bastante desagradables. Además de a esa presentadora, tenemos a una feminista transexcluyente furibunda, un señoro, un señorón de ultraderecha. Nos lo hemos pasado muy bien creando a estos dos últimos personajes. A ellas le hemos puesto nombres, a los otros dos, ni siquiera eso. Y, aunque sea destripar un poco la obra, fue genial hacerlos callar.

I.B.: Es genial cómo se calla Iván Santos. Su personaje es uno de estos señoros que se pegan toda la vida hablando desde una ventaja brutal y estructural, porque nos han educado a escucharles. Y encima son unos tíos que no escuchan a nadie. Y todo lo que dicen son gilipolleces. Porque si tú no escuchas a nadie, solo puedes decir chorradas.

¿Y por qué habéis guardado un rol para la terfa? Me sorprendió. ¿No se les oye ya bastante? ¿También tienen que estar aquí?

I.B.: Me parece una obra liberadora en ese sentido porque nos esforzamos en poner a toda esta gente en su sitio. De ahí que fuera necesario que las terfas estuvieran. Vale, las terfas nacen del feminismo, es así. Pero han derivado a un sitio terrible. Es lo que le dice Amagoia: «Tía, que el enemigo no somos nosotras, que es el patriarcado, baja del árbol».

I.Z.: Piensa que para las feministas es muy doloroso que una parte del feminismo haya tomado ese camino, un camino transodiante. ¿Qué supone odiar a todas las mujeres trans? Pues supone echar a empellones del patio del colegio a las niñas más vulnerables. Claro que están las terfas, porque lo que están haciendo nos sangra y duele. Pero sí que te diré que Inés, el personaje de la terfa, aunque grite todo el rato desde ese lugar entre víctima y prepotente, sí que es capaz de dialogar con el resto, aunque sea dolorosísimo. Señoro y señorón solo dicen paparruchadas. Eso sí que ha sido muy divertido.

La verdad es que, más allá de la crítica política, lo que busca la obra es animar al público. Es profundamente alegre.

I.B.: Es muy sello Itziar eso. El trauma está sobrevalorado. Dentro de esas historias de mierda que nos ocurren a todos, de cuando lo pasas fatal, hay buenos momentos. ¿Por qué vivir en el drama? Vamos a darle la vuelta. Desde ahí es desde donde derrumbas a la gente.

(Gema Iriarte)

Vuelvo aquí al personaje de Amagoia. Su arma de superación es el humor.

I.Z.: Desde el momento en que cuestionamos el binarismo de género o desde que surge el antirracismo y la lucha feminista, son muchas las estructuras mentales, ideológicas espantosas que caen. Nos las han inculcado desde la ventaja estructural nacida de procesos históricos de resultado injusto. Y nos las hemos tragado. De ahí el manifiesto final de Hija de Perra que lee el personaje de Lilith. Hija de Perra era una activista chilena drag que cantaba reggaeton venéreo. Murió de sida, como la gente pobre. Búscala, te enamorará. Las personas trans ven esas estructuras que el resto nos tragamos de manera muy fácil, tienen una visión iluminadora. Ellas pueden reírse de esa cárcel mental y emocional que suponen esas estructuras. Y eso Amagoia lo ve también. De ahí que Amagoia no tenga miedo en ningún momento. Que diga esto no es para tanto, que se ría, que bromee. ¿Qué pasa si tocamos lo masculino y lo femenino? ¿Qué pasa si lo cambiamos? Nada, claro, no pasa nada. Nos han contado que lo masculino y lo femenino son conceptos con sentido y, sin embargo, nadie es capaz de definirlos.

Además de ese humor para vencer al discurso patriarcal, hay otra herramienta en la obra para tumbarlo. La acabas de mencionar al hablar de Lilith y al párrafo de Hija de Perra. Es la poesía. Así como el heteropatriarcado utiliza la brutalidad, el gritar más alto, aquí se le subvierte con risa, sexo y poesía. Me dio la impresión de que en esos versos te has expuesto mucho, Itziar. ¿Ya te guardas algo adentro?

I.Z.: Ay, eso me lo decía mucho mi madre. Que si me guardaba algo. Y eso que mi mamá no ha visto el libro que le dediqué contando toda nuestra historia familiar de violencia [“La feliz y violenta vida de Maribel Ziga”, Txalaparta, 2020], porque ya había muerto. Supongo que da igual. Sabía que lo iba a escribir. En el discurso de Lilith hemos puesto mucho, hemos volcado toda nuestra esperanza también, también la alegría revolucionaria en la que vivimos. Y… ¿cómo te dijeron?

I.B.: «La digna rabia». Una chica que vino al estreno de la obra nos dijo eso. Que le habíamos despertado la digna rabia. Porque hay en la obra mucha épica, mucha comunidad y mucho del mundo maravilloso de lo drag, la maricona y el mundo travesti. Lo diluimos todo, todo. En la obra hay un personaje que evidentemente representa un género masculino, pero lo representa una actriz. En la historia del teatro, desde sus inicios, ha sido muy común que actores hayan interpretado a mujeres. A la inversa, apenas pasa. ¿Por qué una mujer no iba a poder interpretar un papel de un personaje varón? Pienso que no hay que justificar para nada que en una obra tengamos a mujeres haciendo de hombres y a hombres de mujeres. También hemos querido romper ahí con el binarismo. Laura [Puertas] consigue que con un personaje al que odiarías, con esa bandera española, te acabes muriendo de la risa.

I.Z.: ¿Cómo ha conseguido hacer eso con ese puto personaje? Es una artistaza, una clown colosal.

