Alberto Pradilla
Entrevista
Ignacio Sánchez-Cuenca

«Pasar de la izquierda a posiciones muy derechistas es un indicador de frivolidad intelectual»

Casi nadie señala con nombres y apellidos a los responsables de propalar en la esfera pública malos argumentos y emplear un estilo de intervención más estético que analítico. Lo que domina es una actitud generalmente hipócrita, consistente en hablar bien en público de las ideas de cierto autor y luego ponerle a caer de un burro en privado». Con estas palabras, Ignacio Sánchez-Cuenca explica algunos de los objetivos de su libro “La desfachatez intelectual”(Catarata, 2016). Tiene razón. En un contexto en el que los pesos pesados de la «intelligentsia» española llevan décadas atrincherados en sus columnas, a ver quién es el listo que se arriesga a confrontarles y mucho más, a nombrarles directamente. Es lo que ha hecho este profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid que presenta un panorama desolador en el que personajes como Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas o Félix de Azúa pontifican sobre lo humano y lo divino, siendo capaces de decir una cosa y la contraria sin despeinarse.

&indentHere;¿Plantea impugnar la Cultura de la Transición?

Me lo han dicho en alguna ocasión, pero yo no estoy seguro de qué es la Cultura de la Transición. Es verdad que hay un grupo de personas a las que la Transición les pilla en su juventud, les catapulta a la primera línea del debate público y allí llevan hasta el día de hoy. Más allá de ese elemento generacional no creo que se pueda hablar de una cultura.

Quizás la «sacralización del consenso» podría ser uno de sus elementos.

En los años de la Transición algunos de los autores que analizo estaban en posiciones totalmente rupturistas. El caso más llamativo es el de Fernando Savater. Él no estaba promocionando entonces los grandes consensos de la Transición. Al revés, los estaba impugnando. Su reconciliación con la democracia constitucional del 1978 comienza más tarde. A medida de que ellos van evolucionando ideológicamente van apuntando cada vez posiciones más favorables al statu quo y no quieren oír hablar de cambios ni de rupturas, pero no en sus orígenes.

La mayoría de ellos son «ex» militantes de movimientos revolucionarios. Los hay extrotskistas, excomunistas o incluso antiguos miembros de ETA. ¿Esta evolución es un sello generacional?

No sé si como generación, sino como grupo intelectual. Algunos como Javier Cercas o Antonio Muñoz Molina, son más jóvenes que Félix de Azúa, Jon Juaristi o Savater, por poner nombres. Sí que les caracteriza una evolución ideológica que, a mi juicio, es demasiado extrema. Pasaron de la ultraizquierda y en algunos casos hasta de ETA a la socialdemocracia en los años 80, el liberalismo en la época de Aznar y luego ya se ubicaron en posiciones que se pueden denominar reaccionarias, de rechazo a cualquier cambio.

¿Cree que tiene que ver con el dinero?

No creo que sea una motivación económica. Sí puede tener que ver con las ganas de figurar o tener reconocimiento público. Todo el mundo sabe que si se defienden ciertas tesis, “El País” se convierte en un medio inhóspito. Y si se defienden ciertas tesis más radicales, el reconocimiento que procede de ciertos premios o galardones o de las invitaciones a eventos se resiente. Se puede ver una fase acomodaticia de la que ellos se benefician. Pero no siempre ha sido así. En su primera juventud sí que arrastraron sacrificios personales importantes. Todos, o casi todos, fueron opositores al régimen. Luego podemos decir si fueron más estetas o no, pero sí que se significaron en su oposición al franquismo.

Se habla del «cuñado» como la representación casposa de un cierto «sentido común» reaccionario. ¿Nos encontramos ante un «cuñadismo» escrito?

Me cuesta responder porque se me escapan un poco cuáles son los límites del cuñado. No sé utilizarlo bien en el lenguaje ordinario. Diría que lo que llamo «desfachatez intelectual» sí tiene que ver un poco con el «cuñadismo» en el sentido de que se emiten opiniones sin fundamento, sin reflexión, en un lenguaje un poco campanudo. Parece que están diciendo algo profundo, pero, en el fondo, no dicen nada que hayan pensado con un mínimo rigor. Tampoco pretenden hablar de cosas muy técnicas, pero lo hacen con mucha autoridad y aplomo. Hay ocasiones en las que esas opiniones son reflejos de modas, de lugares comunes, pero no obedecen a una reflexión intelectual seria.

