Maider Eizmendi
DE catalunya AL MUNDO

Un paseo por la transformación urbanística de Barcelona

Podríamos haber optado por una ruta temática en torno a los lugares más turísticos y mezclarnos entre las miles y miles de personas que recalan en Barcelona cada día o, quizás, elegir un itinerario más cultural y visitar los museos de la capital catalana... Pero 7K ha querido conocer cuál es en la evolución urbanística de la ciudad pateando sus calles y conociendo sus rincones junto al geógrafo urbanista Jordi Borja.

Me enamoré de una ciudad gris, sucia y mal vestida, en muchos aspectos hambrienta, aún atemorizada de su muy larga posguerra». De esa manera marca Jordi Borja (Barcelona, 1941), el inicio de la relación apasionada que mantiene con la ciudad que le vio nacer.

Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne; presidente del Comité Académico de los programas de posgrado de  Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y presidente también del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales), ha sido parlamentario del PSUC y ha ocupado diferentes cargos en el Ayuntamiento de la capital catalana, y desde ellos ha sido uno de los artífices del «gran experimento» de la innovación urbana en Barcelona, centrada sobre todo en dar prioridad al espacio público y redistribuir equipamientos y servicios a los barrios periféricos. De su mano, 7K ha recorrido la ciudad costera, en una ruta que, lejos de los lugares turísticos más visitados, pretende mostrar los lugares y rincones más significativos desde un punto de vista urbanístico.

Iniciamos nuestro itinerario desde el final de La Rambla. Uno de los lugares más visitados de la ciudad, sorprendentemente se muestra durante esta visita casi vacía. No es lo habitual. Desde la estatua de Colón, situada al final de esta céntrica avenida, caminamos frente al mar. Según nos señala Borja, en general el hecho de abrir la ciudad al mar fue una de las operaciones más exitosas que se han registrado, ya que significó la recuperación de una zona de litoral abandonada, ocupada antaño por antiguas industrias y chabolas, y por las vías del tren y otras infraestructuras posteriormente. A paso lento avanzamos por el paseo, donde ciudadanos y ciudadanas practican algún tipo de actividad física o simplemente transitan. Y llegamos a la Barceloneta, lugar en el que Airbnb y su gran oferta de apartamentos turísticos ha transformado complemente su día a día. «A mí me molesta cómo el turismo está desnaturalizando la Barceloneta. Yo voy a comprar a su mercado, pero han ido desapareciendo los puestos de productos locales y más baratos. En la pescadería, por ejemplo, antes había más oferta de pescado y tenían especies más baratas, y ahora fundamentalmente hay salmón, porque es lo que comen los europeos», cuenta. Tal y como afirma, el turismo representa a día de hoy entre el 15 y el 20% del PIB total y, por lo tanto, «¡ya es hora de decir ‘basta’!». Una de las propuestas del urbanista barcelonés es crear herramientas para deslocalizarlo, aunque entiende que «en una economía de mercado, no es fácil».

Los Juegos Olímpicos del 92. Proseguimos el camino hacia la Villa Olímpica. «La edificación de esta zona sirvió para enterrar el ferrocarril y facilitar y sanear el acceso a las playas que, desde finales de los años 50, eran no utilizables», afirma Borja.

Desde una perspectiva más general, la candidatura y los consiguientes Juegos Olímpicos sirvieron, según manifiesta el urbanista, para pasar de proyectos pequeños a edificar grandes infraestructuras, pero siempre teniendo en cuenta su utilidad posterior. «Se hizo la ciudad no para los Juegos, sino para después de los Juegos. Y es que un acontecimiento de este tipo es una oportunidad si se sabe primero qué es lo que la ciudad necesita y se pone el acontecimiento al servicio de ese objetivo. Es decir, no pensamos ‘vamos a hacer los JJOO’, sino ‘vamos a utilizar los juegos’», subraya. En aquella época se acometieron proyectos más potentes de trasformación. «Desde la muerte de Franco hasta finales de los 80, lo que hicimos fue acupuntura; es decir, respondimos con proyectos más pequeños las necesidades más urgentes de la población: aquí falta un centro social, aquí falta una placita, aquí falta que llegue el transporte público... Pero tras obtener la candidatura se emprendieron proyectos de otra envergadura que ya teníamos en mente: sacamos los vehículos de la ciudad planeando la ronda; se abrió la ciudad al mar con la Villa Olímpica...». Recuerda a este respecto que en todos los carteles de la época se podía leer: “Estamos haciendo la ciudad del 93”. También incide en que todo aquello sirvió de palanca: «Se hizo en cuatro años lo que se habría tenido que hacer en veinte».