(Jagoba Manterola | FOKU)

Todo el teatro tiene un punto así, de vivencia personal e irrepetible. Pero me agradó encontrarme, en un momento donde la cultura funciona como espectáculo de masas y «soldouts» para multitudes, con lo que eso conlleva de frío, con una creación más pequeñita. Algo que no está hecho para ser grabado con el móvil desde la distancia, sino que el público roza el escenario. Y, encima, así de voluptuoso, sensual y terriblemente carnal.

I.B.: El estreno de la obra fue muy cercano. Pero esta obra, en un gran teatro como tal, creo que también funcionará. En lo esencial, será igual de cercana. Si te lees el texto, apenas son 20 páginas de texto hablado. En el subtexto, sin embargo, hay muchísimo trabajo. El subtexto, lo carnal, es lo que llega en la vida real. No es lo que dices, sino desde dónde dices cada palabra. Eso es lo que te hace conectar. Estamos acostumbrados a esa frialdad de la palabra. El texto, muchas veces, se olvida. Lo que pasa en escena permanece con mayor facilidad en la memoria. Lo mismo ocurre en la calle, cuando te paras con alguien que te dice una cosa, pero su cuerpo te comunica otra.

A mí lo que me hicisteis es estar todo el rato en tensión. La irrupción de lo paranormal, la catarsis de los personajes, todo llevado al extremo. Hay un parto en directo. Transgrede todo, quizá por eso tenga algo, lo habéis comentado antes, de «liberadora».

I.Z.: No sé Itxaso si te lo querrá contar. Con el parto ella exorcizó algo...

I.B.: Sí, yo sufrí violencia obstétrica, que entiendo como otra faceta más del patriarcado. La obra tiene potencial para ser liberadora para todo el mundo. Tiene algo de universal. Pienso que no es posible que no conectes a nivel personal con algo que ocurre en algún momento. Hay personajes a los que odiamos en la vida real, que querríamos que desaparecieran o petrificarlos. Y aun así en la obra los humanizamos. Nosotras, las que plantamos cara al patriarcado, no vamos a la guerra con un puñal. Somos de otra manera. No digo que no nos podamos defender, sino que es importante humanizar. La terfa es un personaje que tenía que estar embarazada, porque queríamos darle más valor a su discurso del «Yo, como mujer, paro». Parir es muy potente, te lo digo como madre. Pero, además de ese elemento para caracterizar a la terfa, usé a Inés para liberarme de la marca de un parto terrible. Necesitaba echarlo y, ¡ostras!, lo he hecho. Escogí para ello a un personaje horrendo, también con esa idea de humanizarlo. En el estreno, había una embarazada y me dio también las gracias.

Entiendo que gran parte del público exorcizó algo también. No sé el qué.

I.B.: Las personas conectamos con la energía de la mirada. La palabra, sin expresión, se queda corta muchas veces.

I. Z.: A mí no me gusta eso de solo hablar. Tenía muy claro que yo eso no quería hacer. Sinceramente, hay mucho teatro contemporáneo que son bustos parlantes. No lo soporto, me aburro, no me llega. Por eso, cuando conocí a Itxaso, y vi su forma de trabajar, me dije: «Con esto, sí». También estoy en contra de que las cosas sean demasiado largas. El texto tampoco era demasiado extenso. Algunos actores incluso se sorprendieron. Les dijimos que estuvieran tranquilos, que sobre el escenario iban a pasar muchas cosas.

Nos tomamos la vida como si todo fuera muy cerebral, como si todo tuviera que ser racional y sujeto a ser debatido. ¡Qué va! La vida no es así. Tampoco tienen que ser así nuestras luchas y nuestras movidas. Todo tiene mucho más que ver con las emociones.

(Jagoba Manterola | FOKU)

Decís que el texto no es largo pero, pese a ese halo underground y contracultural, sí que estamos ante una obra de cierto formato teniendo en cuenta la cantidad de actores que hay sobre la escena y las necesidades de iluminación e incluso con la música en vivo de Kai Etxaniz. Hoy, gran parte del teatro subsiste con estructuras mínimas. Con el monólogo o los personajes estrictamente necesarios para ser económicamente rentable.

I.Z.: No nos hemos cortado un pelo. Queríamos plantear un debate televisivo y hemos desplegado los recursos que eran necesarios. Hemos ido a saco. Lo que dices, ni nos lo planteamos. La anterior obra de Itxaso transcurría en una clínica de cirugía estética. Queríamos llevar el teatro a un sitio como un plató de televisión, sencillamente porque está guay. La gente se lo pasa guay. Yo me he muerto de la risa escribiéndola.

I.B.: ¡Anda que no hemos disfrutado en los ensayos! Y probablemente la obra evolucione y siga transformándose. Las obras no tienen por qué ser siempre iguales. La estructura será la misma pero, a partir de ahí, se puede ir adaptando. Acaba de nacer.

I.Z.: Todo lo surreal, lo paranormal, se nos ocurrió en media hora. Nos dejamos llevar y, de repente, ahí estaba. Luego sí hubo mucho trabajo para darle forma, para mejorarlo y dotarlo de sentido. Tenemos un endemoniamiento maravilloso en directo, que es sexy además de aterrador, divertido, emocionante, reivindicativo y supersexual. Las cosas pueden ser muchas cosas a la vez. De esto va al final la obra. De romper el binarismo de lo masculino y lo femenino.

I.Z.: ¿Por qué hemos de ser una sola cosa? ¿Por qué? ¿Por qué tener solo un color favorito? ¿Por qué no llorar y reír a la vez? ¿Por qué no reivindicar y divertirse? ¿Por qué el teatro sobre asuntos serios, profundos, que duelen, no puede ser radicalmente alegre?

(Jagoba Manterola | FOKU)