Janina Pérez Arias
Entrevista
Bill PUllman

«El cine ha sido como una suerte de aventura, pero he hallado un medio de expresión más artístico en el teatro»

La mesa está repleta de chocolatinas. A Bill Pullman (Nueva York, 1953) se le van los ojos, nos ofrece ese oscuro objeto del deseo y, acto seguido, destapa solo uno para llevárselo a la boca. No es un chocolatero empedernido, y no es porque esté a dieta, nos aclara el actor y director estadounidense. A finales de la década de los 80, en su treintena y después de dedicarse a la docencia, Pullman llegó a la pantalla grande. Quien “de paisano” vive entre Los Ángeles y su rancho en Montana, nunca más se iría del cine, por lo cual ya son varias las generaciones que han crecido viéndole como el presidente ideal, como el malo de la película, como el mejor amigo, como el enemigo, ejerciendo varias profesiones, y desde la butaca se lo han creído todo.

A Bill Pullman no hay rol ni género que se le resista. Y fue a propósito de un western, género que le ha fascinado desde siempre, por lo que nos sentamos a conversar esta tarde con pinta de llover en Zúrich.

No es la primera vez que protagoniza un western, ¿pero “La balada de Lefty Brow” (dirigida por Jared Moshe y que se puede ver en plataformas como Filmin) es un aporte a la renovación del género?

Sí. Una película clásica del oeste nunca tendría como personaje principal a una persona llena de dudas y de incertidumbres. Ni en el cine de los 70, cuando se hizo una revisión del género con “The Missouri Breaks” (dirigida por Arthur Penn, con Marlon Brando y Jack Nicholson, en 1976) ni más recientemente, en el western de ciencia ficción “Cowboys & Aliens” (Jon Favreau, 2011), plantean a un protagonista de estas características.

¿Cuál es la lectura que le da usted al género del western?

Una perspectiva interesante acerca del western es que incluye el mito de la creación de Estados Unidos. Hace unos años hice una serie de televisión titulada “The Virginian” (la protagonizó y dirigió en el 2000), basada en una novela de la cual se han tomado muchos elementos e información para la realización de diversas películas. Esa novela cuenta la vida de “El Virginiano”, un vaquero sin nombre. Lo curioso es que ese libro, que tanto peso ha tenido para las historias que han surgido a partir de él, fue publicado en 1902, cuando ya había pasado la época de la conquista del Oeste, por lo que hay un elemento de nostalgia en el mito de creación de América. Me refiero, en concreto, al sentimiento de pérdida, al deseo de recuperar algo que ya no existe, pero también ese sentimiento romántico de crear un mundo perfecto, que si bien también ha sido propio de Europa, en la perspectiva americana la violencia es lo que ha constituido el centro del western. Sin ir muy lejos, echemos un vistazo a Canadá, tan cerca de EEUU que hasta comparten montañas: los canadienses no trataron los mismos temas que se abordaron en el western americano. La historia del Oeste canadiense se basaba más bien en cómo los gobernantes hacían que las personas se organizaran o en cómo la Real Policía Montada de Canadá se desplazaba a diversos territorios para proteger a la buena gente.

Un aspecto consustancial a las películas de vaqueros es lo de tomarse la justicia por su propia mano. ¿Por qué cree usted que esa ficción se repite una y otra vez en la realidad de EEUU?

A veces, tomarse la justicia por su propia mano proviene de un sentido de la injusticia, pero sus raíces también pueden estar en la codicia o causadas por un conflicto. Cuando esas situaciones se convierten en extremas, puede suceder cualquier cosa. No creo que necesariamente los seres humanos seamos por naturaleza buenos para vivir juntos, y no asumo que la mayoría de la gente comparta exactamente los mismos objetivos o deseos. El caos en cuanto a lo que pensamos, sentimos y nuestro comportamiento es mayor de lo que podemos sospechar; sin embargo, para poder existir y convivir, tenemos que dejar de lado o negar muchas cosas. Ese es el motivo por el que en diferentes ámbitos surgen y se repiten periodos de graves conflictos de todo tipo que nunca se han resuelto.

¿Cree entonces que es mejor atenerse a la «justicia oficial»?

Es bueno para nuestras historias de ficción (se ríe). En literatura se suelen abordar las profundidades de la justicia social; en el melodrama se puede observar esa exploración, mientras que en el western se tratan temas políticos. Sin embargo, la violencia de los seres humanos ocupa en todos un puesto preponderante.

Parte del trabajo de un actor consiste en observar la sociedad donde vive y algunos hasta llegan a involucrarse en política. ¿Qué percepción tiene usted personalmente de los EEUU de estos tiempos?

Me gusta escuchar que parte del trabajo de los actores es la observación de la realidad, pero no creo que en EEUU sea el caso. Con cierta ligereza se rechaza a muchos actores que se involucran en la política, ya que no se les respeta como posibles voces de la cultura. A los actores se les escucha solo cuando se ven en la situación de tener que disentir de alguien o sobre algo. Tal vez en Europa, más que en América, se les presta más atención cuando hablan de política.

Usted ha encarnado a presidentes perfectos. ¿Teniendo en cuenta el tipo de mandatario que tiene su país ahora mismo, volvería a hacer de presidente?

No me gustaría hacerlo ahora mismo, por aquello de huir del encasillamiento (se ríe). Pero sería un acercamiento mucho más profundo, teniendo en cuenta que actualmente están sucediendo muchas cosas a nivel político en el mundo. Nos cuesta trabajo entender esos temores tan oscuros sobre los valores, la cultura, las divisiones o el legado que estamos dejando a nuestros hijos. Existen figuras muy interesantes como Emmanuel Macron en Francia, ¡guau!, es un tío que muestra seguridad, templanza y es una voz que apela al equilibrio; sin embargo, se está enfrentando a muchas crisis. Sin duda es muy interesante prestar atención al quehacer político y, en cualquier caso, desde el punto de vista de actor, este es un buen momento para el estudio de personajes.

