IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Movimiento y sedentarismo

Son abrumadores los estudios que vinculan el ejercicio físico con la salud en general y con la longevidad en particular, no es nada nuevo. Desde el plano teórico a la vivencia de primera mano, la información la tenemos. El movimiento hace que la estructura musculoesquelética se mantenga funcional y preparada para asumir retos. Es cierto que la vida urbana actual no nos reta físicamente de una manera particular pero, cuando correr detrás de un autobús o subir escaleras nos pone el corazón a mil, quizá tenemos que plantearnos algo sobre nuestra forma física, y nuestra capacidad de adaptación física al entorno.

Y, aprovechando el movimiento, podemos usar esta ilustración para “movernos” de plano y pensar en cómo nuestra mente sigue patrones similares a este respecto. A menudo hablamos de sedentarismo y de vida activa como si solo tuviera que ver con nuestro trasero pegado a una silla o nuestros pies enfundados en zapatillas de deporte, pero el sedentarismo y la vida activa también son conceptos que se pueden trasladar a nuestra psicología.

Hablamos en estos casos de otro tipo de retos, estos sí, más habituales en la vida urbana actual, hablamos del cambio que nos exige flexibilidad, resistencia, fuerza y agilidad… Pero mentales. En una sociedad en continuo cambio, con estructuras impredecibles y una precariedad creciente, y teniendo en cuenta la propia vida de relaciones, la probabilidad de que un cambio relevante nos alcance es francamente alta. En este caso, nuestro corazón también se pone a mil o nuestras piernas flaquean, pero no por correr detrás de un autobús, sino por tener que planificar lo que hacer con nuestro proyecto de vida ahora que esto o aquello parece que va a cambiar. Así que también en estos casos, nuestra forma “psíquica” cuenta.

Por un lado, lo habituados que estemos a este tipo de ejercicio mental que implica el cambio nos preparará o no para el siguiente escenario de mudanza; de modo similar a cómo un corredor puede completar una carrera más o menos larga en función de lo habituado que esté a correr y la variedad de situaciones en las que lo haga. Nuestra mente es adaptativa y, en cierto modo, también se puede pensar en ella como un músculo que se fortalece, que consume recursos y nos permite funcionar. También la variedad de retos a los que nos sometamos voluntariamente tendrá una influencia en nuestra respuesta ante los inesperados. Para esto, tener una actitud relativista en lo que a la estabilidad se refiere, nos puede ayudar.

El cantautor Luis Eduardo Aute tiene en una de sus canciones un verso que dice «el pensamiento es estar siempre de paso», y en cierto modo, pensar en que hoy estamos aquí pero mañana podemos cambiar de parecer, incluso que podemos buscar ese cambio, hace que los impactos que generan vivencias desagradables también tengan un límite; permiten, en el fondo, saber que también “esto” pasará.

Sin embargo, el relativismo no tiene por qué sumirnos en un pesimismo existencial, puede, en cambio, dotarnos de flexibilidad para adaptarnos al siguiente reto vital. Para ello la curiosidad es una gran aliada, porque la curiosidad nos mueve de forma natural y vital hacia aquello que potencialmente nos puede estimular de una forma que deseamos. Nos da fuerza para arriesgarnos a salir del hueco que forma nuestro cuerpo en el sofá y nuestra mente en una imagen estática de la vida. El estatismo puede vivirse como comodidad por la falta de esfuerzo que requiere, pero con esa quietud “depositada” también se posa nuestra vitalidad, hasta que parece adormecerse y desaparecer. Como suelen decir los entrenadores cuando uno está empezando a correr, el momento más importante es el de ponerse las zapatillas y salir de casa. En nuestro caso, abrir los ojos y los oídos y preguntarse «¿qué me interesa?», se le parece mucho. Ya habrá tiempo de tener que adaptarse a lo que no, pero para entonces, igual ya tenemos el hábito.