Miren Sáenz
Entre la universidad de markina y la de miami

Canción triste del Jai Alai

La política antimigratoria de Estados Unidos, endurecida tras la llegada de Trump, ha cerrado las puertas a los puntistas vascos. Solo los que poseen doble nacionalidad o llevan años en Florida consiguen los visados que les permiten trabajar. En estas circunstancias, hay quien se ha propuesto reinventar el Jai Alai recurriendo a deportistas locales.

Las nuevas generaciones de pelotaris vascos ya no cruzan el Atlántico con destino a Florida y menos en las condiciones que lo hacían sus antecesores. Para los actuales, hablar de profesionalismo parece una quimera. Sus abuelos, y en menor medida sus padres, conocieron la época dorada del Jai Alai, cuando los puntistas que viajaban desde Euskal Herria ganaban un buen sueldo jugando en escenarios de aforo considerable repletos de espectadores dispuestos a disfrutar del espectáculo, del bar y las apuestas. Hasta diecisiete frontones llegaron a abrirse en distintos lugares de Estados Unidos, que anualmente recibían a medio millar de pelotaris empeñados «en hacer las Américas» con el deporte de sus sueños. Convertido en uno de los juegos de apuestas de referencia, el Jai Alai se seguía de forma masiva. La imagen del pelotari vasco armado de una cesta trepando por la pared en busca de la pelota pasó a formar parte de la cultura del lugar, salió hasta en “Los Simpson”, e incluso en la serie televisiva “Corrupción en Miami” (Miami Vice), que incluía la escena en la cortinilla de presentación.

Entonces la temporada se alargaba todo el año y la asistencia por función rondaba las 5.000 personas –el 27 de diciembre de 1975 en Miami se estableció el récord de afluencia con 15.500 espectadores–, cifras que posteriormente solo se repetirían en días especiales, como los festivales programados para Nochevieja. Hoy en día, la mayoría de aquellos recintos están cerrados o, en el mejor de los casos, funcionando a medio gas y las posibilidades para los mejores pelotaris, es decir los vascos, escasean. Algunos de esos frontones derivaron en pabellones multiusos, locales relacionados con el juego que albergaban distintas actividades. Por ley, sus dueños deben mantenerlos abiertos al menos durante mes y medio para no perder la licencia.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en enero de 2017 y su política antimigratoria ha endurecido las restricciones que comenzaron en 2016 y eso afecta directamente a los vascos. Únicamente los pelotaris que llevan años jugando en los recintos de Dania Beach y Miami, o los vascos que nacieron en territorio estadounidense han conseguido el permiso. En esta situación, el Magic City Casino ha optado por reinventar el Jai Alai formando a exjugadores profesionales de béisbol, fútbol americano y otras disciplinas deportivas en el arte de la cesta punta y comprobar si con este formato novedoso atrae gente y le resulta rentable.

En Markina-Xemein, un pueblo de 5.000 habitantes con una incuestionable vinculación a la cesta punta, la situación ha despertado una mezcla de tristeza e indignación. En el frontón Pelotaren Unibertsitatea, la meca de este deporte, 7K se ha citado con un par de expelotaris que pasaron por la experiencia americana (Alex Pradera y Santi Olabe) y con otros dos que desean jugar en Estados Unidos y no lo consiguen (Jon Mandiola e Iñaki Urriolabeitia).

Jon Mandiola ha llegado a solicitar el visado hasta en tres ocasiones desde que, en febrero de 2017, el frontón de Dania le propusiera un contrato de quince meses de duración para jugar en el único recinto de Florida que en la actualidad mantiene las quinielas durante todo el año. Pero Mandiola, pese a enviar todos los datos requeridos, no pudo coger ese avión, porque Inmigración le ha denegado el visado.

Las sucesivas negativas le han cambiado los planes: «Me llevé un gran disgusto. Solo los que han tenido visa desde hace seis años o tienen doble nacionalidad tienen posibilidades de ir. Las últimas visas nuevas concedidas se remontan a 2016», explica este joven de 20 años que decidió trabajar en una fábrica cuando pretendía hacerlo en el frontón.

