TERESA MOLERES
SORBURUA

Desiertos y vergeles

Durante un viaje realizado hace tiempo, en la frontera entre Jordania y Arabia vi un huerto con eucaliptus jóvenes. Los cuidaban las mujeres de la zona bajo las directrices de una ONG italiana. Era un trabajo muy laborioso: hacían un agujero con algo de estiércol en el fondo y, a mano, colocaban la semilla de eucaliptus –que son árboles fáciles de enraizar y de crecimiento rápido– y luego los regaban diariamente con el agua acarreada desde el pueblo. Una vez asentados los eucaliptus, la idea era plantar a su sombra árboles frutales y, cuando estos madurasen, arrancar los eucaliptus ya innecesarios.

A su vez, en el Sahara africano, una ONG francesa instaló un vivero para cultivar tomates. Colocaban las semillas en un algodón humedecido y luego las plantaban en el hoyo de plantación con un poco de estiércol de camello en el fondo. Las plantas que enraizaron crecieron mucho y rápidamente. A los tomates les siguieron cebollas. La batalla se centró en aclimatar mariquitas para proteger a las verduras del ataque de las cochinillas que mataban las palmeras. No sé si estos intentos llegaron a buen fin, me temo que no. Las guerras se habrán encargado de destruir estos trabajos.

Actualmente desde un avión podemos observar los llamados crop circles, cultivos en círculo en pleno desierto egipcio que parecen obra de extraterrestres. En Qatar, su planta piloto está dando buenos resultados. En Jordania, con fondos del Gobierno noruego y la Unión Europea, trabajan para convertir parte de su desierto en un lugar verde, sostenible y habitable. Lo mismo sucede con otra instalación en el desierto de Túnez, mientras en el desierto del Neguev, en Israel, con arena y agua salada han conseguido cosechas de verduras para alimentar su población y exportar a Europa.

La tecnología de última generación empleada en lugares desérticos consiste en mezclar agua salada con agua dulce de los acuíferos subterráneos. Tras añadir nutrientes y azúcar, el agua va directamente a las raíces de las plantas en invernadero que admiten algo de salinidad, sin perderse en el aire como con el riego convencional. Y con energía solar logran la electricidad necesaria. Ya se puede cultivar en el desierto, el problema está en el alto coste de la inversión, por ahora imposible en países pobres.