IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

El reflejo de una ilusión

Percibir la realidad, entender lo que ocurre es fundamental para enfrentarse a la tarea de vivir, pero también se torna imprescindible para afrontar la comprensión de la arquitectura. Muchos son los campos que han estudiado esta condición. La física, la medicina, la geometría o la filosofía han intentado concretar cuáles son los fenómenos que intervienen en nuestro entendimiento del mundo que nos rodea. Al fin y al cabo la percepción no es otra cosa que la manera en la que nuestro cerebro interpreta los diferentes estímulos que recibe a través de los sentidos para formar una impresión consciente de la realidad del contexto por el que nos movemos. Son, por tanto, un conjunto de procesos químicos, nerviosos, pero también mentales y analíticos, mediante los cuales una persona selecciona, organiza e interpreta la información proveniente del exterior para, basándose en su conocimiento, intuición y lógica, responder o actuar ante las diferentes situaciones que se plantean en nuestra cotidianeidad.

Pero evidentemente cada campo científico o artístico ha hurgado en los mecanismos de la apreciación con sus propios fines. Unos para afinar nuestro organismo como la medicina, otros para llevarlos a las tecnologías más punteras como en el caso de la física, y otros para alterarlos, jugar con ellos como sucede con el arte o la propia arquitectura. Juguetear con los mecanismos que rigen la percepción del espectador supone para el arquitecto la posibilidad de organizar un mundo de sorpresas o desequilibrios que retan a la seguridad que el conocimiento previo del mundo nos rodea. Desde Borromini, alterando la perspectiva en la Galería Spada, hasta el maestro Escher, con sus mundos geométricos pero imposibles, han jugado con esos mecanismos que nuestro cerebro está tan acostumbrado a surcar que cuando topa con ellos no es capaz de interpretar realmente.

El artista estadounidense Doug Aitken ha construido una pequeña estructura en forma de casa, revestida de arriba a abajo con placas metálicas espejadas, en el desierto de Palm Springs. La obra, a medio camino entre la arquitectura y la escultura, lleva el título de “Mirage”, espejismo, y reconstruye a modo de arquetipo la abstracción de una casa americana unifamiliar suburbana. Sus fachadas se recubren de superficies que reflejan el entorno y camuflan la estructura, produciendo en el espectador una suerte de espejismo, de desajuste de la captación. De algún modo el paisaje parece en ocasiones fluir apoderándose del volumen construido, desdibujando sus límites, eliminando su materialidad.

Como el propio Aitken ha explicado, Mirage destila el reconocible y repetitivo hogar suburbano en la esencia de sus líneas, pero desaparecen en el vasto paisaje del desierto absorbiéndolo mediante el reflejo, generando una situación equívoca. No se sabe si el entorno ha reabsorbido la arquitectura, o si por el contrario es la obra construida la que se ha apropiado del marco natural.

La vivienda, que intenta jugar con la idea de lo que podría ser en el futuro un rancho en el paisaje californiano, fue creada para su instalación durante el X Festival de Arte del Desierto. Para esta edición del certamen se han instalado dieciséis obras de arte a lo largo del árido paisaje del Valle de Coachella.

El oeste americano. Desde un punto de vista tipológico, la propuesta de Aitken ofrece una continuidad con las ideas del revolucionario arquitecto americano Frank Lloyd Wright. La casa urbana debía responder al estilo de los inmuebles de los primeros colonos, es decir, a la tipología de los ranchos tradicionales del oeste americano. Un estilo que fue desarrollándose en la región gracias a un grupo de arquitectos durante los años 20 y 30. Después de la Segunda Guerra Mundial, la simplicidad del estilo ganó popularidad, ya que los constructores comerciales emplearon sistemas de producción en serie, de línea de montaje, para crear esta forma eficiente, igualando en producción el rápido crecimiento de los suburbios.

Esta imagen del rancho en serie, producido en masa, se convirtió en el modelo de vivienda familiar a lo largo de todo el país, por lo que fue llenando el paisaje estadounidense rápidamente. Aitken reconfiguró la idea de la casa suburbana, eliminando a sus habitantes y sus posesiones, al quitar las puertas y ventanas para que la estructura fuese totalmente abstracta, esencial. En el interior, las superficies reflectantes crean de nuevo otro juego visual, un efecto caleidoscópico destinado a evocar confusión en lugar de comodidad. De este modo ya no queda de la familia americana más que su casa, enfrentada, por cierto, a esa confusa relación con el contexto, del que solo la salvará un cambio en nuestra forma de mirar, un nuevo modo de articular nuestra percepción.