Jaime Iglesias
el humanista radical

«Nunca he perdido la fe en el ser humano» - Mike Leigh

Nacido en Salford, en la periferia de Manchester, en 1943, Mike Leigh es, sin duda alguna, uno de los grandes nombres del cine europeo contemporáneo. Comenzó trabajando en la BBC dando continuidad al legado del Free Cinema británico, uno de los más importantes movimientos de renovación cinematográfica, junto con el neorrealismo italiano y la nouvelle vague francesa, que acontecieron en la Europa posterior a la II Guerra Mundial. Aquel realismo sucio (“de fregadero”, dirían despectivamente sus detractores) que, por primera vez, situaba al proletariado inglés en el centro del relato cinematográfico, fue la herencia que cineastas como Ken Loach o el propio Leigh recibieron cuando, a finales de los 60 y principios de los 70, forjaron sus incipientes carreras en el medio televisivo. Después llegaría el thatcherismo para arrasar con toda una época de conquistas sociales y Mike Leigh consagró sus realizaciones a mostrar la situación de indefensión que se cierne sobre los elementos más débiles de nuestra sociedad cuando chocan con el establishment.

Sus películas han recibido todo tipo de galardones. Ganó la Palma de Oro en Cannes por “Secretos y mentiras” (1996) y el premio al mejor director, en ese mismo festival, por “Naked” (1993); obtuvo el León de Oro en Venecia por “El secreto de Vera Drake” (2004); fue candidato al Oscar por los guiones de “Topsy Turvy”, “Happy-Go-Lucky”, “Another year”, “Secretos y mentiras” y “El secreto de Vera Drake” y estuvo nominado como mejor director por estos dos últimos trabajos. Sin embargo, todos estos reconocimientos no han apaciguado el vigor combativo ni la airada radicalidad de un cineasta que, a sus 76 años, acaba de estrenar “La tragedia de Peterloo”. En su última realización, Mike Leigh reconstruye con minuciosidad los preparativos y la celebración de la famosa concentración ciudadana que tuvo lugar el 6 de agosto de 1819 en el centro de Manchester donde cerca de 80.000 personas, pertenecientes en su mayoría a las clases populares, se manifestaron contra el Gobierno de Londres exigiendo una reforma del sistema de representación parlamentaria que les permitiese tener presencia en las instituciones. El carácter pacífico y festivo de la protesta no disuadió a las autoridades de intervenir contra lo que consideraron un pulso al poder, ordenando una carga de caballería que culminó en una auténtica masacre. Dicho episodio dio lugar a una de las páginas más oscuras de la historia política británica.

Conversador apasionado, Mike Leigh no parece muy cómodo afrontando en plan de promoción que le ha impuesto la distribuidora del filme en el Estado español, con entrevistas de veinte minutos que obligan a los periodistas a ir al grano disuadiéndonos de profundizar en la complejidad de ciertas cuestiones. Pese a todo el cineasta muestra modales exquisitos y una vasta cultura a la hora de hablar sobre cine, política e Historia.

En muchas de sus películas, sus protagonistas son personajes marginados que deben de hacer frente a situaciones adversas ¿Las peores circunstancias sacan lo mejor de las personas?

Depende de las personas y del contexto ¿no? En mi película “Happy-Go-Lucky”, por ejemplo, la protagonista sacaba lo mejor de sí misma sin necesidad de tener que hacer frente a ninguna tragedia, así que no creo que en todas mis películas la adversidad sea aquello que empuja a mis personajes a actuar.

En todo caso, los vínculos de solidaridad entre ellos parecen más firmes cuando tienen que hacer frente al infortunio.

Puede ser, pero en mis largometrajes también hay elementos de tensión que lejos de potenciar un acercamiento entre los personajes, lo que generan es un enfrentamiento entre ellos. Dicho lo cual, todos esos elementos no son privativos de mis películas, sino que están en la vida misma, lo que ocurre es que cuando cuentas una historia lo importante es construir un arco dramático lo suficientemente sólido como para soportar el relato y en dicho arco aparecen todos esos elementos de manera bastante sintética.

