IKER FIDALGO
PANORAMIKA

Lugares

Vivimos en una sociedad eminentemente marcada por lo visual. Los lenguajes a golpe de vista rodean nuestras maneras relacionales y otros estratos perceptivos pierden relevancia sensorial en una jerarquización en la que la inmediatez y la deglución rápida imponen el régimen de la velocidad. El arte contemporáneo es capaz de reivindicar otros lugares desde los que conocer(se), actuando como un espacio político en el que tienen cabida otras formas de entender el mundo.

“I Never Said Umbrella” es el título de la exposición que Itziar Okariz (Donostia, 1965) presenta hasta el 3 de junio en el Centro Tabakalera de Donostia. Una de las trayectorias más prolíficas de nuestro contexto que además formará equipo, bajo la batuta comisarial de Peio Aguirre y junto a Sergio Prego, en la próxima Bienal de Venecia. La interpretación errónea de un fragmento de una canción de David Bowie bautiza esta propuesta comisariada por Beatriz Herráez en la que la corporeidad asume gran parte del protagonismo. La artista asume las consecuencias de su propia presencia y, como cuerpo que es (y que somos), la palabra encuentra una caja de resonancia desde donde posicionarse, fragmentarse y expandirse no solo en el espacio físico y tangible, sino también en el registro de lo auditivo. Se crea así una presencia multicapa en la que acabamos por inundarnos, conviviendo con un dispositivo expositivo conformado por paneles, televisores, altavoces y proyectores. El registro se erige también como un elemento poético en sí mismo. Tras comenzar la experiencia con la icónica pieza “Red light” (1995), dos reproductores de vinilo nos reciben a la entrada de la sala, pudiendo iniciar la escucha de dos versiones diferentes de la pieza “Aplauso” (2007 y 2015), mientras los monitores de “Trepar edificios” (2013) nos ofrecen una grabación en la que un reconocible edificio bilbaíno aparece conquistado por la torsión trepadora de una escaladora. Paneles de madera con telas de colores que hacen referencia a la película de Jean-Luc Godard “Sympathy for the devil” (1968) delimitan y domestican la sonoridad de “Las estatuas” (2018), que domina la primera estancia junto con “Mear en espacios públicos y privados” (2000-2004). Antes de llegar a “Irrintzi” (2007), un vídeo cuya activación irrumpe en la lógica espacial del espacio expositivo y actúa a su vez como punto de inflexión del recorrido, conviene situarse entre los dos altavoces que emiten “Baron Ashler” (2015), en donde la lectura de un extracto de “Diario de sueños” por dos voces diferentes que acaban por entrecruzarse, aluden a texturas auditivas que alteran por completo el plano interpretativo de la narración. Precisamente una compilación de estos diarios recogidos desde el 22 de noviembre del 2016 se expone a modo de partituras fragmentadas, en donde la sustracción y la repetición adquieren una relevancia que se vio reflejada en la performance inaugural en torno a la lectura de “Una habitación propia”, de Virginia Wolf. La abstracción de la fisicidad del cuerpo se revela de manera evidente en “Ujjayi” (2018). La propia experiencia de Okariz como instructora de yoga es crucial para la composición de una instalación en la que varios altavoces (que parecen, a su vez, ser cuerpos) respiran creando la imagen de un mar que viene y se va. Esta muestra es el punto y final de un periplo iniciado en la Kunsthaus Basseland y que ha pasado por el CA2M de Madrid y, sin duda, una de las apuestas más atractivas de este 2018.

A su ve, hasta el 17 de junio, el depósito de aguas del Centro Cultural Montehermoso permanecerá habitado por el proyecto de Belén Cerezo (Gasteiz, 1977). La relevancia de lo cotidiano emerge como motivo principal de la instalación “Viviendo el Día” en la que el registro videográfico de un paseo de perros propone un relato fragmentado que alude a la relación de lo visual con el tacto a través de una experiencia inmersiva condicionada por el display y las condiciones arquitectónicas del propio depósito.