Volviendo a la remodelación de la Villa Olímpica, según Borja, esta hubiera podido limitarse a ser un barrio residencial de clase media, pero «es también un gran espacio recreativo popular y acoge grandes equipamientos culturales y universitarios», porque, a su entender, incluso cuando se edifican conjuntos de viviendas es posible y deseable construir lo que él llama espacios de transición. También lo es que los barrios no sean segregadores y especializados, pero no en todos los proyectos se consigue. Un ejemplo de ello lo encontramos no muy lejos, en la zona denominada Diagonal Mar. Lo importante para Borja es «crear ciudad» y no todos los proyectos ayudan a ello. Esta última sería una expresión de los que llamaría “arquitectura urbanicida”, «un urbanismo de mercado que en lugar de enfrentarse con sus efectos desequilibradores se adapta a sus dinámicas, vende la ciudad al mejor postor y deja que se extienda una urbanización difusa que multiplica las desigualdades sociales».

El siguiente destino es la futura estación de La Sagrera del AVE, un proyecto iniciado en el centro del cuadrante este barcelonés, de centenares de hectáreas, que tiene como motor la estación ferroviaria. El retraso ha hecho que este plan, «la única gran operación posible por su tamaño», se mantenga aún como proyecto. No obstante, en palabras de Borja, se trata de una pieza fundamental para el conjunto de la transformación de esta zona de la ciudad.

Impulsar los espacios públicos. En el extremo norte de Barcelona se encuentra el distrito de Nou Barris. Para referirse a la reconversión de este área es imprescindible mencionar el valor y la fuerza del movimiento popular, que durante los años 70 tomó fuerza, convirtiéndose en uno de los referentes de los barrios de Barcelona y el resto de Catalunya, e impulsó una tranformación que, en décadas posteriores, tuvo eco incluso en revistas internacionales. Tras ella, Nou Barris, una zona que anteriormente era un espacio marginal y desconocido de la ciudad, pese a tener una población de más de 170.000 habitantes, quedará integrada en la urbe y adquirirá, ya en los noventa, un grado de calidad urbana basada en la rehabilitación de las viviendas, la existencia de equipamientos y de espacios públicos que le confieren centralidad funcional y simbólica y la accesibilidad, tanto de la zona con relación al conjunto de la ciudad como entre los barrios. «Se trataba de dar calidad al espacio». Recuerda Borja que hubo gente que tachó de derroche el gasto que se hizo en el lugar; en su opinión, «más que de lujo se trató de hacer justicia».

Uno de los estandartes de este cambio es la actual sede del Consejo del Distrito, antiguamente un hospital psiquiátrico, y el parque construido en la zona contigua a este edificio. «El hospital psiquiátrico, que era enorme, albergaba una treintena de enfermos, de los cuales más de la mitad dormían en su casa. Claro, era mucho más práctico ponerlos, según su situación, en pisos con cuidadores y aprovechar el edificio para un uso público», recuerda, al tiempo que indica que «la calle y la plaza son el espacio colectivo por excelencia», porque se necesitan lugares de encuentro. «La relación con la ciudad y entre los ciudadanos es una relación de contacto, oral y sensorial, de hablarse y verse, de escucharse y tocarse, de olerse y de observarse». Y es que Borja es un firme defensor de los espacios públicos y cree necesario «valorizar, defender y exigir el espacio público como la dimensión esencial de la ciudad» e impedir «que se especialice, sea excluyente o separador».

Dirigiéndonos en dirección al túnel de Rovira, nos encontramos con el barrio del Carmel. Delimitado por tres colinas pertenecientes a la sierra de Collserola –la del Carmelo, la de la Creueta del Coll y el Turó de la Rovira–, una de sus principales características, a primera vista, es su escarpada orografía. Incluso desde dentro de un vehículo, la imagen que se le presenta al visitante al comienzo de la calle de la Murtra es de vértigo. Por ello, las escaleras mecánicas que se han construido han contribuido, y mucho, a mejorar la accesibilidad de El Carmel.