En el libro incluye una definición de «machismo discursivo», que tiene mucho que ver con esa autoridad con la que un «cuñado» se expresa en la barra del bar dando un puñetazo.

Puede ser una especie de «cuñadismo aristocrático» lo de estos intelectuales, porque ellos evidentemente siempre hablan desde una posición de cierta superioridad. No es el «cuñadismo» de barra de bar, tiene más pretensiones, aunque puede que tenga algo de eso.

¿La evolución ideológica de estos intelectuales se intenta disfrazar por el avance biológico?

Una cierta evolución política e ideológica de las posiciones de una persona es algo biológico. Sería absurdo que alguien mantenga con 65 años las mismas ideas que tenía con 25. Ahora bien, de la misma manera que la rigidez absoluta demuestra que algo no funciona bien, un cambio tan radical como pasar de la izquierda a posiciones muy derechistas me parece igualmente extraño y un indicador de frivolidad intelectual. Una persona que es revolucionaria con 20 años y que acabe a la derecha del PP me resulta más chocante. Que todos hayan evolucionado a la vez, desde posiciones muy de izquierdas hasta posiciones muy derechistas, me revela que no es consecuencia de una reflexión personal sino de modas, tendencias para acomodarse en lo que en cada momento produce mejores resultados. Me parece frívolo. Desconfío de las personas que han hecho ese recorrido tan inmenso en su evolución ideológica.

Todos ellos también se caracterizan por su beligerancia, tanto contra la izquierda como frente al soberanismo. ¿Es producto de la fe del converso?

Efectivamente hay un aspecto de «fe del converso». Una muestra es la reacción que tuvieron cuando surge el 15M. Les retrotrae a su propio papel cuando eran jóvenes revoltosos que se oponían al régimen franquista. El hecho de que no sean capaces de admitir que una generación posterior a la suya pueda tener su propio ritual de desencanto con el sistema y el proyecto de cambiarlo a fondo solo se explica por esa «fe del converso». Reniegan de una posibilidad de cuestionamiento del orden establecido. Y cuando alguien lo hace les provoca un malestar íntimo, porque les recuerda qué es lo que fueron y dejaron de ser.

Un momento clave para la evolución de estos intelectuales es la creación de ¡Basta Ya! a finales de los años 90 del siglo XX. ¿Cree que aquel movimiento está en el origen de este fenómeno?

Es un momento crucial. No todos los intelectuales de los que hablo estuvieron en ¡Basta Ya! pero el efecto expansivo que tuvo es visible. La cuestión nacional es la que les permite justificar el abandono de cualquier forma de izquierdismo en beneficio de posiciones liberales y a veces muy conservadoras. Se plantean que la izquierda tiene algún tipo de complicidad con el nacionalismo y, a través del nacionalismo, con la violencia. Hay una especie de silogismo por el cual en el origen está ETA, luego el «nacionalismo democrático» manchado por la violencia, y a su vez ese nacionalismo manchado tiene unos vínculos con la izquierda y, por lo tanto, esta tiene una responsabilidad. Por eso tienen que romper completamente con el izquierdismo antiguo y dedicar sus energías a combatir este nacionalismo que, según ellos, es el caldo de cultivo de la violencia. Esto tiene un efecto sobre muchísima gente que comienza a obsesionarse con el asunto de la violencia y el nacionalismo en el País Vasco, ya en la fase en la que ETA está en decadencia desde el punto de vista operativo. Aquello adquiere vida propia y se traslada miméticamente al debate catalán, donde resulta muy chirriante. Esto ha empobrecido el debate en España. Que haya actitudes muy sectarias de la época de ¡Basta Ya!, que luego se aplican para cualquier problema nacional en España, consigue un enfrentamiento total y sin posibilidad de compromisos entre los que se definen como nacionalistas y los que se declaran antinacionalistas. Vamos a ponerlo entre comillas porque no está claro que los antinacionalistas oficiales no sean nacionalistas de signo español.