Aun así sigue entrenando, disputando partidos como aficionado y sin tirar la toalla: «Todavía tengo una pequeña esperanza para ir, pero está difícil. Lo único que he oído desde pequeño son historias de allí. Si algunos nacen con un pan debajo del brazo, nosotros nacemos con una cesta. Con lo conocida que ha sido en todo el mundo, es una pena que se pierda. ¡Y pensar que antes todos esos estaban llenos»! Lo dice señalando la colección de fotografías de frontones colgadas junto a la barra del bar, que llegaron a ocupar imponentes edificios en ciudades de Europa, Asia y América. Desde Shanghai a Nueva York pasando por Milán o México –este último se ha reabierto y ha vivido una temporada de cuatro meses que está a punto de finalizar–, sus estampas rememoran el lema que acompaña al mapamundi unos metros más arriba: «Zesta puntuan munduan zehar».

De la internacionalidad de la cesta puede y suele hablar Iñaki Urriolabeitia, nacido en Filipinas, a donde su padre se desplazó a mediados de los 90 para jugar en otro de los templos del Jai Alai. Regresaron a Euskal Herria cuando Iñaki cumplió 4 años, aunque no fue hasta los 10 cuando el chaval sintió la llamada de la cesta: «Jugaba a pelota a mano, vi entrenar a Ugarte y quise probar. Fue un flechazo», confiesa, tanto que en 11 años el efecto no se le ha pasado.

Prácticamente, Urriolabeitia vive de la pelota, pero no de la competición. El puntista colabora con la empresa Bilbao Jai Alai contando a grupos de cincuenta turistas o extranjeros en qué consiste y de dónde viene este juego. La visita incluye una explicación, una pequeña demostración práctica a cargo de los pelotaris tanto de mano como de cesta punta, para terminar enseñándoles a colocarse la cesta a japoneses, turcos, alemanes, franceses o americanos. «Es otra manera de promocionar la pelota, un trabajo que me gusta, aunque preferiría ser profesional y jugar en Miami, Dania o México. Dar ese salto es el sueño de muchos deportistas y quisiera vivir esa experiencia», matiza.

Urriolabeitia lo ha intentado e incluso en 2017 realizó ciertos trámites que no progresaron: «Me ofrecieron ir a Miami para cubrir el puesto de un veterano que se retiraba; adelanté algo de dinero, pero al final con los problemas de visado la cosa se quedó ahí. A los mexicanos también les pasa. Los hijos de pelotaris con doble nacionalidad no tienen ese problema», recalca.

Un futuro complicado. Santi Olabe –responsable de la Escuela de pelota de Markina-Xemein que, entre chavales y adultos, ronda el centenar de alumnos de los que una docena son chicas– no oculta su preocupación ante este cierre de puertas y las consecuencias que está acarreando en una modalidad que ya se encontraba en la encrucijada. Según él, la crisis en la pelota es generalizada, porque la mano, la disciplina reina: «Solo llena los frontones cuando hay campeonato, pero la cesta atraviesa un bache enorme. En realidad, tenemos chavales que juegan muy bien y podrían ir a Estados Unidos, pero ahora les piden de todo y les deniegan la visa. Muchos de los que han ido allí no han ganado Mundiales. Eso no se puede hacer. El Jai Alai lleva un montón de años practicándose con gente de aquí a la que no se le puede denegar la entrada porque son extranjeros. Hay pelotaris americanos que juegan bien, pero otros no valen para esto. Estos chavales juegan muchísimo más que ellos. En un deporte profesional no te puedes cerrar en ‘no le dejo entrar al de fuera y le doy trabajo al de casa’».

Lo afirma alguien que acumuló 34 años como profesional, tras debutar en 1985 y jugar hasta 2014 en territorio americano. Olabe se estrenó en enero de 1988 en Fort Pierce –tres meses antes de declararse una huelga con la que pretendían mejorar sus condiciones laborales–, cuando Florida albergaba catorce frontones con cuadros de 40 o 50 pelotaris por recinto que se renovaban para sustituir a mayores y a lesionados. «Entonces había futuro, ahora no», sentencia.

