Maite Ubiria
Entrevista
Geneviève Azam

«Los territorios son un lugar de resistencia para encarar las crisis ligadas al cambio climático»

Profesora e investigadora de la Universidad de Toulouse-Jean Jaurès, la economista Geneviève Azam es miembro del consejo científico y una de las voces más reconocibles de ATTAC-Francia. Impulsora del colectivo europeo «Pacte Finance Climat», que preconiza un tratado europeo que aporte una financiación estable a la lucha contra el cambio climático, es una de las doscientas personalidades de la sociedad civil que convocaron el encuentro Alternatiba 2018 y que congregó a 15.000 personas entre el 6 y el 7 de octubre en Baiona. Allí levantaron la “mano roja” que advierte de que en este planeta “se nos acaba el tiempo” para revertir los efectos del desorden climático.

La presidenta del FMI, el Gobierno alemán... las previsiones de crecimiento a la baja y los mensajes sobre la pérdida de ritmo de crecimiento de la economía empiezan a ser recurrentes. ¿Cuál es su diagnóstico en su condición de economista?

Hay diversos anuncios que alertan de la posibilidad de una crisis importante. Contrariamente a lo que ocurrió con la crisis financiera de 2007-2008 que fue, entre comillas, una crisis que ni las grandes institucionales financieras internacionales ni los gobiernos estatales vieron venir –aunque las organizaciones no gubernamentales venían alertando desde hace tiempo–, ahora son esos mismos estamentos los que nos advierten no solo de que la economía no crece al ritmo previsto sino de que existen riesgos reales de un nuevo estallido financiero. Aunque la configuración con respecto a la crisis precedente es diferente, la primera consideración a hacer es que el crecimiento no es, como han querido hacernos creer, un indicador que certifica la buena salud de la economía, ni por extensión una ventaja para la sociedad. Ha habido tasas de crecimiento muy grandes en China, en India y algunos países africanos, pero las condiciones de vida de las mayorías se han degradado.

La idea de «a mayor crecimiento mayor generación de riqueza, luego mejor para todos», contrasta con la devastación social agudizada tras la crisis de la década pasada.

Para mí es importante remarcar que se ha roto un mito: hoy sabemos que se puede crecer sin crear empleo, o creando empleo que no permite vivir dignamente. Eso es inocultable. Nos hicieron creer que a mayor tasa de crecimiento más riqueza y, por tanto, mayor nivel de bienestar. Es mentira. Aun con todo, la mayoría de los gobiernos siguen anclados en la estrategia del crecimiento. Con la alerta dada por el FMI, el BM, diversos gobiernos... en el fondo se confirma lo que muchos veníamos diciendo, si me apura, lo que ellos mismos ya saben, porque la situación que viven capas cada vez más amplias de nuestra sociedad pone a la vista de todos el agotamiento de modelo.

En el fondo parece que no hemos aprendido demasiado. Esos organismos nos advierten hoy de los riesgos derivados de la acumulación de la deuda, pero hasta ayer los gobiernos decían a la ciudadanía que la salida definitiva de la crisis pasaba por recuperar el consumo.

Hay un endeudamiento de los estados, pero también de los hogares, a niveles muy fuertes, lo que genera ese riesgo de estallido que, efectivamente, hay que ligar con esa receta fallida, con ese mensaje compulsivo que anima a la gente a consumir, que le incita, o le condena, a asumir riesgos financieros. Eso provocó exactamente la crisis precedente, y el bucle del endeudamiento está otra vez en marcha.

Solo nos queda esperar a que vuelvan a decirnos que todo esto es culpa nuestra, por vivir por encima de nuestras posibilidades, como nos dijeron en la anterior crisis.

