Amaia Ereñaga
CRÓNICAS DEL SIGLO XX

Lo que ven los ojos de Bruce Davidson

Bruce Davidson (1933), uno de los nombres clave en la fotografía estadounidense de posguerra, se explicaba así en una de sus entrevistas más recientes: «En mis trabajos empiezo como un ‘outsider’ (alguien que observa un grupo desde fuera), generalmente fotografiando a otros ‘outsiders’. Luego, en algún momento, salto la línea y me convierto en un ‘insider’, alguien que lo hace desde dentro. Yo no soy un observador desapegado». El que avisa no es traidor. Sus crónicas fotográficas sobre el mundo convulso que le ha tocado vivir se pueden ver en la bilbaina sala Rekalde.

«La fotografía es algo casi subliminal. Puede ser una mirada o un detalle de la ropa. Simplemente tienes que dejarte llevar. Cuando era niño y jugaba al beisbol, solo con oír el golpe del bate dándole a la pelota ya sabía que había conectado. Es lo mismo en la fotografía: a veces, al oír el clic del obturador, sabes que has atrapado algo realmente especial».

Gales, 1965. © Bruce Davidson / Magnum Photos

Posiblemente a Bruce Davidson, que sigue activo dando conferencias a sus 84 años, lo de ser considerado un “elefante sagrado” de la fotografía del siglo XX le sonará a que quieren jubilarlo del todo. Podría hacerlo, porque su trabajo es tan impresionante y completo, además de comprometido, que podría satisfacer al más exigente. No en vano ha retratado cuestiones tan esenciales como los derechos civiles, la violencia, la pobreza, el racismo y la inmigración. Aunque dudamos de que dé con gusto el paso de colgar la cámara, porque, para él, la fotografía es su forma de mirar y de enfrentarse al mundo. Así lo lleva haciendo desde pequeño: nacido en Oak Park (Illinois, EEUU) el 5 de setiembre de 1933, Bruce empezó a sacar fotos a los 7 años con una cámara muy básica que le regalaron. Años más tarde, cuando acompañó a un amigo a la tienda de revelado donde trabajaba, quedó enganchado por la magia de aquel «misterioso proceso» y convenció a su madre, una madre soltera que trabajaba en una fábrica local de torpedos, para que le construyera una habitación oscura en el sótano de su casa. «Mi madre era muy independiente y nos alentó a mi hermano y a mí a ser de la misma forma y a perseguir lo que queríamos. Él se convirtió en un científico y yo encontré mi camino en la vida a través de la lente de una cámara. La he utilizado para grabar mis sentimientos sobre el mundo. Y lo sigo haciendo», declaraba hace unos años a Sean O’Hagan, el crítico de fotografía de “The Observer”. Uno de los pocos críticos en esta disciplina que existen en prensa, por cierto.

 

«Yo estaba retratando el final de algo, el del último show circense. La televisión ha acabado con los artistas de circo y puedes captar en las fotografías esa sensación de tristeza, de nostalgia de un tiempo pasado».  

Jimmy Armstrong, The Palisades. New Jersey, 1958. © Bruce Davidson / Magnum Photos

 

Cuando era alumno del Instituto de Tecnología de Rochester y de la Universidad de Yale, fue reclutado por el Ejército y destinado cerca de París, donde conoció a Henri Cartier-Bresson, uno de los fundadores de la mítica agencia cooperativa de fotografía Magnum Photos, a la que se le invitó a incorporarse en 1958, ya licenciado del Ejército. Era también la agencia de Robert Capa o David Seymur Chim, nombres claves del fotoperiodismo. Para entonces, Davidson había fotografiado sus dos primeras series: “John y Kate Wall” (1955), sobre la vida cotidiana de dos ancianos de Arizona; y “La viuda de Montmartre” (1956), sobre la viuda de León Fauché, un pintor impresionista de segunda fila. En estos trabajos se percibía ya claramente su estilo, su búsqueda del impacto emocional que provocan los retratados en el propio fotógrafo. Pero su primera gran serie, que inició por encargo de su nueva y flamante agencia Magnum, fue “The Dwarf” (1958), un trabajo documental sobre el circo Clyde Beatty, instalado por aquellas fechas en Nueva Jersey, en el que optó por retratar la vida cotidiana fuera del espectáculo. Son imágenes nostálgicas y tristes, de despedida.

A diferencia de otros fotógrafos de la agencia, Davidson se caracterizó por su implicación y acercamiento al tema que iba a retratar, no solo en lo físico –sus imágenes siempre han estado muy pegadas al objeto o persona retratado– sino también a lo temporal. A veces dedicaba años a una serie, como fue el caso de “Brooklyn Gangs” (1959), posiblemente uno de los trabajos centrales en su carrera.

 

«‘East 100th Street’ marcó la diferencia. Años después volví para fotografiar los cambios sufridos por el barrio y una antigua activista de los 70 me contó que, cuando quienes estaban en el poder vieron el libro, rodaron cabezas. Fue un revulsivo y sus buenos efectos se notaron en la comunidad».