La perspectiva era otra. En la comarca de Lea Artibai sus habitantes seguían de cerca un deporte que engendraba mitos y los futbolistas tenían competencia: «Yo soy de Bolibar y, cuando éramos críos, veíamos a Txikito de Bolibar, entonces el mejor delantero del mundo, que venía de Estados Unidos con ‘tremendo Mercedes’. Automáticamente querías ser como él», explica este instructor, el único pelotari de su familia.

Alex Pradera sí tenía la cesta en casa. Hijo, sobrino y primo de puntistas, nació en Markina, aunque hasta los 10 años residió en Florida donde su padre jugó durante dieciséis temporadas. Regresó allí a los 19 para emprender su propia carrera en el frontón de Dania, donde permaneció durante más de una década. No cree que aquella huelga, la más larga en la historia del deporte, tuviera la culpa de todo. «En Euskadi durante muchos años no ha habido interés en promocionar la cesta punta. Hay deportes a los que se le está ayudando mucho y a otros nada. Una especialidad tan bonita y con un directo tan espectacular como esta creo que debería tener más ayudas», asegura Pradera.

Piensa en Dania y en Miami, los dos recintos que siguen abiertos, donde se reparten los setenta pelotaris vascos que aún pueden vivir de esto, y se imagina los escenarios bajo mínimos. «El problema principal es que la gente ya no va al frontón», reconoce.

¿El Jai Alai americano? El próximo 1 de julio el Magic City Casino estrenará una temporada protagonizada exclusivamente por deportistas locales. El quid de la cuestión es que por ley para tener una licencia de casino, el recinto debe mantener una actividad deportiva paralela en la que se apuesta. El Magic, en realidad, es un canódromo repleto de máquinas tragaperras. En vista del delicado momento que atraviesan las carreras de perros, cada vez más cuestionadas por el trato impartido a los animales, Scott Savin, presidente ejecutivo del casino y la familia Havenick, propietaria de la instalación, decidieron apostar por esta experiencia a la americana reclutando antiguos deportistas de la Universidad de Miami.

Entre los 18 seleccionados hay exjugadores de las Grandes Ligas de béisbol, también de la NFL (Liga Nacional de fútbol americano) y algún atleta con edades comprendidas entre 30 y 45 años a los que ha entrenado durante los últimos cuatro meses Juan Ramón Arrasate, Arra, expelotari con mucho oficio que durante años ejerció como intendente del frontón de Miami.

A Olabe le parece imposible que el denominado «deporte más rápido del mundo» tan técnico y complicado se pueda dominar en tiempo récord. «No entiendo que gente que ha entrenado cinco meses pueda jugar profesionalmente. Otra cosa es que hagan el paripé, pero que no le llamen Jai Alai, que le pongan otro nombre. Tengo 51 años, empecé a los 8 y aún me queda un montón para aprender», asegura Olabe, que comparte con Mandiola la creencia de que los buenos puntistas se forjan desde la infancia.

Pradera opina que a los dueños les da igual que sean pelotaris de primera categoría o de cuarta. «Con tal de que te tiren la pelota al frontis y salga alguno completan el requisito y pueden mantener la licencia. Al final, no les importa que juegue Messi o un aficionado. Habiendo gente y cantera con ganas de jugar en Estados Unidos, obviamente no me parece bien que se ponga a otros».

Los partidos se van a disputar en el segundo piso de este edificio para lo que han transformando una sala de conciertos, con capacidad para mil espectadores que hasta hace poco albergaba actuaciones de rock y jazz, en un frontón de los pequeños que además es de cristal. Se trata de un recinto desmontable de 36 metros de longitud, 10 de ancho y 9 de alto, que está terminando de montarse. Su inventor, Iñigo Kalzakorta, explica que «al ser un frontón más pequeño, no hace falta estirarse tanto. En este caso el nivel de juego es lo de menos, aunque si siguen entrenando así van a mejorar. Claro que no van a tener el nivel de un puntista de toda la vida, pero no están buscando eso. Se apuesta más por el concepto de gente conocida. Son grandes deportistas y van a estar económicamente muy incentivados: el que gana la temporada de cinco meses se va a llevar cerca de 100.000 euros. A raíz de esto, igual se animan otros. Es una idea que puede extenderse porque hay más casinos que están en la misma situación que éste», afirma.

