XANDRA ROMERO
SALUD

Conexión intestino-cerebro

A medida que aparecen nuevas pruebas y mejores técnicas de análisis, obtenemos más información sobre nuestras bacterias intestinales. Hablamos del microbioma, el conjunto de microorganismos que viven en el tracto intestinal y que, en cada uno de nosotros, lo componen más de 100 billones de microorganismos.

Recientemente se ha producido un cambio ejemplar en las ciencias de la salud a raíz de finalizar la secuenciación genética de la estructura microbiana que habita el cuerpo humano, ya que los genes codificados por las bacterias intestinales superan los nuestros en más de cien veces. Y es que el aumento de la incidencia de enfermedades inmunológicas y de trastornos neurológicos no puede explicarse por las variaciones de la genética humana y, al centrarnos en nuestros otros genomas, se ha descubierto que la alteración del equilibrio de este ecosistema provoca la disbiosis intestinal o la desaparición de diversidad de especies, lo que parece estar directamente relacionado con la aparición de enfermedades y trastornos como la obesidad, las alteraciones psicológicas o las alergias.

Asimismo se ha descrito al sistema nervioso entérico (intestinal) (SNE) como el segundo cerebro. Esto se debe a que está compuesto por más de 200 millones de neuronas e incluso se ha descubierto que ahí es donde se produce el 90% de la serotonina, un neurotransmisor vital en el estado de ánimo, la depresión y el control de la agresividad.

La combinación de interacciones entre el SNE y el microbioma (millones de neuronas que están en el intestino y las que están en el cerebro se comunican en las dos direcciones) tiene el gran potencial de generar cambios en el bienestar físico, inmunológico y emocional.

De modo que mantener un microbioma sano en cantidad y tipo de bacterias parece ser nuestro objetivo de salud. Pero, ¿de qué depende? Del entorno y de la dieta.

La dieta es muy importante en el desarrollo del microbioma, que se genera desde el nacimiento. El tipo de parto y la alimentación temprana afectan al desarrollo inicial del microbioma, y el destete y el entorno (rural o urbano) durante la infancia pueden afectar al desarrollo del microbioma adulto.

Muchos estudios nutricionales han confirmado el poder de la manipulación dietética (cambios en la dieta de tan solo diez días) en la alteración del microbioma. Por lo tanto, la forma en la que podemos manipular la microbiota es alimentando al huésped (nosotros) y a estas bacterias.

Sabemos que el uso de suplementos dietéticos altos en fibra han conseguido niveles elevados de Faecalibacterium prausnitzii, Bifi-dobacterium y el grupo XIVa de Clostridium; tres grupos de bacterias que suelen asociarse con un mejor estado de salud.

También los prebióticos y los probióticos son útiles. No modifican el microbioma, son capaces de mejorar las funciones del aparato digestivo y el tránsito intestinal si se ingieren en cantidades adecuadas.

De modo que ahora tenemos una evidencia más para cuidar nuestro segundo cerebro, el intestino, comunicado con el cerebro no solo por señales neuronales, como acabamos de leer, sino también por las que ya conocíamos, de tipo endocrino e inmunológico.