En cierto modo se reproduce la situación, y los argumentos. La novedad es que ahora además se nos previene de lo que pasará, con lo que parece que las responsabilidades se diluyen de antemano. Todo con tal de no asumir los errores, porque se han puesto cantidades ingentes de dinero en circulación, se han nutrido las cajas de los bancos, pero ese dinero, en vez de contribuir a la creación y reparto de la riqueza, mediante la puesta en marcha de proyectos sostenibles en lo social y medioambiental, con empleos de calidad que consoliden los territorios, ha ido a parar de nuevo a macro proyectos que no generan desarrollo y que en muchos casos son la antesala de la especulación financiera.

Con todo, una década larga de crisis ha dejado heridas profundas. Los estados no parecen haber retomado las riendas frente a las grandes corporaciones y la desigualdad social se ha agudizado.

No hay dos episodios de crisis iguales por más que podamos identificar factores comunes. La situación, coincido con su diagnóstico, no es la misma hoy. Es más grave, porque en 2008-2009 los estados pudieron acudir en ayuda de los bancos que, por resumir, habían prestado demasiado. Ahora los estados, con su enorme endeudamiento, no van a poder actuar de la misma forma. Y es que desde que ocurrió aquel estallido no se ha procedido, como se nos dijo, a separar el sector financiero del sector bancario propiamente dicho. Aunque se nos hizo la promesa de diseccionar esas dos esferas, la del mercado financiero y la de la banca más pegada al sector productivo, la realidad es que el dinero de los particulares vuelve a estar en bancos que, a su vez, emplean sus fondos para seguir alimentando ese mercado financiero global. De ahí el riesgo de que vuelva a derrumbarse el castillo de naipes de la recuperación económica, que no es real.

Con lo cual, los estados tienen menos herramientas para afrontar una eventual nueva embestida.

Exactamente, porque se han despojado de los instrumentos que les permitían incidir en la economía. Aunque, para hacer un análisis certero, hay que dejar sentado que esa pérdida de lo público se remonta a hace treinta años. Hoy es el mercado el que manda, y el mercado, rompamos ese mito también, no se regula por sí mismo, el mercado es un factor de desequilibrio. El crecimiento, tal como lo entienden el FMI y los estamentos que siguen su doctrina, no crea empleo, aumenta las desigualdades y además está basado en una usurpación acelerada de recursos del planeta, en el origen del desorden climático.

 

El circulo vicioso de nuevo, ¿cómo asumir el costo creciente del desorden climático?

Los daños derivados de la urgencia climática no dejan de aumentar pero no se quiere asumir que van a horadar cada día más los presupuestos públicos. Hay una acumulación de factores que deben hacernos reflexionar, porque esa idea de que la salvación es sostener al precio que sea un modelo de crecimiento global de forma infinita... es cuanto menos un propuesta esquizofrénica.

Cuando ruge la marabunta, ¿las voces que preconizan un modelo de desarrollo a la escala de las personas y de los territorios tienen más o menos opciones de hacerse oír?

No hay que oponer sino más bien juxtaponer el nivel territorial, el estatal y el global. Hay que trabajar la incidencia en el ámbito cercano pero hacer las cosas de modo que permitan generar expectativas de cambio en los contextos más amplios. Lo que me marcó de mi visita a Baiona, con motivo del encuentro Alternatiba, fue ver cómo por impulso ciudadano se puede cambiar una política territorial. Es muy difícil incidir en el ámbito internacional desde nuestra escala de simples ciudadanos. En revancha, podemos, debemos y es una urgencia que actuemos para cambiar el juego en el ámbito territorial. Por así decirlo, ante una crisis con mayúsculas nuestra única protección está en ese ámbito cercano. Debemos preservar el territorio, entendido como lugar de vida, y en el caso vasco, entiendo que también como referencia de una fuerte identidad, frente a esa tormenta que nos amenaza, porque es nuestra mejor oportunidad.

Hablando de identidad, el altermundialismo nos acunó en la idea de pensar global y actuar local. No sé hasta que punto ese binomio está en desuso.