Estos intelectuales trataron de influir en las políticas que el Estado desarrollaba en la denominada «lucha contra ETA» y se extendió el «todo es ETA».

Sí, en buena medida. No solo a la sociedad, también a partes del Estado. Cuando se inicia el proceso de paz, jueces como Grande Marlaska, que claramente pertenecen a la esfera de influencia intelectual de ¡Basta Ya! comienzan a endurecer todo lo que pueden sus resoluciones para impedir incluso que haya diálogo entre Batasuna y PSE. Este tipo de actitudes cada vez más endurecidas cuando ETA manifiesta su voluntad de poner solución al problema histórico de la violencia han tenido consecuencias negativas no solo en la justicia, también en el periodismo o en la opinión pública, que cada vez tiene unas posiciones más intransigentes, más distanciadas de lo que se piensa en Catalunya o el País Vasco. La brecha entre Catalunya, el País Vasco y España en términos de opinión pública se ha ido haciendo más grande con los años. Y no es ajena al debate intelectual que se produce en torno a ¡Basta Ya!.

¿Ahí ubica la desaparición de lo que antes se promovía como verdad, que era que en ausencia de violencia se podía discutir de cualquier cosa?

Suena revolucionario, pero el PP lo firmó en su momento. Bueno, era AP.

¿Existe espacio para la pedagogía democrática y defender, por ejemplo, un referéndum en Catalunya?

Sus posiciones son democráticas, son compatibles con el funcionamiento de la democracia. Me parecen intransigentes y dogmáticos, pero es distinto del adjetivo democrático. Yo creo que hay muchas firmas que están en posiciones diferentes. Lo que sucede es que no gozan de la visibilidad mediática e institucional de los autores consagrados. La cuestión es por qué todos nuestros intelectuales de referencia comparten entre ellos estos puntos de partida que resultan empobrecedores, decepcionantes y poco rigurosos. Tiene que ver con cómo está configurado el entramado mediático cultural en España. No creo que falten voces alternativas, lo que pasa es que esas voces no obtienen el mismo eco que los intelectuales más consagrados.

En su libro desmonta los argumentos intelectuales del unionismo en contra de la consulta en Catalunya. En tiempos de crisis estructural del Estado, ¿se ha convertido el proceso soberanista en la fórmula con la que unificar criterios y tapar problemas?

No hay una explicación conspirativa, nadie explícitamente se ha planteado hablar de Catalunya para tapar los problemas de la crisis. Creo que lo que sucede es que a las élites políticas, económicas e intelectuales del país les preocupa más la cuestión nacional que la desigualdad, los estragos de la crisis, las diferencias generacionales entre jóvenes sin expectativas y adultos. Hay un sesgo muy característico de las élites que les hace distanciarse de la opinión pública. Esto es un ejemplo de la falta de porosidad de las élites hacia las preocupaciones de la ciudadanía. Este tipo de debates, que no digo que sean interesantes ni importantes, sobre el encaje de Catalunya en España, sobre si los vascos apuestan por la ruptura, es uno de los entretenimientos favoritos de nuestras élites. Y explica por qué están orientados a posiciones tan derechistas.

¿Un referéndum no serviría para desatascar la situación?

Sí, claro. Yo ya defendía que para conseguir la máxima colaboración del PNV en la lucha contra ETA lo mejor era que el Estado se comprometiera a la celebración de un referéndum una vez que ETA hubiera desaparecido de la vida política vasca. Llevo ya 15 años defendiéndolo. En el caso de Catalunya me parece aún más claro. La demanda no diré que sea unánime, pero hay alrededor de un 85% de la sociedad catalana que desearía celebrar el referéndum. En ese porcentaje hay muchos votantes de PP y Ciudadanos. Tendría unos efectos muy saludables para el sistema, porque obligaría a una negociación entre las partes y a un debate sin cortapisas en el que habría que cuidar mucho los argumentos tanto a favor como en contra. Rompería muchos de los tabúes que hay sobre la cuestión nacional en España. Soy muy escéptico de que vaya a suceder, porque lo que veo es cómo se van endureciendo las posiciones. Uno que los impedimentos que se ponía a Pedro Sánchez era contar con la abstención de los independentistas. Hay que recordar que Zapatero en 2004 salió elegido con el voto de ERC, y ERC ya era independentista en 2004. Lo que a todo el mundo le pareció normal entonces, nos parece ahora revolucionario.