Pero, en última instancia, el arquitecto responsable de construir dicho arco dramático es usted y entiendo que sus películas reflejan su propia visión de las relaciones humanas.

Sí, sin duda. En ese sentido creo en las personas mucho más que en las instituciones y creo en el efecto que los vínculos de solidaridad entre individuos pueden tener de cara a generar una fuerza colectiva que nos permita plantar cara al poder. Nunca he perdido la fe en el ser humano.

 

 

¿No le parece que hoy en día la activación de esa fuerza colectiva resulta más difícil que antaño? En 1819, año en el que transcurre «La tragedia de Peterloo», esos vínculos de solidaridad entre la clase trabajadora resultaban muy evidentes.

Lo que ocurre es que en aquella época las necesidades de la población eran más acuciantes que hoy en día y como tal los motivos para la unidad de acción frente a los poderosos estaban mucho más definidos. Se luchaba por sobrevivir y las protestas ciudadanas iban encaminadas a lograr paliar la escasez de alimentos o a asegurar el derecho a la escolarización de los hijos de las familias pobres. Actualmente no trabajamos tantas horas como entonces, disponemos de más tiempo libre y eso en principio nos dejaría más margen para organizarnos políticamente, pero también tenemos más opciones de ocio y eso hace que no sea tan fácil alzarnos y salir a la calle a protestar. Organizarse nunca fue fácil, pero antes las demandas eran mucho más concretas y eso llevaba a que los vínculos de solidaridad se produjesen de manera más natural.

¿Rechaza entonces la idea de que esta película, pese a estar ambientada a comienzos del siglo XIX, pueda ser asumida en clave contemporánea?

Es que “La tragedia de Peterloo” hace referencia a un momento histórico muy concreto, En 1819, entre todas las personas que se congregaron en aquella plaza de Manchester para presentar sus demandas al Gobierno británico, muy pocos eran los que ponían cara a los miembros del Ejecutivo. Puede que unos pocos, los que sabían leer, hubieran visto el dibujo de algún ministro en algún periódico, pero realmente no sabían a quienes estaban dirigiendo sus peticiones. Hoy en día sabemos todo de nuestros gobernantes: cómo son, qué piensan, como visten… Paralelamente hace doscientos años, para el Gobierno británico, los trabajadores de los telares y los comerciantes que abarrotaban aquella plaza únicamente eran una turba que cuestionaba el status quo y a la que, como tal, había que castigar. Actualmente, los poderes públicos tienen perfectamente identificados a sus adversarios. Estamos en un escenario muy distinto.

Sin embargo, algunas de las situaciones que usted refleja en la película continúan teniendo su reflejo en las luchas ciudadanas de hoy. Por ejemplo, la necesidad de que las demandas de las clases más desfavorecidas encuentren eco en la figura de un líder carismático perteneciente al estamento burgués lo que, en sí mismo, parece una contradicción ¿En qué medida el Henry Hunt de su película representa a tantos políticos actuales de izquierda?

Lo primero que tengo que decir es que el retrato que hacemos de Henry Hunt se ajusta bastante a las fuentes historiográficas que manejamos. Él era un terrateniente, poseedor de una pequeña fortuna, con un discurso político bastante radical para la época, pero al mismo tiempo era alguien con una alta consideración de sí mismo, un vanidoso de primera clase que tenía la necesidad de estar siempre en primer plano, anteponiendo, en muchas ocasiones, su figura pública a la causa que decía defender. Ahora bien, si me preguntas si eso es lo que define también a los líderes de la izquierda actual, no sabría muy bien qué contestar. Como Hunt, los políticos de izquierda que tenemos hoy son personas que se arrogan las reivindicaciones de las clases trabajadoras sin haber pisado nunca una fábrica, sin haberse arremangado ni haberse encargado nunca del trabajo sucio, pero a diferencia de Hunt se trata de políticos con un bagaje intelectual mayor, de gente que ha leído a Marx, a Mao; es decir que cuentan con una base teórica importante algo que, en aquellos años, ni siquiera los políticos más instruidos tenían.

¿Qué faltó para que, en aquellos años, en Inglaterra prendiese la mecha de la revolución, como ocurrió en el Estado francés? Porque, según refleja usted en su película, las demandas de las clases populares estaban orientadas a poder participar del sistema, pero no cuestionaban la naturaleza de éste. No cuestionaban, por ejemplo, una institución como la monarquía.

