TERESA MOLERES
SORBURUA

Árboles simbólicos

El cedro, el ciprés, la tuya y la palmera eran árboles sagrados para los pueblos antiguos del Mediterráneo, que valoraban su longevidad, producción de frutos, madera imputrescible y olor agradable. Estos ejemplares representaban la vida y la fecundidad. En Creta creían que en el interior de las columnas de madera vivía el alma de los árboles sagrados a los que rendían culto, así que un grupo de columnas de un templo de esta isla griega era algo así como un bosque sagrado. Aristóteles escribía en la Antigua Grecia que si alguien cortaba un olivo sagrado era castigado con la muerte. Incluso cultivar alrededor de este árbol estaba prohibido.

Los romanos sustituyeron los bosques sagrados por jardines sagrados, de los que no se podía sacar beneficio porque las plantas solo tenían carácter simbólico. Adoraban la higuera, que según la leyenda había contribuido a salvar la vida de Rómulo y Remo, y crecía rodeada de un olivo y una viña.

Para los pueblos germánicos el abeto del norte representaba la inmortalidad por su verde profundo y perenne, mientras el ruido de las ramas agitadas por el viento les producía «escalofríos de terror». Llevaron su fascinación por los bosques hasta la pintura gótica. Por su parte, los británicos del XVIII hicieron del roble el emblema de Inglaterra y con su madera construyeron los barcos de la Armada. Más tarde, los paisajistas individualizaron ese árbol como un ser viviente con personalidad propia.

En China, en el “Libro de Canciones” de hace 3.000 años se mencionan por primera vez las flores del melocotón, alegoría de buena suerte y longevidad: «La floración del melocotón asoma por detrás del bosque de bambú; los patos flotan perezosos en el manantial de primavera», se lee en el párrafo. Desde entonces, esas fragantes flores rojas se combinan con las hojas verdes del sauce componiendo el paisaje del sur de China.

Una costumbre muy arraigada en Europa consistía en plantar un árbol cuando nacía un niño. En Roma era un ciprés para la hija recién nacida; los germánicos optaban por el manzano si era varón y el peral si era niña. Más reciente, en la película “Amama” (2015) su director y guionista Asier Altuna muestra una situación parecida: por cada hijo nacido en el caserío se planta un árbol que luego se pinta.