IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Rituales

Un ritual es una sucesión de actos que genera un resultado que cubre una necesidad también simbólica, propia de las relaciones y la pertenencia a un grupo, mientras, al mismo tiempo es o parece un procedimiento. Los seres humanos somos seres simbólicos, nuestra mente ha tenido que extrapolar realidades abstractas a partir de signos concretos para adaptarse. Una huella en el terreno simboliza a un animal, pero también su trayectoria, su estado, el tiempo que hace que ha pasado por aquí, y la posibilidad calculada de atraparlo; y como consecuencia, la posibilidad también de alimentar a los propios si esa huella se convierte por fin en una presa.

La celebración posterior, o tratar de seguir los mismos pasos la siguiente vez que salimos a cazar, empieza a crear trazos de abstracción que terminan por convertirse en “la manera” de “llamar” a la caza. Esta descripción apela a quienes éramos hace muchos años, cuando vivíamos en la naturaleza, pero si atravesamos el tiempo, es fácil seguir ese rastro hasta nuestros días.

Mañana por la noche, pasado mañana, y estas semanas en general, todos, o casi todos en comunidad daremos vida a uno de los rituales más arraigados en nuestra cultura, por motivos religiosos, sociales, familiares o personales. Nos reuniremos en familia, bien o mal avenida, o con sus más y sus menos como la mayoría; iremos a comprar, aquellas cosas que son propias de nuestra celebración, comeremos, beberemos, iremos a recoger a alguien, esperaremos a que lleguen; con mayor o menor opulencia iremos a comprar de nuevo, esta vez regalos, que también digan algo, aparte de ser un objeto más o menos útil. Con todo ello, pretendemos vivir un encuentro que nos traiga algo más que lo concreto, de hecho, la mayoría hablamos de ese algo más cuando llegan estas fechas. Como cualquier otro ritual, nuestras celebraciones tienen un escenario que simboliza (dónde cenamos); simboliza estatus, autoridad si es en casa de la matriarca, o simboliza cuidado si la matriarca ya no puede moverse, como todos los escenarios, este estará cargado de significados hacia el pasado: es la casa familiar, o es la casa donde murió tal o cual familiar, donde pasamos el divorcio o la enfermedad, donde vivir era un juego constante…

Todo ello va a tener un cierto peso en cómo vivamos el encuentro, no será neutro. También lo que comemos y bebemos es un símbolo: de la tradición familiar, de nuestro deseo de nutrir al otro más allá de los ingredientes, del esfuerzo de prepararlo, del recuerdo –“porque esta comida la preparaba siempre la amama”–, e incluso de la corrección política por encima de otras necesidades –probar de todo para que nadie se sienta molesto, aunque nos pongamos enfermos–. Como en cualquier ritual, los asistentes también son elegidos, son los que pertenecen, y su presencia o ausencia da fuerza o debilita el ritual, lo cual también cambiará su sentido.

Los objetos, las palabras, también traen consigo abstracciones; muchas de ellas, de nuevo, portavoces del pasado y de la historia del grupo que celebra. Y es que, a pesar de que todos compartamos los procedimientos, más o menos, el sentido es propio de cada grupo, de su historia juntos, del sentido de seguir estándolo, o de su futuro, de sus cambios y potencialidades.

Puede sonar un poco sofisticado, pero nuestros encuentros navideños no son tan diferentes a las reuniones en torno al fuego, las celebraciones tras la cosecha o los rituales para pedir la lluvia o la caza. Sin duda todo ha cambiado, pero allá en el fondo, y trascendiendo las creencias religiosas, llenas de rituales y sentidos, el propio de estas fechas tampoco lo ha hecho tanto: nosotros, nosotras.