IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Ausentarse frente al enemigo

El estudio danés BIG, Bjarke Ingels Group acaba de inaugurar el Museo Tirpitz, un edificio integrado en la topografía de las dunas de arena que actúa como un suave contrapeso a la dramática historia que la Segunda Guerra Mundial dejó en Blåvand, un pequeño pueblo de la costa oeste de Dinamarca.

El nuevo edifico escondido en el terreno se contrapone a un potente y masivo búnker alemán que ha sido restaurado interiormente e integrado en los espacios del museo. Así el proyecto se presenta como un museo polivalente y centrado en la memoria de la guerra, en una de las regiones más visitadas de Dinamarca. La nueva construcción enterrada cuenta con 2.800 m² y espera atraer alrededor de 100.000 visitantes al año. El lugar combina la historia y el paisaje en un entorno idílico pero que fue escenario de sangrientas batallas, por lo que fomenta tanto la contemplación como la interacción.

La nueva arquitectura busca ser la antítesis del búnker Tirpitz de la Segunda Guerra Mundial, por lo que el objeto hermético y pesado es contrarrestado por la ligereza y la apertura del nuevo museo. Las galerías se integran en las dunas como un oasis abierto en la arena, en un fuerte contraste con el monolito de hormigón de la fortaleza nazi, que además tiene algo de primitivo ya que nunca fue acabado ganando en cierto modo en abstracción. El búnker sigue siendo el único hito de una herencia oscura no tan lejana que, gracias a la integración en el paisaje, permite que la nueva construcción siga dominando la costa danesa con su presencia silenciosa. El entorno queda sometido por los senderos que recorren, entre una vegetación baja, las dunas descendiendo para reunirse en una especie de claro central que se convierte en el acceso al complejo. Este espacio introduce la luz del día y el aire.

Tirpitz Museum de Blåvand integra cuatro instituciones independientes: un museo del búnker, un museo sobre el ámbar que se extrae en la región, un área dedicada a la biología de la región y una galería de exposiciones temporales. Por este motivo, el edificio surge como la intersección entre dos cortes precisos en el paisaje, que dividen el solar en cuatro sectores, uno por cada uso previsto. El museo trata además con sensibilidad el paisaje y la naturaleza del entorno, haciéndose únicamente visible en una inspección más cercana tras un paseo a través de las dunas, para llegar a su corazón abierto. Un espacio central profundamente integrado en la topografía, a diferencia del búnker, que busca dominar con su presencia toda la costa. Esta disposición permite organizar el programa alrededor de una plaza central abierta, pero que al mismo tiempo queda protegida por el paisaje que la rodea. Gracias a esta geometría los espacios interiores están llenos de luz natural mientras disfrutan de vistas sobre las dunas circundantes.

Un edificio «antimilitarista». La nueva arquitectura es a la vez crítica y respetuosa con el búnker. Como antítesis al volumen sólido se presenta como un vacío, transparencia contra masividad y gravedad, lo que en uno es luz en el otro es sombra y contrapone una ligereza que podríamos calificar de contemporánea, frente al hermetismo bélico del hormigón. Por este motivo el museo podría sentirse como antítesis del carácter militarista, cerrado, oscuro y pesado del que iba a ser el mayor cañón del muro atlántico nazi. El búnker fue una máquina de guerra sin puertas o ventanas, y su masa rugosa rechaza cualquier referencia a la escala humana. Por el contrario, el museo se lee como un edificio reposado, amistoso que invita al visitante a entrar y descubrirlo. Con ese clima, el nuevo edificio crea un telón de fondo tranquilo para las exposiciones y las colecciones, con materiales naturales y cálidos que realzan la experiencia delicada del espacio.

A pesar de su gran dimensión, su presencia queda minimizada gracias a una estructura de hormigón realizada in situ, que ofrece espacios interiores ininterrumpidos, realizados con grandes voladizos con planos de hasta 13 metros. La estructura de esta cubierta fue internamente reforzada con un postesado, por lo que tiene en su interior una compleja red de cables que permite ese reto estructural. Esa proeza de la ingeniería ha permitido que la cubierta se convierta en una duna artificial, en la que se asienten la arena y la flora silvestre, haciendo el museo prácticamente invisible.

En resumen, la propuesta se centra en la relación entre las dos piezas, proponiendo un esquema en el que un bloque de hormigón que queda varado en el paisaje se enfrenta a una ausencia, a una edificación que se auto niega desapareciendo bajo la duna. Y al ausentarse de su cita, la nueva arquitectura respeta la presencia del antiguo búnker, pero también lo niega calificándolo de enemigo.