Mikel Ziaurritz
CAZADORES DE METEORITOS

La fiebre por las piedras negras

Desde hace seis años, buscan sin descanso esas piedras envueltas en llamas que caen del cielo. Son los cazadores de meteoritos Ion Ander Landa y Emma Ardanaz, quienes, desde la localidad navarra de Beriain, han viajado a diferentes desiertos para localizar, clasificar y colaborar con los científicos en el estudio de estas rocas negras procedentes del espacio.

Setiembre de 2009. Landa y Ardanaz están dando un paseo para disfrutar de una agradable noche cuando, de repente, ven un bólido. No se trata de un coche muy veloz preparado para disputar alguna prueba deportiva, sino de una roca procedente del espacio que rasga el cielo oscuro con el resplandor de sus llamas antes de caer en pedazos sobre la superficie de la Tierra.

Ambos quedan «tan fascinados por la luz que desprendía que, durante días, nos pusimos a buscarlo pensando que había caído en un monte cerca de casa». Pero, aunque parecía que sería fácil dar con ella, la roca no aparecía por ninguna parte y como no tenían muy claro «qué era exactamente lo que teníamos que buscar, intentamos localizar información en internet hasta que finalmente dimos por imposible encontrar el supuesto meteorito», reconoce Landa.

Todo podía haberse quedado ahí, en una inquietud pasajera provocada por el azar de observar ese bólido espacial, pero no. A Landa y Ardanaz les había picado la curiosidad y decidieron seguir informándose y profundizando en ese interés por los meteoritos, lo que les llevó a «buscarlos y coleccionarlos». El siguiente paso se produjo dos años más tarde de ese avistamiento, cuando empezaron a recorrer «diferentes desiertos del mundo, como en Chile y Túnez, en busca de estas rocas tan interesantes». Habían terminado por convertirse en cazadores de meteoritos.

Esa primera roca se les resistió, pero a partir de ahí, la suerte les ha sonreído, ya que han descubierto 26 meteoritos en cientos de fragmentos, especialmente en esos desiertos que han visitado y en los que resulta más sencillo dar con ellos, ya que «carecen de vegetación y campos de cultivo, lo que hace más fácil verlos. Porque encontrar meteoritos es muy difícil, tanto como localizar una aguja en un pajar. Nuestra zona es muy difícil y, por eso, solo buscamos caídas recientes; acotamos un lugar de posible caída y recopilamos información de los testigos del bólido», señala Landa.

Por ese motivo se deciden a buscarlos en lugares como «el desierto de Atacama, áreas que sean muy antiguas y estables, que son las que tienen más probabilidades de albergar meteoritos. Si en un año caen veinte meteoritos en todo el mundo, en mil años, serían 20.000 y en cinco millones..., entonces, hay una pequeña probabilidad de que en el área que hemos seleccionado para hacer la búsqueda haya podido caer uno de ellos».

Chile es ahora el país más seguro para esta labor, ya que en el norte de África «hay mucha gente armada y resulta arriesgado. Nos hemos centrado sobre todo en Atacama por la seguridad y también porque se pueden buscar y sacar del país. Otro posible lugar al que iremos será Bolivia».

Las expediciones suelen tener una duración de unas dos semanas, en las que estos cazadores de meteoritos se adentran «en el desierto con todoterrenos 4x4 cargados de agua, comida y mucho combustible, además de GPS y detectores de metales. Y vamos buscando desde el todoterreno, a vista, piedras negras». El motivo de esa tonalidad es que «al entrar en la atmósfera, los meteoritos se queman y destacan por el color negro de la costra de fusión. Por ese motivo, cada vez que vemos una piedra negra, comprobamos si es o no un meteorito», señalan estos particulares cazadores.

A esta característica se suman otras generales que definen a estas rocas, como tener un peso superior a lo que sería lógico de acuerdo con su tamaño, atraer a los imanes potentes, ya que contienen trazas de metal, tener los cantos redondeados y no presentar agujeros en su superficie. En cualquier caso, no dejan de ser pautas generales y, por esa razón, en caso de duda, conviene acudir a un experto, ya que solo el 0,01% de las rocas que se sospecha pueden ser un meteorito lo son de verdad.