“East 100th Street”, Harlem, New York, 1966-1968. © Bruce Davidson / Magnum Photos

 

 

De las bandas a Martin Luther King. Bruce Davidson era por aquel entonces un veinteañero que vivía de “esa” manera en Greenwich Village –«tenía una luz roja en el frigorífico para poder comer pollo frío y revelar fotos al mismo tiempo»– y que, al leer en un periódico un artículo sobre peleas entre bandas rivales en Brooklyn, no dudó en plantarse allí y contactar con los Jokers, unos adolescentes aburridos, guapos y que no sabían muy bien qué hacer con su vida. Los convirtió en protagonistas del que se ha convertido en un clásico de los reportajes sobre la cultura juvenil norteamericana de posguerra, un retrato fidedigno del lado oscuro del sueño americano. Sus fotografías son un testimonio de la vida truncada de una generación por el alcohol y las drogas, imágenes cotidianas en blanco y negro con una fuerte gama de grises.

Cuarenta años después, uno de aquellos chavales contactó con él. Así, la reedición en 1999 del fotolibro contenía una historia complementaria: la de Bengie, 55 años, uno de los Jokers originales que llegó a convertirse en uno de los mayores traficantes de drogas de Nueva York, luego terminó siendo un yonkie y, tras dejarlo, ayudaba a los adictos a desengancharse.

En 1960, y de nuevo por encargo, esta vez de la revista británica “The Queen”, fotografió la serie titulada “Escocia/Inglaterra”, una visión de la isla en los ojos de un norteamericano. Lo que vio: un país oscuro y triste que luchaba contra las dificultades de la posguerra. Un año después pudo dedicarse a uno de esos proyectos de largo recorrido y calado de los que tanto le gustan: retratar la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos. Le dedicó cinco años, en imágenes más cercanas que nunca al fotoperiodismo: acompañó a los Viajeros por la Libertad –denunciaban la segregación en los autobuses–, y siguió de cerca al Movimiento por los Derechos Civiles. También fotografió a Martin Luther King: «La verdad es que no llegué a conocerlo –explica–. La primera vez, y casi la única, que fotografié a Martin Luther King fue cuando estaba dando una rueda de prensa. Parecía estar agobiado por tanto micrófono, periodista y fotógrafo. Vi algo en sus ojos que me sorprendió. Eran los ojos de alguien que sabía que iba a morir pronto. Lo había visto ya en pacientes enfermos de cáncer, esa especie de resignación final. Sentí que eso era lo que King estaba sintiendo. Eso fue antes de que le dispararan. La verdad es que no llegué a conocerlo. De hecho, no me parecía una buena idea ser su amigo. Lo apoyaba a través de mi fotografía, a través de la forma en que yo veía las cosas, la manera en que me enfrentaba a la vida. Yo no quería a ser su mejor amigo, quería observarlo. Lo veía como un gran hombre. Necesitaba fotografiar lo que sus ojos veían».

 

«Decidí no comprar un teleobjetivo porque no quería estar a más de metro y medio de los manifestantes y de los policías que iba a fotografiar en las calles. Quería estar casi dentro de la imagen. Todo el tiempo en el que fui testigo de aquella lucha sentí que era parte de algo, no que estuviera fuera».

Birmingham, Alabama, 1963. © Bruce Davidson / Magnum Photos

 

“East 100th Street” (1966-1968) es otro de sus grandes trabajos y posiblemente el más conocido, con una fuerte carga reivindicativa a su vez. Con un trípode y una cámara de gran formato –«quería encontrarme con la gente cara a cara»– retrató durante dos años a los habitantes de una de las calles de uno de los guettos más abandonados de Nueva York. El MoMa le dedicó una exposición y su primera publicación.

Dos años, de 1973 a 1976, le dedicó después a la serie “Cafetería Gardan” –retratos de los contertulios de un bar donde se reunían judíos huidos de la guerra, como en su día lo hizo su abuelo, procedente de Polonia– y, en 1980, se “metió” en el metro... aunque antes «comencé una dieta, un programa militar de ejercicios y trotaba por el parque cada mañana». No era para menos, porque el suburbano era uno de los lugares más peligrosos de la ciudad y había que salir pitando, con todo el equipo fotográfico, por si surgían problemas en aquella caza de historias en la que, por vez primera, utilizó el color.

El resultado, plasmado en “Subway” (1980), es un impresionante reportaje, resultado de cinco años de trabajo y que es considerado hoy en día uno de los grandes cuerpos fotográficos que ha influido en el estilo de muchos autores posteriores. Es una metáfora de la humanidad: abigarrada, en movimiento, que da miedo y atrae al mismo tiempo. En la última etapa, su obra ha dado un giro, marcado por su interés por la naturaleza, aunque siempre humanizada. Son trabajos en la línea de aquel “Central Park” (1992-1995) –retratos paralelos de las bandas relajándose en el parque– y que, entre 2005 y 2013, se han centrado en la paisajes naturales de ciudades como París o Los Ángeles.

La retrospectiva “Bruce Davidson” se puede ver en la sala Rekalde (Bilbo) hasta el 6 de mayo.