XANDRA ROMERO
SALUD

Cuando los niños no quieren comer

Puede que el comienzo del curso escolar resulte para la mayoría algo rutinario: vuelven las prisas, los horarios de cenas con los txikis, preparar almuerzos... Pero quizá algunos padres o madres se encuentren con que sus hijos empiezan a rechazar algunos alimentos, convirtiendo esta “vuelta al cole” en un infierno.

Este problema se conoce como alimentación selectiva y se estima que, aproximadamente, el 50% de los niños presentan estos comportamientos. Lo más usual es que se rechacen algunos alimentos concretos, principalmente por su olor, textura o sabor.

El problema comienza cuando los niños no quieren comer prácticamente nada y se niegan a probar nuevos alimentos. La tendencia de los más pequeños a rechazar nuevos alimentos se conoce como neofobia y es una etapa natural que va aumentando desde los tres hasta los seis años. Luego, por lo general, se empiezan a aceptar mejor algunas comidas.

Este periodo, a pesar de ser una etapa natural, es a la vez un momento crítico en el que la forma que tengan los progenitores de manejarlo puede marcar serias diferencias. Un claro ejemplo es desarrollar este comportamiento selectivo frente a la comida y que éste, lejos de solucionarse, convierta a estos niños en adultos “tiquismiquis” a la hora de sentarse a la mesa. Estos adultos jamás habrán aprendido a comer bien y serán, quizá, personas incapaces de comer sano y carne de cañón para pasarse la vida a dieta sin lograr adelgazar. Otro inconveniente importante, de no poder ponerle freno a esta etapa, es el riesgo de una dieta insuficiente en cuanto a ciertos nutrientes que se encuentran en los alimentos rechazados y que, normalmente, son esenciales durante las etapas del crecimiento y desarrollo como vitaminas y minerales.

La forma adecuada de evitar estas situaciones es incluir desde el inicio en la dieta de los niños todo tipo de alimentos, de manera que se acostumbren a las diferentes texturas y sabores de estos.

Los expertos explican que si a un niño se le presenta de forma repetida un nuevo producto que no le gusta, terminará aceptándolo al cabo de unos diez o quince intentos. De modo que la clave está en tener paciencia y ofrecerle ese producto dos o tres veces a la semana, cocinado y presentado de diferentes maneras, hasta que termine probándolo.

Otro truco para empezar a catar nuevos sabores o repetir los alimentos previamente rechazados es presentarlos en pequeñas cantidades. Así resulta mucho más fácil que el niño lo quiera probar. También recordemos que aprendemos por imitación, por lo que si los niños no ven a sus padres comer esos alimentos, va a ser más difícil o casi imposible que se animen a degustarlos.

No obstante, si aún así se niega a probar algo varias veces, podemos buscar alimentos alternativos que le aporten los mismos nutrientes ya que, al igual que a nosotros, no tienen por qué gustarles toda la comida.

Es preciso recordar que un simple «no quiero» o «no me gusta» del niño ante un plato tiene que ser gestionado con tranquilidad e inteligencia. Sin embargo, esto no siempre se cumple y acabamos perdiendo los nervios y gestionándolo fatal. Algunos ejemplos de lo que solemos hacer y hay que evitar son cosas como distraerles con el móvil, tablet, televisión u otros soportes, porque esto hace que no aprendan a comer de forma consciente.

Tampoco se debe chantajear con el hecho de que, si se comen la comida, le comprarán algún juguete o le dejarán hacer algo que el niño quiera. Ni mucho menos recurrir a las amenazas u obligarles a meterse la comida en la boca porque, a parte de ser cruel, convierte el momento de reunirse en la mesa en algo tenso y desagradable, evitando que aprendan a disfrutar de la comida. Y, además, no funciona. Ante la desesperación, no hay que permitir que ingiera cualquier cosa (galletas, pan, pasta, etc.) con tal de que coma. Así que ante todo, hay que tener paciencia para no caer en estos errores y poner en práctica las estrategias que sí funcionan.