La regeneración de este barrio, especialmente desfavorecido además de por su complicada topografía por la falta de comunicación con otras zonas de la ciudad y un excesivo crecimiento durante la oleada migratoria, ha resultado ser también un hito en la tranformación de la ciudad. Desde allí, precisamente desde el búnker del Carmel –construido durante la Guerra del 36 para proteger la ciudad de los aviones fascistas–, se pude admirar una de los mejores vistas de la ciudad, por lo que también se le denomina, “balcón” de Barcelona.

Cerca, muy cerca, está el conocido parque Güell, uno de los espacios verdes más emblemáticos de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad y considerado como una de las obras más importantes del arquitecto Antoni Gaudí. Seguimos bajando hacía la plaza de las Glorias y desde allí realizamos nuevamente el recorrido hasta el centro urbano, transitando por el Paseo de Gracia y la plaza Catalunya que, a primera hora de la tarde, se presenta rebosante de viandantes en un imparable ir y venir. Desde allí, nos introducimos en el centro histórico o Ciutat Vella, «un ejemplo de cambio radical». Recuerda Borja que en los años 70 la zona perdía población rápidamente –de 220.000 habitantes en 1960 pasó a 100.000 en 1980– y principalmente estaba constituido por barrios degradados que combinaban centros administrativos, culturales y comerciales. «Su transformación empieza a finales de los 80, pero se desarrolla en los años 90».

Ahora, después de conocer una reforma de sus funciones urbanas y usos sociales, sin alterar su morfología y conservando el contenido popular y patrimonial, se podría definir, en palabras de Borja, como «clásica, antigua y moderna, localista por dentro, cosmopolita por fuera, trabajadora y turística, popular y burguesa, lugar del poder siempre e insurreccional periódicamente». Y, cómo no, la principal expresión de la historia de la ciudad.

Tal y como se observa durante esta ruta, se ha hecho mucho, pero aún hoy existen asignaturas pendientes, y de gran calibre además. Por ejemplo, afirma este urbanista que probablemente se debería haber llevado a cabo una política más ambiciosa de trasporte público. «Cuando hablamos de transporte público tenemos que tomar como referencia la Barcelona metropolitana, porque una parte importante de los vehículos que cada día contaminan la ciudad vienen del entorno metropolitano. ¿Por qué? Porque no existe una buena red de cercanías». No únicamente en este aspecto, pero en su opinión, es imprescindible tomar en consideración además de lo que engloba los límites de la ciudad, también el área metropolitana, que en el caso de Barcelona la conforman la ciudad y una treintena de municipios.

Asignaturas pendientes. Otra de las carencias principales que señala Borja es la vivienda y la desigualdad que de esta escasez deriva. «Durante los años 80 y 90 ha habido muy poca vivienda en Barcelona por parte del sector público y tampoco ha habido una política del control del suelo». Es a partir de esta década, los 90, cuando comienza, según señala, la última etapa de la transformación de la Ciudad Condal, más caracterizada por la apropiación privada del suelo y una urbanización desmesurada en la región metropolitana, donde el suelo urbanizado «se ha duplicado en diez años (1996-2006)». Las desigualdades en este aspecto han aumentado y «han provocado que incluso gente con empleo sea pobre». Por lo tanto, en opinión de este urbanista, hay que dar prioridad a una política centrada en el control del suelo y que, entre otros aspectos, también tenga en cuenta el acceso a un crédito hipotecario, «sin que la gente dependa de los bancos que te engañan y que han provocado la crisis y el empobrecimiento de la ciudadanía».

Apela a una ética profesional en el área del urbanismo. «Se hacen cosas que ya se sabe que no se pueden hacer, que se saben que son malas para la vida del barrio y para los residentes. Por ejemplo, es una barbaridad hacer viviendas sociales lejos de todo, porque los sectores populares son los que más necesitan la ciudad», afima. Y además, incide en la diversidad: «La ciudad no es solo un significante, es también un significado; tiene que trasmitir cultura, tiene que transmitir referencias, elementos icónicos, elementos de identidad... Cada barrio debe ser distinto, debe tener su personalidad, como la tiene que tener cada ciudad».

Borja subraya que evidentemente la ciudad no está terminada. Todavía hoy hay que seguir “haciendo ciudad”. En ese contexto se enmarcan algunas de las actuaciones que ahora se están ejecutando, como por ejemplo el proyecto Superilles, los nuevos carriles bici, la nueva red de autobuses ortogonales, el proceso de recuperación de la antigua prisión Modelo, el protocolo de contaminación... Además de todas las iniciativas llevadas a cabo de cara a controlar las afecciones del turismo, mucho más mediáticas y conocidas.