Esa frontera está efectivamente rota, ya que lo local trasciende directamente para convertirse en materia global. Por ejemplo, en el País Vasco hay una moneda local, el eusko, que permite relocalizar la economía. Es un logro local que remite a una perspectiva global, porque ese circuito monetario alternativo se construye, a ritmos diferentes, en puntos muy dispares del planeta. El sistema financiero, monetario, su control y su escala... ¡qué cuestión más global que la que abordan ustedes al dotarse del eusko! Igual para el nuevo proyecto Enargia, la idea de reapropiarse de la producción y de tender puentes hacia una austeridad energética se juega a escala local y también global. Dicho esto, insisto en poner en valor que con esas herramientas están ustedes resaltando, y construyendo, soluciones globales sobre una realidad territorial.

No sé si mi percepción es correcta, pero tengo la impresión de que esa construcción de alternativas se refuerza cuando va más allá de los pequeños gestos y se da la opción a la gente de retomar el control en materias como las que cita, la gestión monetaria o energética, que están precisamente en el centro de esa tormenta que amenaza.

Cuando nos batimos contra una enorme infraestructura o contra un proyecto mercantilista, debemos saber que al tomar partido contribuimos a una conexión global. Porque, por así decirlo, no nos prestamos al fatalismo ante lo que nos anuncian que puede o va a ocurrir, obviando que disponemos de una comunidad de experiencia. Bajemos otra vez al ejemplo. Este verano pasado, otra vez, los incendios han devastado tierra y vidas en Portugal, en Grecia, en California, en Australia. Lo mismo con las recientes inundaciones en el Mediterráneo, cambian los escenarios pero el fenómeno es global. Nuestra percepción de lo local y de lo global se entrelazan. La experiencia es compartida.

Me parece entenderle que en esa conexión ve usted una oportunidad, por así decirlo, para cambiar el paso, digamos que para poner la globalización del lado de la gente...

Creo que finalmente esa ruptura de fronteras entre planos geográficos puede ser una ventaja si alcanzamos a comprender las oportunidades que se nos abren cada vez que sentimos que, en el fondo, hablamos de las mismas cosas. Estamos en un escenario en el que de una parte aumentan las desigualdades y se destruye nuestra casa común, la tierra, pero también en esa escala se construyen alternativas, que generan esa identificación global.

No sé si como vagón de cola de la anterior crisis o como un síntoma más de la siguiente, pero parece que a los proyectos autoritarios les sienta bien la globalización.

A esa crisis de múltiples facetas hay que sumar, efectivamente, el fenómeno que usted apunta pero situando bien su origen, que parte de la negación o de la usurpación democrática, entendiendo que el fin de la democracia no es, por así decirlo, garantizar la igualdad en el acceso al consumo sino que la democracia remite a la idea de justicia humana y de respeto hacia el planeta. A medida que la crisis económica se profundiza, que las amenazas son más rudas y visibles, emergen gobiernos cada vez más autoritarios. Y, vuelvo a mi idea, para afrontar de raíz esa amenaza tan real y por desgracia cada vez más global, tenemos herramientas en lo local. ¿Por qué? Porque en el territorio tenemos instrumentos para hacer revivir la democracia real. Podemos manifestarnos contra decisiones europeas, contra tratados internacionales de libre comercio, y debemos hacerlo, pero debemos centrar nuestros esfuerzos en abrir brechas allí donde podemos cambiar algo.

El decrecimiento, con ser una propuesta integral, que plantea repensar qué y cómo se produce y de qué hay que prescindir, es resumida habitualmente como una iniciativa que preconiza la sobriedad en el consumo. En plena fiebre Amazon, del consumo sin fronteras a un solo click, ¿cómo se va a abrir paso esa tesis a pie de calle?