¿Ha pensado alguna vez en entrar en política?

No.

¿Por qué no?

Porque me he propuesto ejercer otro liderazgo en mi comunidad. Hace unos años, en 2011, fundé Hollywood Orchard con mi mujer y mis vecinos de California. Es una organización sin fines de lucro que se dedica a cosechar fruta para luego donarla (el trabajo agrícola es una pasión desde su niñez). Creo firmemente en el ‘piensa globalmente, actúa localmente’, y me interesó mucho cómo se puede unir una comunidad en torno a la cosecha de la fruta. También me he dedicado a otros proyectos más cercanos a mi profesión, uno de ellos fue para la televisión pública sobre cómo los habitantes de una localidad se unieron para la reconstrucción de un granero de 1910. Hasta mi agente se puso nervioso cuando le dije que me iba a ausentar varias semanas por esto, pero era algo que quería hacer. Se trata de salvar una parte de la historia de EEUU y sabía que las viejas familias asentadas en esa región no contaban con los recursos necesarios para abordar la restauración. Ahora mismo a esas familias, que han estado allí a lo largo de cuatro generaciones, se les hace muy difícil aceptar ayuda debido a las divisiones existentes en EEUU, ya que al aceptar ayuda gubernamental permitiría el acceso del Gobierno a sus graneros. Hay un miedo muy grande a la degradación cultural, y esa pequeña comunidad es apenas un microcosmos que ilustra las profundas fisuras de mi país.

Usted ha participado en filmes de grandes presupuestos como «Independence Day» (Roland Emmerich, 1996 y 2016), más recientemente en «The Equalizer» (1 y 2, Antoine Fuqua), pero también en cine de autor con David Lynch en «Carretera perdida» (1997). ¿Cómo ve el desarrollo de su carrera?

He tenido mucha suerte de haber trabajado en proyectos muy diversos. Me gustan mucho las películas noir, y con ciertos directores me siento muy cómodo explorando ese tipo de cine, lo que me permite también una estupenda variedad. Hice una película muy pequeña que se llamaba “El efecto Zero” (Jake Kasdan, 1998), que era una comedia negra, con un tipo de humor muy raro que me encanta y que veo también en David Lynch. Para mí el cine ha sido como una suerte de aventura; sin embargo, donde he hallado un medio de expresión más artístico es en el teatro. Siento que en el teatro abro mi alma y creo que a través de los años he dejado mi impronta personal en la comunidad teatral de Nueva York.

Cuando anda a la búsqueda de papeles, ¿escucha más su corazón y sus instintos que a su agente?

(Se ríe) Mi agente y manager me conocen muy bien, no se enfadan conmigo cuando hago cosas que no estaban en sus planes. Tienes que hacerles ganar algo de dinero, de lo contrario caes en el olvido. Por suerte, he generado algunas ganancias y por eso no se preocupan tanto por mí. Cuando cumplí 60 años y les dije que quería hacer más teatro se lo tomaron bien, porque mis decisiones están relacionadas con mi evolución como actor y son necesidades que quiero atender. Fíjate que he hecho últimamente tres obras de teatro, una de ellas en Noruega (una adaptación de “Otelo”, dirigida por Stein Winge), donde interpreté en noruego e inglés. ¡Es una locura!.

Desde su punto de vista de actor, ¿cómo ve los cambios en el público?

Sobre todo en el teatro existe un gran temor porque la gran mayoría de los espectadores que nos apoya es bastante mayor, por lo que debemos captar a las nuevas generaciones. En cierto modo, suelo bromear cuando me preguntan si estoy preocupado por la muerte del cine, a lo que respondo que más bien estoy preocupado por la muerte del teatro.

Teniendo en cuenta la positiva evolución de la televisión y que usted ha participado en varias producciones para la pequeña pantalla, ¿encuentra usted en la televisión cierta libertad como actor?

Tengo que admitir que no soy un asiduo televidente. Sin embargo, a través de mi participación en “The Sinner” (miniserie que va en su segunda temporada, 2017-2018), además de haber aprendido mucho, me di cuenta de que con las nuevas plataformas de visionado mi odio hacia los anuncios ya no debe ser un obstáculo para disfrutar y apreciar una serie. ¡Qué cosa tan loca!, ¿no?

 


«Antzerkian aurkitu dut adierazmolderik artistikoena»

Bill Pullman (New York, 1953) zinema eta telebistako aktoreak ia denetariko paperak landu ditu. Ipar Amerikako Mendebaldeko konkistaren erdian aritu den bezala, Ameriketako Estatu Batuetako presidente izan da, lagun leialena batzuetan eta etsairik bortitzena besteetan. 7Krako egindako elkarrizketa honetan, western generoak indarkeriarekin duen loturaz aritu ondoren, aktoreen lanaren zati bat errealitatearen behaketa dela entzutea gustukoa duela dio, baina ez du uste horrela denik, «ez AEBetan behintzat». Azaltzen duenez, herrialde horretan «politikan sartzen diren aktoreak baztertuak izaten dira, eta ez dituzte aintzat hartzen kultur alorreko ahots bezala». Zinema, berarentzat, «abentura antzeko zerbait da», baina antzerkian aurkitu du «adierazmolderik artistikoena». «Maila globalean pentsatu, tokiko mailan jardun» esaldian sinisten du irmoki.