Alberto Pradilla
Barrio 23 de enero

La crisis venezolana en el gran feudo chavista

Venezuela atraviesa una difícil situación económica que afecta especialmente a las clases populares, el principal apoyo del chavismo. El 23 de Enero es uno de los barrios emblemáticos de Caracas. Allí están enterrados los restos de Hugo Chávez. Sus vecinos afrontan las penurias entre la lealtad al movimiento bolivariano y las críticas.

A Venezuela le pasaron las dos peores cosas que podían ocurrirle: la muerte de (Hugo) Chávez y la caída de los precios del petróleo». Salvador Salas, abogado de 32 años, es portavoz del colectivo Alexis Vive, una de las organizaciones de base que trabajan en la parroquia 23 de Enero, en el oeste de Caracas. Este es un feudo del chavismo, quizás el más emblemático de la capital venezolana. El barrio se formó a mediados del siglo XX, a partir de los bloques de viviendas levantados por el general Marcos Pérez Jiménez, depuesto en 1958, y las casitas de ladrillo que ascienden hasta los cerros. Aquí viven las clases populares, las que se sintieron más interpeladas por el chavismo y las que sufren con mayor crudeza las consecuencias de la crisis económica. También se despliegan los colectivos, organizaciones de base a las que la oposición acusa de paramilitarismo. En esta parroquia de cerca de 90.000 habitantes, según el censo de 2009, también se guardan los restos de Chávez. El exmandatario venezolano fue enterrado en el Cuartel de la Montaña, un antiguo centro militar desde el que el entonces oficial planeó dar un golpe de Estado en 1992. Fracasó, pero fue el punto de partida de una historia que marcó a toda América Latina. Ahora, su rostro es casi omnipresente en muchas de las paredes de este barrio popular, que mantiene su carácter a pesar de sufrir los rigores de la hiperinflación.

Venezuela celebró elecciones el 20 de mayo. Se impuso Nicolás Maduro, reelegido con más de seis millones de votos. Por detrás quedaron Henry Falcón, con 1.820.552, y Javier Bertucci, con menos de un millón. La clave estuvo en la baja participación: apenas un 46% de los 20,5 millones de venezolanos acudieron a votar. El país padece una grave crisis económica, que se materializa en el incremento desorbitado del precio de los bienes y un cambio del dólar disparado.

«Nos cayó un meteorito y nosotros no le hemos explicado esto al pueblo». Salvador Salas reconoce que la situación es grave. Lo hace desde un edificio que su colectivo ocupó hace años. Ahí han levantado una emisora, Radio Arsenal. Frente a ella construyeron una cancha de baloncesto, cubierta y con gradas. Fue en 2016. El Gobierno venezolano colaboró con la entrega de seis millones de bolívares. Con ese dinero, actualmente, a uno le alcanza para pagar un kilo de carne y tres cervezas en uno de los destartalados restaurantes de la calle principal, la que conecta la estación de metro Agua Salud con el interior del barrio. Esa es la mejor explicación de la hiperinflación. Lo que antes te convertía en millonario ahora apenas te alcanza para nada. Buena parte de la población que reside en el 23 de Enero cobra el salario mínimo, 2,5 millones divididos en un millón en efectivo y otro millón y medio en cesta ticket, un bono de comida. También aquí resolver es la preocupación principal de sus habitantes.

Alexis Vive, el colectivo al que representa Sala, se fundó en 2004. Previamente, el grupo formaba parte de la Coordinadora Simón Bolívar. Luego se bautizaron como Travesía. En 2002, Alexis González, un activista social, fue asesinado en las protestas registradas entre el 11 y el 13 de abril, durante el intento de golpe de Estado contra Chávez. En ese momento, el barrio tomó partido. «Bajaron», como canta el colectivo musical Lloviznando Cantos, en referencia a las miles de personas que se desplazaron desde los cerros hasta las inmediaciones de Miraflores, en la ladera del 23 de Enero.

Desde ese momento, Alexis Vive es uno de los colectivos más populares en la zona. Controla territorio, desarrolla trabajo social y, también, mantiene el orden en una zona en la que es difícil ver un policía. Al mismo tiempo, ha desarrollado diversas iniciativas de economía alternativa. La más conocida la puesta en circulación de su propia moneda, el “panal”. Se cambia a 5.000 bolívares, no depende de la divisa venezolana, lo que le hace inmune a su inflación, y se puede utilizar en el 70% del barrio. Sirve, por ejemplo, para comprar en la panadería comunal gestionada por Alexis Vive. O en el mercado comunitario que se organiza todos los sábados.


