IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

JAjaus etxea

En un monte vizcaíno, entre el mar y la montaña, Ja (diminutivo) nos recibe en su casa, aun sin estrenar. Concertamos la cita a través del arquitecto Ibon Salaberria, del estudio beSTe arkitektura agentzia bat, autor del proyecto de la casa. «¿Satisfecha», pregunto, adivinando la respuesta. «Mucho».

La casa se encuentra en una ladera, en el borde de una urbanización de viviendas unifamiliares en mitad de la naturaleza. En ese tejido urbano sin ligazón con nada, cada casa se convierte en dueña y señora de su parcela, y la normativa hace que las estéticas sean de lo más variopintas; las hay que recuerdan a construcciones en un promontorio mallorquín, hay otras salidas de un catálogo de molduras, metopas y triglifos posmoderno, las más se parecen sospechosamente las unas a las otras. Entre todas ellas, al ojo entrenado no puede escapar un volumen cúbico de chapa ondulada negra con un rasgo identificativo muy particular: un invernadero por tejado.

Ja acciona el mando a distancia y una compuerta automática del techo del invernadero se abre, dejando que el fino viento de febrero penetre en el espacio. «Esto es… digamos que el salón de invierno». El espacio recorre toda la superficie rectangular de 7 por 15 metros, todavía sin amueblar, pero en el que se adivina correr y jugar a los niños de la casa. En pocos minutos, el sitio se refresca notablemente, eliminado el efecto invernadero por la ventilación cenital. El arquitecto señala que fueron las propias propietarias, al ver una publicación de los franceses Lacaton & Vassal, que usaron invernaderos en rehabilitaciones de los 90, las que sugirieron esa estrategia. «Yo ya les había enseñado ese ejemplo, el de las casas de Coutre y Latapie, para enseñarles cómo se podía habitar un espacio sin un uso definido. Un día que pasaron por el estudio, hojearon una publicación donde salía la obra en cuestión, y el resto vino solo».

Económica y funcional. La casa, que se coloca sobre la ladera a través de unos finos pilares metálicos, mantiene una escala baja hacia la parte pública del solar, y se abre hacia la ladera. En el piso de entrada el programa de vivienda es sencillo; Ja y su pareja necesitaban tres habitaciones para su familia, una cocina con el salón-comedor adosado, un lavadero y dos baños. Las habitaciones y el salón se conectan por un generoso balcón corrido, casi a modo de corrala, que mira hacia el jardín trasero.

El esquema de la vivienda queda bien claro: arriba, el ya mencionado salón de invierno. En medio, en la cota de acceso, la vivienda normal. Abajo, un pequeño apartamento con salida directa al jardín trasero, en plena orientación sur. Si el invernadero se puede considerar el salón de invierno, este jardín, que queda en parte protegido por el piso elevado, bien se podría llamar un salón de verano.

«La casa estaba condicionada por la economía y la funcionalidad», confiesa Salaberria, «y en nuestra manera de trabajar la estética viene en segundo lugar, muchas veces en la misma obra». La casa responde estéticamente a la necesidad de mantener un presupuesto bajo, pero no de la manera habitual, sino que busca una vuelta de tuerca en una manera de colocar los materiales más habitual de la escuela catalana que la vasca. De ese modo, las paredes se componen del propio ladrillo sin revestir, los techos de hormigón armado no se lucen, los pilares de acero aparecen simplemente con su galvanizado…

Esa aparente dureza de los materiales contrasta con un suelo de tarima maciza de madera de pino, que supuso no pocos quebraderos de cabeza, tal y como recuerda Ja: «El constructor no entendía por qué queríamos eso, es una madera muy blanda e iba a tener marcas en cuanto empezásemos a usarla. Además del precio, eso era precisamente lo que buscábamos, que fuera un material vivo».

Recorriendo la urbanización, es imposible evitar pensar que cada vivienda es diferente y que la arquitectura se resiste a los afanes de industrialización porque el proceso de diseño establece una relación personalísima con los usuarios, que pueden llegar a hacer suya la casa si deciden dejarse aconsejar por los arquitectos. No obstante, hay casas que se hacen con artesanía, como un traje a medida, y otras que se compran por Amazon.

Antes de despedirme y agradecer a Ja que nos recibiera, le hago una última pregunta: «¿Habéis bautizado la casa?», a lo cual me responde: «Sí. Yo soy Ja, y mi pareja también es Ja (también diminutivo). Así que la hemos llamado JAjaus». La onomatopeya que sugiere el nombre es más que adecuada para describir la energía que transmite la vivienda.