Bueno, conviene no olvidar que ciento cuarenta años antes que los franceses, nosotros ya decapitamos a un rey, a Carlos I. Aquello dio lugar a la instauración de un régimen republicano, la Mancomunidad de Inglaterra, liderada por Oliver Cromwell, una experiencia política que duró apenas diez años, pero que fue importante. La relación del pueblo inglés con la monarquía ha sido siempre ambivalente, ha habido reyes terroríficos, como Jorge IV, que ejercía de regente cuando aconteció la masacre de Peterloo y que fue uno de los monarcas más odiados de Inglaterra, hasta el punto de que cuando murió, en 1830, miles de ciudadanos acudieron a sus exequias para aplaudir su fallecimiento. Entonces la monarquía se encontraba en un punto de popularidad realmente bajo, pero apenas siete años después, subió al trono una jovencita llamada Victoria que se perpetuó en él durante más de seis décadas y que devolvió el prestigio a la corona. Yo soy republicano, pero me resulta difícil imaginar que algún día Inglaterra pueda convertirse en una república, primero porque hay un montón de mecanismos parlamentarios que, prácticamente, blindan la figura del rey y después porque la monarquía británica siempre ha hecho gala de un alto instinto de supervivencia. Ahí está el ejemplo de Jorge V, primo hermano del Kaiser y del Zar de Rusia, que entró en guerra contra el primero y denegó asilo al segundo cuando fue derrocado por los bolcheviques, pensando que eso extendería la llama de la revolución a Inglaterra y pondría en peligro a la institución monárquica.

Ahora mismo hay una tendencia muy acusada en el cine europeo por articular reflexiones políticas en torno a escenarios históricos muy concretos ¿Es casualidad o en un momento de incertidumbre, como el actual, se impone comprender de donde venimos para determinar hacia dónde vamos?

No lo sé, la verdad es que, con todos los respetos a mis colegas cineastas, tampoco he visto tantas películas históricas últimamente como para opinar sobre el alcance o intención que pueden atesorar este tipo de propuestas. Puede que sea como tú dices y que, en el fondo, haya una voluntad de reflexionar sobre el pasado motivada por la necesidad de encontrar respuestas ante los desafíos que plantea el escenario político actual, pero para conferir validez a ese tipo de propuestas hace falta que haya un rigor histórico detrás. Por ejemplo, no puede decirse que una película como “La favorita” sea un reflejo fiel de la Historia. Pero no me atrevo a decir si un filme como ese constituye la excepción o la norma.

En todo caso ¿esa necesidad por ir al origen, a la esencia, de toda reivindicación política no conlleva acaso una dignificación del concepto radical? Se lo pregunto porque es un término que ha venido siendo cuestionado e incluso denostado desde algunos sectores.

No me parece políticamente útil reflexionar sobre la evolución que el concepto radical haya podido tener a lo largo de los últimos doscientos años, lo realmente importante es que siga habiendo personas que ejerzan como tales, es decir, gente dispuesta a cuestionar el status quo y a retar a los poderosos con el objetivo de mejorar el nivel de vida de los ciudadanos, con el deseo de que las sociedades progresen.

Desde ese punto de vista, ¿piensa que el cine británico es menos radical que cuando usted empezó a dirigir? ¿Cree que ha perdido punch ideológico?

Sí, desde luego. Yo empecé trabajando para la televisión a principios de los años 70, al igual que otros cineastas de mi generación como Ken Loach, y en aquella época la BBC dejaba a sus directores un margen de acción muy amplio a la hora de formular propuestas bastante radicales en términos ideológicos. Ese espíritu, con el paso del tiempo, fue el que inspiró nuestras primeras realizaciones cinematográficas. A partir de los años 80 la cosa se torció y el cine británico perdió esa veta comprometida que tenía cuando nosotros empezamos. No quiero generalizar, porque hoy en día sigue habiendo magníficos directores en Gran Bretaña, que apuestan por un cine social con una fuerte carga ideológica, pero son los menos.