Largas colas para comprar. Rafael Bolívar, de 50 años, es uno de sus clientes, el sábado 19 de mayo. «En Venezuela nos paramos (levantamos) contra EEUU y sus aliados. ¿Creíamos que no íbamos a tener consecuencias?», dice. Para las seis de la mañana hay una larga fila para poder comprar en este mercado. Un kilo de tomates cuesta 95.000 bolívares, lo que en cualquier otro lado alcanzaría los 700.000. Las hortalizas –hoy no hay carne– están a precios ajustados porque el colectivo compra directamente a productores del interior a través del plan “Pueblo a Pueblo”. «Creo que aquí estamos aislados, existe la sensación de que podemos salir adelante, pero este es el 23 de Enero», dice Bolívar. En el recinto del mercado está la oficina de BanPanal, un banco social fundado por Alexis Vive. También, un taller textil comunitario en el que trabajan doce personas, que ganan entre dos y cinco millones de bolívares semanales, muy por encima del salario mínimo. Producen bolsos, camisas, mochilas. Cuenta José Lugo, portavoz de la unidad de formación del taller, que una vez vino un cliente solicitando varios chándales deportivos. Quería que fuesen bordados con el logotipo de Puma, la multinacional. Todavía guarda la muestra: «Esto no es Puma, esto es un producto del Panal», puede leerse. Según Lugo, cualquiera puede entrar a trabajar en esta empresa cumpliendo una condición: «Somos chavistas radicales, la persona que viene aquí tiene que hacerlo con la idea del socialismo, de ayudar al prójimo, no para querer enriquecerse. Tiene que entender que cambiamos el modelo productivo».

Políticamente, los habitantes del 23 de Enero oscilan entre el chavismo leal y crítico de sus vecinos más organizados y la apatía de otros, que piensan más en emigrar.

Dos días antes de las elecciones, un grupo de personas se arremolina ante la sede de la Coordinadora Simón Bolívar, un antiguo cuartel en el que los militantes izquierdistas eran detenidos y torturados en los años 70, la época del intento guerrillero en Venezuela. Esperan a que una funcionaria del SAIME (Servicio Administrativo de Identificación Migración y Extranjería) les entregue su cédula. «La situación es muy grave», dice uno, que no quiere identificarse. Ante la presencia del periodista, comienzan las quejas: el salario no alcanza, el modelo es ineficiente. «El socialismo no ha funcionado en ningún lugar, ni en Cuba, ¿por qué iba a hacerlo aquí?», dice el segundo. La conversación la zanja un funcionario oficial en una furgoneta del Gobierno, que se marcha diciendo irónicamente: «Sigan votando a Maduro».

No todo el 23 de Enero comparte el modelo chavista. De hecho, en 2015, en las elecciones a la Asamblea Nacional, se impuso la oposición. «En mi concepto, el Gobierno de Maduro es contrarrevolucionario. Ha desmontado las conquistas alcanzadas en el período de Chávez, es el principal responsable de que la gente piense que la vaina esta que estamos viviendo es el socialismo», dice Zulaika Matamoros, miembro de Marea Socialista y también vecina del 23 de Enero. Esta agrupación política confluyó dentro del PSUV hasta 2015, cuando quiso constituirse como partido. Actualmente se definen como “chavismo crítico” contrario a Maduro, pero sin sumarse a la oposición. Su antiguo líder, Nicmer Evans, ha terminado sumándose al Frente Amplio Venezuela Libre, en el que participan opositores históricos como Leopoldo López o Henrique Capriles.

Existe otro sector crítico pero que mantiene la lealtad a Maduro. Es el que se agrupa en torno a los movimientos sociales, que en los últimos veinte años han florecido especialmente en el 23 de Enero. «Desde el punto de vista económico, la gente vive con complejidad, con dificultades, producto de que no tenemos espacios para la producción», dice Juan Contreras, presidente de la coordinadora. Según afirma, las organizaciones sociales son críticas con el «tema económico, la corrupción, la burocracia y la gestión municipal». Cree que existe una «guerra económica» contra el Gobierno de Maduro. Sin embargo, eso no implica que no mantenga una «permanente crítica sobre la gestión, la capacidad de la alcaldía, la especulación y el bachaqueo (comercio informal que incrementa el precio de bienes básicos), que en muchos casos sabemos que hay gente vinculada a factores del poder del Gobierno». Defiende «profundizar en la revolución», lo que implica la siguiente receta: «Castigo a los corruptos, ponernos a producir, buscar el concurso de todo el pueblo, una auditoria nacional, ni un dólar más para la burguesía parasitaria».


