Alberto Pradilla
fiesta entre las tumbas

Caballos, alcohol y difuntos en Guatemala

Beber hasta caer rendido. Bailar marimba hasta el amanecer. Sobrevivir a una carrera de caballos en la que nadie gana. Volver a beber y a bailar sobre las tumbas de tus antepasados. Así se celebra el día de los difuntos en Todos Los Santos Cuchumatán, en Guatemala.

Dice la leyenda que Pedro de Alvarado (Badajoz, 1485– Guadalajara, México, 1541), uno de los principales conquistadores de Centroamérica, enterraba a los caballos para que los pueblos originarios no pudiesen ser conscientes de su mortalidad. Llegaron a creer que se enfrentaban a dioses. Alguien se dio cuenta del engaño. Y supo que lo que tenían delante no eran deidades imbatibles, sino hombres corrientes que jugaban con ventaja. Se rebelaron. Aprendieron a dominar al corcel. E incluso infligieron alguna derrota a los invasores, aunque fuese insuficiente para expulsarlos de sus tierras. Alguna de esas pequeñas victorias está en el origen de la celebración del día de los difuntos, cada 1 de noviembre, en Todos Los Santos Cuchumatán, un pequeño municipio del departamento de Huehuetenango, en Guatemala, 280 kilómetros al noreste de la capital. Así al menos lo explicaba Edgar Figueroa Jiménez, vecino del municipio, mientras observaba la tradicional carrera de caballos, cerveza en mano, el 1 de noviembre de 2017. Si se trata de un relato apócrifo, preferimos creerlo. Porque significa que, al menos en este caso, también los derrotados conservaron parte de su versión de los hechos, que terminaría convertida en conmemoración.

La dinámica de la fiesta es sencilla. Cinco caballos, en un recorrido de tierra de aproximadamente un kilómetro y medio. Dan vueltas entre las 8 y las 16:00 horas. Van y vuelven. Cambian de jinete. Y otra vez el mismo trayecto. El objetivo no es llegar el primero. No existe una meta. En cada vuelta puede cambiarse el caballero. El éxito se basa en mantenerse sobre el animal, teniendo en cuenta que la mayor parte de participantes se encuentra en un importante grado de ebriedad.

Beber es condición sine qua non para comprender la fiesta. Beber mucho. Beber demasiado. Beber hasta la embriaguez más absoluta. Beber para bailar, caer rendido y perder el conocimiento. Puede ser cerveza o guaro (aguardiente). El caso es beber.

Los jinetes, hombres jóvenes (no verán a muchas mujeres participando en esta celebración), se enfrentan a una especie de rito iniciático. Visten con un traje especial, con plumas, como pavos reales ante su comunidad, que les diferencia del resto de parroquianos enfundados en la vestimenta tradicional, de pantalones a rayas rojas y blancas, camisa y sombrero. Subirse al caballo es muestra de valor. Es un modo de ser reconocido en su propia aldea. Para ello, como forma de calentar y espantar los temores, pasan toda la noche bebiendo en alguna de las fiestas con marimba (un xilófono tradicional herencia de los esclavos africanos que llegaron a México y Guatemala) que se repiten en domicilios particulares durante toda la noche.

Algunos son agricultores y jamás han salido de Todos Los Santos. Otros, los que más pagan por el caballo, los que más gastan en ropa, son hijos de la migración a Estados Unidos. Según el Proyecto de Desarrollo Rural y Local (PDRL), dos de cada diez habitantes de Todos Los Santos se encuentra en el exterior ganándose la vida. Casi nada. La otra cara de la moneda son los beneficiarios de las remesas que llegan del vecino del norte. El mismo informe apunta que el 79% de los todosanteros recibe algún apoyo económico desde el exterior. Esos envíos monetarios se han convertido en la principal fuente de ingreso del país, el 12% del Producto Interior Bruto, según datos del Banco de Guatemala.

