IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Cualquiera puede coger una mano

En la atención a las personas en situaciones de emergencia, quienes reciben en primer lugar la evaluación del personal sanitario son aquellas que, al contrario de lo que pudiera parecer, no gritan o se retuercen de dolor, sino que están inconscientes. La razón principal es que el cerebro tiene la habilidad extrema de hibernar cuando hay un daño que amenaza directamente su integridad, y dicho daño puede estar poniendo en riesgo severo la vida, dentro de ese letargo.

Sabemos que el cerebro es el órgano rector, el que gobierna sobre todos los demás sin que nos demos cuenta, y desde el que nosotros gobernamos nuestra vida en general. Así que, cuando estamos en riesgo cerebral, caemos inconscientes, como si de un interruptor se tratara. Y curiosamente, cuando más en riesgo está nuestra vida, lo que caracteriza el momento es el silencio, la inmovilidad. Psicológicamente sucede algo parecido, lo que conocemos también como “estado de choque” o de shock, en inglés. De una manera análoga a lo que describíamos antes, nuestra mente también se pone en suspenso ante situaciones que amenazan su integridad, y también el silencio y la inmovilidad suelen ser característicos. Antes de continuar tenemos que contextualizar esta reacción: Para empezar, la situación que la provoca es intensa y produce un impacto en la persona, en función de su madurez y/o su vulnerabilidad.

Esto quiere decir que un mismo hecho intenso impacta de forma diferente a diferentes personas, lo cual parece una obviedad, pero asumimos de forma simplista que quien no se queja no está viviendo los efectos de un evento que hace sufrir abiertamente a otra persona. Y, al mismo tiempo, desde fuera tampoco veremos necesariamente una desconexión total como sucede en el choque cerebral ante una contusión, por ejemplo. Aún con todo, al igual que el personal sanitario interviene, cualquiera de nosotros podemos ayudar a quien vive algún tipo de impacto que “contusiona” la mente.

Una noticia inesperada, una muerte, una separación difícil, un despido o una decepción profunda son situaciones que pueden desorientar y dificultar la integración de la experiencia difícil como parte de la vida. Lo que podemos hacer en primer lugar es acercarnos; acercarse implica cercanía física, mirada directa, y disposición a ajustarse al ritmo del otro. Preguntar ¿cómo estás? es una forma de evaluar esa “contusión”, ya que, cuando algo intenso ha sucedido, la excesiva tranquilidad poco tiempo después, la sorprendente solidez o un discurso armado y repetitivo a veces es una señal de que el impacto está retenido y de que su efecto está por llegar. Al mismo tiempo, poner en alto esta misma actitud u otras de mayor confusión o fragilidad va devolviendo a la persona su capacidad para asumir lo que ocurre y sus consecuencias y, por tanto, recuperar poco a poco una nueva noción de sí misma con esta experiencia vivida. Articular, sea al ritmo que sea, ayuda también a evidenciar y a compartir, dos necesidades imprescindibles para recuperarse de un impacto psicológico intenso. Evidenciar, porque hace real el proceso de recuperación, no solo algo que va a acumularse por dentro, y compartir, porque a través del préstamo de la presencia de otra persona serena, pensante y sana podemos incorporar poco a poco su serenidad a nosotros, la capacidad de pensar en nosotros mismos y, en definitiva, nuestra propia salud.

No se trata de atosigar a quien está atravesando un trance vital, ya que añadiríamos tensión y desincronía, y evitaríamos ese mecanismo de ajuste de las personas que han vivido un choque emocional: el aislamiento momentáneo; sino simplemente de no soltar la mano de quien dice que todo va bien tras la catástrofe.