Landa y Ardanaz conocen muy bien estas pautas y las aplican sobre el terreno cuando están en medio del desierto. Esa experiencia, y también un poco de fortuna y empeño, hicieron posible que, por ejemplo, encontraran un meteorito de 19 kilos en Túnez que recibió el nombre de Beni M'hira. En este caso se da la circunstancia de que su llegada a la Tierra fue observada, ya que «unos pastores nos contaron que en 2001, una gran bola de fuego estalló sobre sus cabezas y una lluvia de piedras descendió del cielo». Esa lluvia es consecuencia de que, «cuando un meteorito entra en la atmósfera, se fragmenta en cientos de pedazos que toman tierra formando un gran campo de distribución, con los más grandes a la cabeza y los pequeños, en la cola. Cuando encontramos uno, tomamos datos de GPS y el peso y, de esta manera, vamos dando forma a la elipse de distribución. Así descubrimos el eje y la proyección de los demás fragmentos, es decir, la dirección en la que volaba el pedrusco».

Una parte, para la ciencia. Como con todos sus hallazgos, el meteorito fue «cortado y una parte, unos 20 gramos, fue donada para la ciencia. Esas partes son enviadas a la Universidad de Barcelona, donde las analizan y clasifican. A esta muestra tiene acceso cualquier universidad del mundo, ya que tan solo tienen que solicitar una parte. Esta información es el mayor valor que tienen los meteoritos».

Sin duda, el estudio de estas rocas extraterrestres resulta muy importante para la ciencia, pero ¿qué tienen de irresistible como para recorrer miles de kilómetros en su busca? «Cuando un meteorito entra en la atmósfera, es un momento mágico: una roca del espacio, algo inalcanzable, que nos visita envuelta en llamas, con unos colores metálicos que convierten la noche en día. El pensar que esas rocas se pueden recuperar, prende esa mecha de locura que nos mueve a recorrer el mundo en su busca», desgrana Emma Ardanaz.

Esta puede ser la explicación más lógica: tocar una piedra que en origen se encontraba a una distancia descomunal, ya que «algunas de estas rocas proceden del planeta Marte o de la Luna, y otras forman parte de asteroides, como, por ejemplo, el Vesta 4, que colisionaron y cuyos fragmentos orbitaron cruzándose con nuestro planeta». Por esa razón, «algunos meteoritos nos cuentan cosas muy interesantes, como la formación del sistema solar y la geología de los asteroides de los que proceden».

Como su interés por los meteoritos llega a ser contagioso, las personas que se puedan sentir atraídas por esta materia pueden recabar más información consultando las páginas web www.meteoritepanspermia.com y www.cazameteoritos.es. Además de datos, ofrecen asesoramiento a las personas que creen haber encontrado una de estas rocas extraterrestres e incluso se venden algunas. Como señala Ardanaz, «en nuestra web, comerciamos con meteoritos del norte de África, pero lo que encontramos no acostumbramos a venderlo, a no ser que tengamos muchos fragmentos», precisa.

Es posible que Landa y Ardanaz sean los únicos cazadores de meteoritos de Euskal Herria, aunque están convencidos de que «existen más coleccionistas», más personas que se sienten atraídas por esas piedras viajeras procedentes del espacio.

Cámaras vigilando el espacio. Una muestra de ese interés es el proyecto Fripon, puesto en marcha en el Estado francés. Esta iniciativa se centra en la instalación de un centenar de cámaras orientadas al cielo para intentar localizar meteoritos de forma más inmediata después de su caída a la Tierra. Se espera que esté operativo para finales de este año y que recoja imágenes durante al menos una década Además de potenciar el hallazgo de estas rocas espaciales, quiere capacitar a las personas interesadas en detectar y reconocer meteoritos.

Fripon está vinculado a Vigie-Ciel, un programa de ciencia del Museo francés de Historia Natural y que pondrá en marcha una página web en la que podrán participar los aficionados para convertirse en una red de corresponsales en todo el Estado galo. En ese espacio, el público podrá informar sobre avistamientos de meteoritos, identificar rocas caídas y ofrecer información sobre las campañas de búsqueda. Mediante todas estas herramientas, se espera poder localizar al menos un meteorito al año y mejorar el conocimiento sobre este fenómeno, que ha conseguido atraer a grandes aficionados como Landa y Ardanaz.