Pagar a un coyote, cruzar irregularmente la frontera de Estados Unidos y lograr un trabajo te convierte en una persona de éxito. Alguien a quien tus vecinos admiran. Las viviendas de los migrantes en Todos Los Santos Cuchumatán así lo atestiguan, construidas con mejores materiales y decoradas con ostentosas banderas de las barras y estrellas. También, y esto es importante, las tumbas. En esta aldea son frecuentes las enseñas que marcan la lápida de quien se dejó la vida por el camino, en México, o ya en Estados Unidos.

Para quien migra hay tres opciones: el éxito, la deportación o la muerte. Miles de personas se quedaron en el trayecto hacia el “sueño americano”.

Pero regresemos a la aldea, en sus 2.500 metros de altitud en medio de los Cuchumatanes, montañas del noreste de Guateamala, y sus carreteras escarpadas, cubiertas por intensa neblina. Regresemos a la noche anterior a la carrera, donde decenas de personas participan en las fiestas que organizan dos familias, los Mendoza y los Jiménez. Ellos son los principales anfitriones de la fiesta, las dos grandes familias, y a ellos les corresponde organizar los ágapes para los invitados.

La feria se organiza por cuadrillas. Hay nueve en la aldea. Sus primeros capitanes, que rotan anualmente, son quienes realizan el principal gasto, que puede ascender hasta los 40.000 quetzales (algo más de 4.500 euros). Sin el dinero que llega desde Estados Unidos, sería imposible un desembolso de estas características.

Son las cuatro de la madrugada en la casa de los Mendoza, uno de los domicilios reconvertidos en pista de baile. Ambiente de rave indígena. Varios grupos de hombres oriundos de la aldea bailan en círculos, tambaleándose; una anciana que roza los 90 años constituye la única presencia femenina a estas alturas de la fiesta; dos mochileros gringos que parecen querer emular a Ernest Hermingway en sus gestas etílicas, observan, cerveza en mano. Sentado, Lionel Pablo Mendoza, uno de los que se estrena como jinete. Parece el único sobrio. Ha llegado desde California. Lo prueba el tatuaje, con esta inscripción, que luce en uno de sus brazos.

Horas después lo veremos sobre el caballo, con una mezcla de excitación y susto. Finalmente, se impone lo segundo, porque únicamente dará una vuelta al recorrido. Mirándole desde la distancia, Vicente Pablo, su padre, un veterano en estas lides, con nueve carreras en su espalda. Al menos, el vástago no saldrá herido. Porque mezclar un caballo asustado y un jinete beodo solo puede traer funestas consecuencias. Como, por ejemplo, que un montador rezagado termine en dirección contraria y acabe chocando brutalmente contra otro de los caballos. Una pierna rota es saldo aceptable para tan tremendo golpe.

Horas después, con los corceles ya resguardados, Todos Los Santos es el escenario posterior a un tsunami. Quienes no lograron llegar a casa duermen la mona en la acera. Otros descansan para la segunda parte de la fiesta: el baile en las tumbas. Es tradición que las familias instalen una marimba junto a la lápida de su allegado y pasen las horas entre tragos, recuerdos, lloros y catarsis.

Molesta a los lugareños que los forasteros se recreen en fotografiar a los bolos (borracho, ebrio, en el castellano de Guatemala) sin darse cuenta de que lo que ocurre a su alrededor es mucho más trascendente. En Todos Los Santos Cuchumatán se mezcla una sociedad que se aferra a sus tradiciones mientras lidia con la amenaza del desarraigo que provoca la migración. Al final, todo forma parte del hilo conductor que llegó con los españoles, con Pedro de Alvarado y sus caballos, con el despojo y la miseria que se han perpetuado a lo largo de varios siglos. La muerte lo iguala todo y en esta aldea con nombre de recuerdo a los difuntos honran a quienes ya no están a lomos de un caballo y con una cerveza en la mano.