IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

The Art of Living

Como por arte de magia, las mesas, tabiques, sillas y mobiliario vario que aparece en la planta dibujada comienzan a moverse. Los cuadrados, rectángulos, círculos y demás parafernalia, que los arquitectos usan para hablar entre sí, se agitan. Solo las paredes y los pilares del aburrido edificio quedan quietos, mientras la pantalla del ordenador vibra con lo que parece es un baile de posiciones de sillas.

Lo que vemos en pantalla no es otra cosa que el resultado de un cálculo paramétrico, un proceso mediante el cual el ordenador calcula las posibilidades de diseño a partir de una serie de características que nosotros le hemos dado. Podemos, por ejemplo, diseñar una oficina ideal preguntando en primer lugar a los trabajadores al lado de quién (y de quién no) prefieren trabajar, si desean un lugar silencioso, luminoso, más frío o más caluroso... Insertando esa información en el ordenador, las nuevas herramientas informáticas permiten manejar esta ingente cantidad de información y obtener un diseño espacial que sea lo más cercano posible a un consenso entre usuarios.

Ese proceso de parametrización lleva tiempo instalado en las grandes ingenierías de fachadas, donde la modulación de las piezas permite aprovechar la herramienta al máximo. La arquitectura “de a pie”, sin embargo, no ha hincado el diente a la herramienta paramétrica. Dicho esto, el ejemplo que vemos hoy, el pabellón “Hy-Fi” del estudio neoyorquino The Living, resulta especialmente interesante porque combina en sí mismo lo más puntero de la generación paramétrica de formas con la tecnología más elemental y primitiva.

Comencemos por el principio de la historia. El Moma PS1, museo relacionado con el Moma pero con sede en Queens, lleva a cabo varios programas de promoción de las artes. Dos de ellos –el festival veraniego Warm Up! y el programa de jóvenes arquitectos YAP– se relacionan especialmente: todos los años, el museo comisiona a un equipo de jóvenes arquitectos para que cree un refugio que pueda servir para mitigar los calores del verano en Nueva York mientras se celebra el festival.

En 2014, el diseño del arquitecto David Benjamin, del estudio The Living, resultó premiado. Benjamin presentaba un proyecto que pretendía dejar la mínima huella ecológica, y resultar estéticamente atractivo. Para ello, pensó en utilizar una técnica usada ya en la industria del embalaje, consistente en trocear las cáscaras de las mazorcas de maíz, mezclarlas con la raíz de un hongo especial y agua, para después verter la masa en un molde de acero. Como si de un ladrillo de adobe se tratara, al cabo de un par de días las bacterias del hongo habían aglomerado toda la masa y lo que se tenía era un ladrillo hecho de hongos y maíz.

Plantearon una estructura similar a la que surgiría si se mezclaran tres chimeneas de grandes dimensiones, creadas con hiladas circulares de ladrillos dispuestos los unos sobre los otros, como en un iglú de nieve. Después de pasar los nueve meses de vida, el edificio se desmontaría y procedería a desechar los ladrillos, a modo de compost, en alguna zona verde.

Esta parte low-tech, donde los propios ladrillos se fabricaban en el propio solar del Moma PS1, contrasta con la parte paramétrica, totalmente high-tech: los arquitectos calcularon con un software especial los ladrillos que hacían falta, las piezas especiales, los huecos a dejar… En la pantalla del ordenador, el edificio estaba construido antes incluso de posar un pie en el solar.

La pieza, que se asemeja en su forma a un termitero gigante, remata sus tres huecos superiores con unas piezas metálicas, que no son sino los propios moldes que se usaron para el vertido y conformado de los ladrillos. Benjamin cita esa corona metálica como un recordatorio a la arquitectura de los rascacielos de Nueva York, y al espíritu de utilizar todos los recursos invertidos, no en vano el proyecto se ha construido con materiales creados a no más de 60 kilómetros de distancia. Rematando todo esto, se planteó seguir con los principios de la economía circular, al devolver a la naturaleza los ladrillos como material 100% reutilizable. También dentro de la lógica del proyecto, se planteó la contratación de obreros locales, y esto es precisamente uno de los puntos curiosos de este tipo de proyectos “paramétricos” de arquitectura singular: cuanto más “complejo” sea el proyecto, de un modo contra-intuitivo será más necesario contar con mucha mano de obra.