«Ganamos, pero no triunfamos». «Esta parroquia nació en batalla», dice Salvador Salas, de Alexis Vive. Vinculada al crecimiento de Caracas tras el boom petrolero de los años 50 del siglo XX, su historia es la misma de las grandes urbes latinoamericanas: barrios enteros levantados tras la ocupación de tierras por parte de campesinos que se desplazan a la ciudad para buscar trabajo. «Aquí no había nada, solo tierra. Construimos los ranchos con cuatro chapas de zinc. Si te marchabas, otro ocupaba tu lugar», explica Domingo Antonio Méndez, de 85 años, el más anciano del plan Andrés Eloy Blanco, dentro del Observatorio, uno de los sectores más aislados (y por ello peligrosos) del barrio. Aquí tampoco hay satisfacción tras las elecciones. «Ganamos, pero no triunfamos», dice Yoel Capriles, uno de los líderes del Consejo Comunal.

Si se desplaza a Catia, el barrio más cercano, Capriles tiene que atravesar las empinadas cuestas que le conducen de vuelta a su domicilio. El problema está en la falta de transporte. La escasez de repuestos ha provocado que descienda el número de autobuses y camionetas. Así que a veces toca llamar a algún vecino para que vaya a recogerle en moto y pagarle un módico precio. En caso contrario, hay que resolver de alguna manera. En este sector hay gente que ha perdido kilos por las estrecheces de los últimos años. El propio Capriles es uno de ellos. Aunque él es un tipo optimista. Asegura que la inflación hizo que dejase de comer hamburguesas, «yo era un glotón», y que ahora se alimente de forma más sana. Se pone serio. «Estamos pasándolo mal, el Gobierno tiene que poner soluciones», dice. Un hecho que le ha tocado en lo personal: su propio hijo mayor, que se llama como él, ha emigrado a República Dominicana. Trabaja como albañil. Les envía algo de dinero. «No pensé que ocurriese tanto hasta que me pasó a mí», dice.

Uno de los problemas tradicionales de esta zona era la seguridad. En los sectores ubicados en las zonas más bajas del cerro se logró controlar la delincuencia. Por el contrario, el Observatorio siempre tuvo fama de ser uno de los lugares más peligrosos de Caracas.

«Aquí tenían su escondite un grupo de malandros», dice el dirigente, al señalar una puerta metálica. Todavía se notan los disparos. Fue la policía, que entró en el barrio, mantuvo un enfrentamiento con los presuntos delincuentes y mató a varios de ellos. Son las conocidas como OLP (Operación Liberación del Pueblo), con la que las fuerzas especiales de la policía venezolana se desplegaron para combatir el crimen, pero que han sido duramente criticadas por organismos de Derechos Humanos.

«Con esta gente solo se puede hablar en un idioma: con plomo», dice Capriles.

Se supone que en Venezuela se cometieron 26.616 asesinatos en 2017, lo que da una tasa de 89 homicidios por cada 100.000 habitantes, una de las más altas del mundo. Las cifras son del Observatorio Venezolano de la Violencia, de tendencia opositora. El Gobierno no ofrece números oficiales. El 23 de Enero, sin embargo, es un territorio «liberado», como dice Capriles, quien destaca que en los últimos años la situación ha mejorado.

Los colectivos son duramente criticados por parte de la oposición, que los acusa de paramilitarismo. Algunos de sus integrantes, como Salvador Salas, reconocen que existe un problema, que hay grupos que se han apropiado del nombre para delinquir, hacerse con bienes básicos y venderlos en el mercado negro. Sin embargo, cree que esto no tiene nada que ver con la estructura que él representa. «Ni todos los empresarios son malos, ni todos los militares corruptos», considera. Hay ocasiones en los que estos grupos se han convertido en un problema para el chavismo. Ocurrió, por ejemplo, en 2009, cuando el propio Chávez calificó de «criminal» a Valentín Santana, líder de La Piedrita, al que hoy todavía puede verse con guardaespaldas fuertemente armados.

Los murales de Chávez y Maduro, las proclamas revolucionarias, incluso un Jesucristo con Kalashnikov que proclama “Venceremos” en el sector de La Piedrita han imprimido carácter al 23 de enero. La parroquia, sin embargo, no es ajena a la grave situación económica que vive el país. Durante las elecciones del 20 de mayo tampoco se vieron las habituales colas que caracterizaban a los comicios. Si, como dice Juan Contreras, este es un «termómetro» de la situación venezolana, el barrio se debate entre la lealtad al proceso y la resignación. Un estado de ánimo que puede cambiar si las estrecheces siguen apretando.