XANDRA ROMERO
SALUD

Reflexiones de una vida con los «sin»

Estamos presenciando una época en la que casi es más habitual vivir sin ingerir lactosa e incluso gluten sin tener intolerancia a la lactosa o sin ser celíaco. Las pruebas que tenemos para decir esto es que solo una pequeña parte de la población sufre un déficit de producción de lactasa en su organismo, del mismo modo que la enfermedad celíaca afecta como muchísimo al 2% de la población, pero cuando se realizan encuestas a personas sanas, hasta el 30% refiere estar haciendo una dieta sin gluten.

Las razones que dan algunas de estas personas son que si “la lactosa me sienta mal”, “si tomo lácteos con lactosa me siento hinchado” o “el gluten favorece la inflamación del organismo”. De esta manera nos dejamos llevar por modas y tendencias, por querer ser los más saludables sin darnos cuenta que en realidad no es así.

Empezando por la lactosa, recordemos que se trata del azúcar de la leche, por tanto, es el principal carbohidrato (alrededor de un 5% de la leche es lactosa). La lactosa es un disacárido, un azúcar formado por dos monosacáridos unidos: glucosa y galactosa. Para digerirlo, nuestro organismo produce de forma natural una enzima llamada lactasa que es capaz de romper la lactosa en sus dos partes: glucosa y galactosa, haciendo que estos dos azúcares ya puedan ser absorbidos por el intestino.

Curiosamente los productos sin lactosa utilizan también esta enzima para hacer desaparecer la lactosa de la leche. Es decir, a la leche sin lactosa no se le extrae la lactosa, sino que se le añade enzima lactasa. El resultado es una leche más dulce.

El diagnóstico de la intolerancia a la lactosa tiene que hacerlo un médico y se hace mediante una prueba de gases que consiste en beber un vaso de leche y hacer a la persona soplar a las tres o cinco horas de la toma y, luego, mirar los gases que se forman. Si la lactosa llega al intestino grueso sin ser digerida, las bacterias se la comen y producen gases. El 80% de estos gases se eliminan generando ciertas molestias digestivas y flatulencia, y un 20% pasa a la sangre, llega al pulmón y se va con el aire aspirado. Así que no vale decir que somos intolerantes porque nos sienta mal la leche.

Por otro lado, eliminar el gluten porque sí es un signo más de la glutenfobia que se ha instalado en nuestra sociedad gracias a algunos médicos, dietistas y pseudoprofesionales de la salud que culpan al gluten de gran parte de nuestras dolencias. Además de la enfermedad celíaca, conocemos desde hace poco una nueva entidad que se denomina sensibilidad al gluten no celíaca, que se da cuando un paciente sin celiaquía tiene síntomas (generalmente digestivos) con exposición al gluten y estos desaparecen al eliminarlo. La prevalencia aproximada de esta nueva terminología no está clara y podría ser del 1 al 6% de la población. Este “no estar claro” parece estar facilitando el sobrediagnóstico y el autodiagnóstico de personas que no consultan al profesional sanitario.

Pero yendo al meollo de la cuestión, ¿es peligroso el seguimiento de una dieta exenta de lactosa y gluten sin necesidad? No, porque ambos son dos nutrientes que no son esenciales. Sin embargo, y aunque no haya efectos adversos de seguir una dieta sin lactosa o sin gluten, sí puede haber consecuencias y es que, aunque todavía no podemos hacer un estudio representativo porque la moda del consumo de estos productos es demasiado reciente como para sacar conclusiones de su impacto, sabemos que dado que nuestro cuerpo sintetiza la lactasa cuando tomamos leche, si dejamos de tomar lácteos con lactosa por nuestra cuenta, nuestro cuerpo dejará de crear esta enzima que nos ayuda a digerirla, por lo que nos auto generaremos una intolerancia a la lactosa progresiva. Un ejemplo similar lo tenemos en el caso de los celíacos, ya que durante un tiempo se aconsejaba no dar gluten hasta los seis meses de vida y actualmente su ingesta se recomienda a los cinco meses a fin de minimizar la posibilidad de padecer la enfermedad celíaca.

Y la última consecuencia es que, a menudo esta glutenfobia y lacteofobia no es más que una categorización errónea de los alimentos como “sanos” e “insanos” en pos de llevar una alimentación sana que sirve en ocasiones para enmascarar otros problemas como el inicio de los trastornos alimentarios.