XANDRA ROMERO
SALUD

Diferencias de género ¿también en nutrición?

Por desgracia, que los hombres y las mujeres somos tratados de forma distinta en la gran mayoría de áreas no es algo del pasado. Sin embargo, cuan cierto es eso de plantearse ¿somos iguales? No me malinterpreten, deberíamos ser iguales en cuanto a derechos, respeto, oportunidades laborales, sueldos y un largo etcétera… no obstante, nuestro cuerpo, nuestro organismo y sobretodo nuestras hormonas son sustancialmente diferentes y, debido a esto, nuestro metabolismo no se comporta exactamente igual. Es por esto que, en general, hay más mujeres obesas que hombres obesos.

La grasa localizada subcutáneamente en caderas y muslos es el patrón de grasa típico femenino, en tanto que la grasa centralizada en el tronco, particularmente de forma visceral, es un patrón más masculino. Esta distribución está determinada en gran medida por las hormonas y, por tanto, las diferencias tienden a igualarse cuando las mujeres alcanzan la menopausia y su grasa se empieza a distribuir en la zona abdominal como en los hombres.

Se está viendo que la ventaja evolutiva de las mujeres por la acumulación de grasa contra la escasez, que históricamente produjo una mayor salud y longevidad, está en los últimos tiempos contrarrestada por el aumento de los riesgos de la obesidad, de las enfermedades metabólicas y del cáncer. Es decir, ya no vivimos más que los hombres y si lo hacemos, vivimos peor por estar más enfermas que ellos y que nuestras antepasadas.

Y es que este hecho, aunque aún no está bien reconocido, es apoyado por estudios bien conducidos que muestran que la obesidad puede ser una mayor desventaja de salud para mujeres que para hombres. De hecho, los datos de estudios sobre la relación entre el índice de masa corporal y la incidencia de diabetes tipo 2 documentan, por ejemplo, que para el mismo grado de sobrepeso y obesidad el riesgo de desarrollar diabetes es mucho mayor para mujeres que para hombres. Concretamente una mujer obesa tiene un riesgo de desarrollar diabetes cuatro veces mayor que los hombres con el mismo grado de obesidad.

Además de una mayor acumulación de grasa, tenemos respuestas metabólicas diferentes, como un menor metabolismo basal (gastamos menos calorías en estar vivas), utilizamos menos las grasas tras las comidas y después de estas acumulamos más grasa y, además, tenemos mayor capacidad de expansión del tejido graso con una dieta inadecuada (engordamos más fácilmente).

Por lo tanto, también tiene lógica que respondamos de forma distinta que los hombres a las dietas de reducción de peso típicas, con una pérdida menor de grasa abdominal y mayor riesgo si somos sedentarias.

Por ejemplo, se ha demostrado cómo en las mujeres que combinan la dieta con el ejercicio físico mejora la acción de la insulina más que solo con la dieta y más que en los hombres. Además, el ejercicio solo sin combinación con la dieta reduce la grasa total, grasa abdominal y la resistencia insulínica más que en los hombres.

Epidemiológica y estadísticamente los datos de estudios de intervención sugieren la necesidad de un enfoque de género diferencial en cuanto a la nutrición, a la prevención del riesgo y la promoción de la salud de las mujeres, según se concluye en la “Revista Española de Nutrición Humana y Dietética” en un estudio realizado este mismo año.