El crecimiento sigue siendo la solución a todos los problemas para la mayoría de los economistas, mientras que otros decimos que es más bien el problema. Ellos entienden que con más crecimiento todo mejorará, habrá más empleo, se generarán mayores ingresos, luego habrá más capacidad de consumo, con suerte menos desigualdades y, por si fuera poco, se lograrán los recursos que se precisan para hacer la transición ecológica, para la que por cierto ya llegamos tarde, porque vivimos bajo las consecuencias del recalentamiento global. Esa es la teoría económica dominante, pero hay una corriente de economistas que critican el crecimiento. Antes éramos muy pocos, ahora se escuchan más voces críticas con el crecimiento y son más los que empiezan a ver que causa más problemas que soluciones. 250 científicos hemos firmado recientemente un manifiesto en el que, de forma clara, pedimos que se deje de trasladar a la sociedad el mensaje de que el crecimiento es la solución. La labor debe continuar, porque se nos acaba el tiempo.

Recientemente, el presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Baiona, André Garreta, alertaba de que la crisis ha dado al traste con la redistribución efectiva de la riqueza. ¿Las élites locales deben formar parte de una nueva política de alianzas cara a impulsar modelos alternativos o la izquierda debe descartar los acuerdos?

Durante mi visita a Baiona me quedé gratamente sorprendida por la implicación ciudadana en el debate pero también por los compromisos concretos, y ese es uno de los signos de avance. Ya no estamos organizando y coordinando acciones de protesta, que también, sino compartiendo esa comunidad de experiencias que antes evocaba, estamos tejiendo alianzas e impulsando proyectos reales y concretos. No eludo la pregunta: en Baiona también me encontré con electos vascos, de distinto signo y rango institucional. Creo que hay que trabajar, lanzar proyectos y compartirlos con todos los ámbitos de decisión, desde lo local hasta lo internacional. La respuesta es sí, hay que prescindir de lo que no suma y avanzar con la perspectiva de que para encarar todas las crisis que se dibujan en ese escenario de cambio climático todas las personas son imprescindibles.

En todo caso, de la cúspide llegan mensajes contradictorios. Macron anuncia ayudas para pasar del diesel al eléctrico, pero sin replantear el uso del vehículo privado. Se cierran algunas centrales nucleares pero se importa electricidad para poder seguir consumiendo al mismo nivel.

En esa cúspide no hay cambios, más allá de la incorporación de la temática ecológica al discurso. Derecha e izquierda han abrazado cierto lenguaje, pero la práctica es otra cuestión. Hablemos de otros mecanismos que van en contra de la justicia social y climática, como son los tratados de libre comercio. Esos acuerdos intensifican la competencia internacional y laminan la economía local, arruinan los territorios. Todos los discursos políticos en favor de la agricultura local, del consumo «km0»... chocan con el apoyo a tratados como el de UE-Mercosur, que redundará en la importación masiva de carne bovina, de soja transgénica.. Esos acuerdos destruyen en origen tejido socio productivo y tierras –deforestación, monocultivos....– y en destino arruinan la producción local. En uno y otro caso siempre en beneficio de multinacionales.

Paradójicamente, la política de imposición de sanciones o aranceles que preconiza la Administración Trump está sirviendo para lavar la cara al libre comercio y preconizar, directa o indirectamente, como la panacea esos tratados de los que usted habla.

Trump critica el librecambio pero lo critica sobre la idea de su «América primero». La crítica que hacemos es que con esos acuerdos de libre cambio pierden los países de origen y los de destino. Pierden los campesinos de América Latina y los de Europa. Hay que tejer alianzas a ambos lados del océano, pero en favor de la economía solidaria, no del todo mercado.

Las elecciones europeas están ya cerca y el panorama al que apuntan es preocupante. Entre anuncios inquietantes sobre la evolución económica, y alertas inducidas respecto a la «amenaza migratoria», ¿cómo hacer barrera a la extrema derecha?

