DAVID BROOKS
IRITZIA

Re-insurrección

A lo largo del cerca de año y medio de este régimen, las expresiones masivas de disidencia no cesan en todo el país, incluso en zonas donde no ha existido ni se esperaba algo parecido –es decir, que estaban dormidos– durante décadas. Pocos pronosticaban que parte del movimiento de los trabajadores resucitaría gracias a decenas de miles de maestros en algunos de los estados más conservadores del país (Virginia Occidental, Oklahoma, Kentucky y Arizona); tampoco que estallara un movimiento nacional detonado por los estudiantes de Preparatoria en Florida, o que se daría un nuevo capítulo del movimiento de los derechos de las mujeres con la Marcha de las Mujeres, #MeToo y #TimesUp. Todos ellos acompañan a expresiones de organización social y disidencia masiva que se han formado en los años recientes, aun antes de Trump, como Black Lives Matter, Dreamers y otras fuerzas de defensa de inmigrantes, así como el movimiento encabezado por los indígenas en Standing Rock, entre otros.

Nunca antes tantos han marchado, participado en manifestaciones y mítines y otras expresiones de repudio y protesta. Según publicó en “The Guardian” la activista social y escritora L. A. Kaufman, entre 10 y 15 millones se han manifestado y participado en mítines desde la toma de poder de Trump (un 90 por cien han sido anti Trump), más personas en términos absolutos de las que jamás hayan protestado antes en Estados Unidos, y tal vez hasta un porcentaje de la población más alto incluso que el que se movilizó de forma masiva contra la Guerra de Vietnam a finales de los años 60.

Más aún, estas expresiones disidentes no solo se limitan a unas cuantas marchas nacionales, sino que se plasman en acciones en todas partes del país. Por ejemplo, en la “Marcha de las Mujeres” del 21 de enero de 2017 hubo movilizaciones en 650 comunidades, además de la nacional en Washington. En la “Marcha por Nuestras Vidas”, impulsada por los estudiantes de preparatoria contra las armas, se organizaron actos en más de 750 lugares.

Jane McAlevey, organizadora sindical y analista de movimientos laborales, señala que, en los pasados tres meses, los maestros han convertido al país entero en su aula. No han presionado solo por obtener una mejor paga y mejores condiciones de trabajo, sino que también han escenificado una protesta directa contra décadas de recortes de impuestos a las empresas, ayudándonos a entender qué significa la austeridad. Y al promover una serie de propuestas políticas para redistribuir la riqueza del 1 %, para devolverlo a la clase trabajadora y media, nos han enseñado cómo puede ser derrotada la austeridad.

La «Campaña de los pobres» (Poor Peoples Campaign) busca retomar la iniciativa más radical de Martin Luther King. El desaparecido líder afirmó que «los males del racismo, explotación económica y militarismo están unidos (…). No puedes deshacerte de uno sin deshacerte de los otros». Hoy día, para hacer frente una realidad nacional con casi 41 millones de personas viviendo en la pobreza (la mayoría blancos), un total de 140 millones que están en la pobreza o apenas sobreviviendo con lo que ganan (incluidos maestros en varios estados), con un país que dedica tres veces más en cantidad de recursos al gasto militar que a programas sociales, y con un índice de desigualdad económica extrema sin precedentes en casi un siglo, con mayor racismo expresado en nuevas leyes, en el encarcelamiento masivo y en violencia policial, entre otras cosas, los organizadores de la campaña concluyen que se requiere una coalición de “fusión moral” entre razas, generaciones, género y geografía para lanzar un nuevo «movimiento moral amplio y profundo a escala nacional –enraizado en el liderazgo de la gente pobre y reflejando las grandes enseñanzas morales– para unir al país desde abajo hacia arriba».

Durante los últimos dos años, el extraordinario reverendo William Barber y la reverenda Liz Theoharis han promovido nuevas coaliciones por todo el país que han conducido a la campaña que se acaba de iniciar con actos simultáneos en unos cuarenta estados, seguidos de acciones hasta el 23 de junio. Barber afirma que «debemos tener disidencia moral, resistencia moral y visión moral en este momento. Nuestro movimiento es un llamamiento nacional por la recuperación moral –añade–, con el que confrontaremos de forma no violenta a nuestro Gobierno y a sus políticas, y rehusaremos abandonar nuestro derecho constitucional a protestar». Varios sindicatos y organizaciones nacionales ya han mostrado su apoyo, pero Barber insiste en que las bases locales serán las que encabecen este movimiento.

En 1968, el reverendo Jesse Jackson era un joven asistente de King y estuvo entre quienes insistieron en continuar con la “Campaña de los pobres” después del asesinato de su líder. El 11 de mayo de 1968, cuatro semanas después de la tragedia en Memphis, llegaron miles de todo el país –afroestadounidenses y blancos pobres, indígenas, jornaleros mexicano-estadounidenses...– y establecieron un pueblo de tiendas de campaña sobre el parque central, frente al Capitolio en Washington, al que llamaron Ciudad de la Resurrección. Pedían poner fin a la Guerra en Vietnam y empezar a atender las necesidades sociales en casa. Jackson ha declarado que ahora la nueva “Campaña de los pobres” ha llegado justo a tiempo, ya que: «Todo por lo que se ha luchado durante medio siglo está siendo atacado, desde derechos civiles hasta derechos laborales, salud, educación y medio ambiente; y yo, orgullosamente, me sumaré (...). Nunca he guardado mis zapatos de andar».

Esto no es, insisten, un intento de resurrección del pasado. Tal vez esta campaña, junto con los otros movimientos que han brotado en estos tiempos, podrán lograr algo más parecido a una re-insurrección contra las fuerzas oscuras y sus largas raíces históricas que han ocupado el poder en este país.