Hace mención a la «frivolidad intelectual». ¿Cree que se ha extendido con las tertulias televisivas?

Los autores de los que hablo no participan casi nunca, se ven por encima. Desde su punto de vista, las tertulias degradarían un poco su prestigio cultural. Creo que, a pesar de los personajes que aparecen en estos programas, a pesar de los Eduardo Indas, ha sido positivo que existan estos programas. Antes teníamos una ausencia de debate político muy llamativa. Mejor que tengamos esto a no tener nada.

En el libro se deja por el camino algunos de los comentaristas ultras como Herman Tertsch o Federico Jiménez Losantos. ¿Precaución ante su reacción?

No ha sido por temor, ya sabía yo que los criticados iban a reaccionar de forma furiosa como de hecho ha ocurrido. No me da más miedo Jiménez Losantos que Jon Juaristi enfadado. Creo que este último da más miedo, como puso de manifiesto en unas columnas durísimas que escribió contra el libro. Creo que Jiménez Losantos, que es una persona muy inteligente, no pertenece al ámbito del intelectual. Admito que en el libro no he utilizado una definición funcional de intelectual, que lo hago un poco por descarte, pero considero que intelectuales son aquellos que intervienen en el debate público no siendo periodistas ni políticos.

Uno de los conceptos que maneja es el de la «cultura de amiguetes». ¿Ha perdido muchos tras publicar este libro?

Amigos no he hecho. Una de las ventajas es que tampoco los conozco. Ni son amigos ni enemigos. Son figuras públicas y yo critico sus opiniones, no sus personas. En general, las respuestas, como yo anticipaba en el libro, han llegado desde la ofensa personal o el desprecio. Eso me resulta muy decepcionante. Me ha servido para confirmar muchas de las cosas que pensaba. Ni uno se ha prestado a un intercambio de argumentos, todo han sido indirectas o insultos.

Al poner ejemplos sobre la «frivolidad intelectual» menciona la generosidad con la que usa el término «fascista», que comenzó a emplearse en tiempos de ¡Basta Ya! contra el independentismo vasco y ahora se extiende a Catalunya o Podemos.

Hay un abuso completo, una necesidad constante de, cuando te opones a alguien, hacerlo pasar por fascista, totalitario, nazi... y esto es muy empobrecedor, es un simplismo grosero. En el libro pongo algunos ejemplos. En concreto, en los años de gloria de ¡Basta Ya!, esta idea de que ETA era como el partido nazi y el PNV como el Zentrum Católico de Alemania en los años 30. No tengo ninguna simpatía por ETA, le he criticado siempre, pero me parece ridículo este tipo de comparaciones. Es revelador de una cierta pereza intelectual. Como no sabemos muy bien cómo organizar la crítica recurrimos al primer espantajo que tenemos a mano que es el fascismo, el nazismo, el totalitarismo. Entonces, «todo ETA es fascismo», todo el nacionalismo es totalitario en su concepción última, y así sucesivamente. Esto lo que hace es cerrar puertas e impedir que haya un intercambio razonable de argumentos.

Es habitual escuchar que «Hitler llegó al poder con los votos» para criticar la democracia.

Existe una especie de guardianes de la democracia que cuando alguien cuestiona lo que para ellos son las verdades últimas del sistema se le da con la cachiporra del fascismo. Es un nivel de argumentación muy pobre. Decir que, «si Podemos ganase, España sería como Albania en los tiempos comunistas» es que no va a ninguna parte. Es sintomática de lo mucho que han bajado los niveles de autoexigencia en nuestros intelectuales. Se conforman con cualquier argumento prefabricado que les den.