Kalzakorta, que es también expelotari y actual responsable del departamento de expansión y desarrollo de la Federación Internacional de Pelota, recién llegado de Miami, confiesa que en el Magic City Casino están preparando un montaje distinto, que incluye música. Cree que la cobertura publicitaria y las entrevistas a los jugadores en programas deportivos que se están realizando pueden contribuir a un buen arranque: «Lo tienen bien pensado, rompe con lo que había hasta ahora. Seguro que asusta a mucha gente, pero me da la impresión de que le van a poner ganas e intentar hacer algo con posibilidades de prosperar. Van a fomentar la cesta a nivel local, pero lo van a hacer a su manera», concluye.

El santuario de la cesta punta

En Markina-Xemein la cesta punta es casi una religión y su catedral responde al nombre de Pilotaren Unibertsitatea, un espléndido frontón que tiene algo de museo y algo de universidad, porque allí guardan parte de su historia y se aprende a jugar a la modalidad más internacional de la pelota. Las dos fechas talladas en la fachada: 1798 –el año de construcción– y 1928 –el año en el que se cubrió– anuncian la antiguedad de un recinto deportivo-festivo de medidas reglamentarias, 54 metros, que en la Guerra del 36 fue bombardeado para ser recuperado después y posteriormente afrontar varias ampliaciones.

En el interior, los detalles que adornan sus rincones recuerdan a algunas de sus figuras emblemáticas. Allí está, por ejemplo, Eusebio Garate (1889-1942), alias Erdoza menor, cuyo busto ubicado junto el frontis recuerda al considerado el Di Stéfano de la cesta. El markinarra fue un delantero de leyenda que debutó a los 14 años y, a principios del siglo pasado, cruzó el charco para jugar en la Habana. Amigo de los retos con mayúsculas, con dinero de por medio, llegó a protagonizar enfrentamientos contra dos y tres pelotaris. Murió a los 54 años, cuando cayó fulminado mientras disputaba un partido en la cancha del Novedades de Barcelona.

Hay imágenes más alegres, como las que reflejan las fotografías en blanco y negro que dan fe de los momentos más coloridos cuando los frontones de Florida atraían a divas pero también a proletarios. En ellas los pelotaris comparten plano con actores de Hollywood como Debbie Reynolds o Tony Curtis o posan orgullosos en partidos o bodas. Corrían los años 70 y 80, cuando el Jai Alai alcanzó su punto álgido. En Miami, solo los Dolphins de fútbol americano le hacían la competencia porque los equipos fuertes de béisbol y baloncesto aún estaban por llegar y, como negocio de apuestas, era bastante más rentable que las carreras de caballos y galgos. Las loterías y juegos de azar tampoco funcionaban como en la actualidad y las quinielas llenaban las noches en la costa Oeste.

En 1988, la IJAPA, asociación que agrupaba a los pelotaris en EEUU, declaró una huelga que se alargó durante tres largos años y allí empezó el declive. Mientras la cesta punta bajaba, otros deportes profesionales ocupaban su espacio favorecidos por los nuevos tiempos y otros canales de comunicación. La aparición de satélites ya no obligaba al apostador a personarse en el frontón e internet extendía el territorio de las apuestas.

El Jai Alai perdía su aura en Miami y más allá, aunque no en la Universidad de la Pelota, donde pelean por mantenerlo contra viento y marea. ¿Cuántas cestas se habrán roto en esta cancha? Teniendo en cuenta que se hacen a mano, cuestan 450 euros y a un profesional de los que juegan o entrenan a diario le duran algo más de un mes, solo en la herramienta se ha invertido una fortuna.