Las elecciones europeas llegan en un contexto complejo y con el ascenso del autoritarismo en distintos estados hay motivos todavía mayores para preocuparse por esa cita. No veo otra alternativa que reforzar todas las resistencias territoriales y aliarlas con otras experiencias a escala europea para tejer una Europa más habitable, luego distinta de la que dibujan unos gobiernos plegados a los lobbies de las multinacionales y que cierran las fronteras a los migrantes. Las elecciones son una oportunidad para intensificar el debate sobre los grandes temas europeos, y proyectar a los territorios como lo que son, a mi modo de ver un lugar de resistencia.

Alternatiba aportó un símbolo, la mano roja que previene de la urgencia de actuar y apuesta por identificar las responsabilidades en materia de cambio climático, como ha ocurrido después con movilizaciones a lo largo y ancho del Hexágono.

Tengo la impresión que para las personas que estuvimos allí el eco de lo vivido en el País Vasco, sin decir que pueda hacerse extrapolación directa a otras realidades, va a perdurar, porque muestra los retos a abordar. Allí escuchamos y nos dijimos que ya no hay tiempo, porque no podemos esperar unos años, es ahora o nunca. Creo que la lucha está en marcha. Aquí en Toulouse la campaña puede ser volver a municipalizar el suministro del agua, allá la defensa de otro bien común. Creo que el avance partirá de esas luchas concretas. Hoy no basta con decir no a las multinacionales, ni siquiera con resistir, hay que demostrar que hay alternativas posibles, y que esas no son una quimera, porque están aquí, son reales y funcionan. Creo que hay que intensificar el trabajo y ganar en confianza.

Dos jóvenes estudiantes cerraron la cita en Baiona, dando voz a esa que se ha bautizado como la «generación clima».

Creo que hay una toma de confianza en un sector importante de la juventud. Ese mensaje de los estudiantes fue el momento fuerte en la despedida de Alternatiba. Creo que muchos jóvenes han comprendido que si no hacen algo deberán vivir en un mundo simplemente inhabitable, que comprometerse es ganar el futuro. Asistimos a una ola novedosa, a escala hexagonal, con manifestaciones espontáneas, que se lanzan en redes sociales, que se propagan con las formas y el lenguaje de los más jóvenes, y que van a ir in crescendo en los próximos meses.

Esa apropiación del combate, con formas propias, desmiente ciertos clichés sobre una juventud sin sentido colectivo, entregada al consumo –a la mera subsistencia, en cada vez más casos– y al uso compulsivo de las redes sociales. La noto optimista.

No conviene exagerar, ni para bien ni para mal, pero creo que sí hay una franja de jóvenes que han descubierto el entusiasmo que siente el ser humano cuando se asume como ser social y hace suyo el compromiso de cambiar las cosas, de mejorar un mundo que sabe que no es deseable, porque es un mundo de amenazas, un mundo prácticamente irrespirable. Comparto horas con esos jóvenes de la llamada “generación clima”, y son conscientes de que están ante un reto vital trascendente. Reclaman su lugar y tienen un lugar en esta lucha, que es dura y da miedo, pero que también es hermosa porque nos habla del sentido de la vida. El futuro de la humanidad y de la tierra depende de nosotros y más todavía de ellos y ellas, y ese es un proyecto político que da sentido a una vida, porque no es reivindicar un poco más de esto o de aquello, sino que pasa por tomar conciencia de que lo que cada uno de nosotros hacemos es una oportunidad más ganada en favor de la existencia humana. Soy optimista porque hay jóvenes que se han plantado ante la falsa promesa de la felicidad a través del consumo desordenado y están dispuestos a ensayar una vida más plena, aunque ello implique adaptarse a vivir con una cierta sobriedad. Soy optimista, no porque no vea las amenazas, sino porque veo que muchos ciudadanos están ya en marcha, con un crisol de alternativas, dando pasos, como Euskal Herria, con su moneda local, su cámara de agricultura, su cooperativa de electricidad... Siento que la identificación con el combate colectivo está dada. Además, no hay otra opción que actuar porque el tiempo se agota. Y, en tal situación, quizás lo único realista sea ser una optimista activa.