Beñat Zaldua

Catalunya: Juicio, sentencia y mareas vivas

Año judicial. Madrid echó el candado definitivo a una salida política en 2017, dejando la llave en manos de los jueces. Buena parte de la clase política catalana pensó que sus homólogos españoles podrían recuperar esa llave fácilmente, pero 2019 ha mostrado que no acaba de funcionar así. El Estado es otra cosa, y como bien dice el ilustre August Gil Matamala, por supuesto que existe la independencia judicial. Pero para mal.

Ha sido el año del juicio al 1-O y la consiguiente sentencia contra doce dirigentes independentistas. Verlo venir no significaba estar preparado para un castigo de hasta 13 años por colocar unas urnas; la digestión está siendo lenta y está por ver cómo de larga se hace. Los principales partidos independentistas han seguido este año capitaneados desde la cárcel y desde el exilio, algo que la lógica dice que irá cambiando. O no, veremos qué depara 2020 y cómo acaban las negociaciones entre ERC y PSOE. De momento, y camino de una convocatoria electoral autonómica durante el año entrante, Esquerra se esfuerza en romper la lógica de bloques. También lo hace el PSC, lo que puede llevar a ambas fuerzas a cooperar, pero también a competir. La aritmética catalana puede volverse muy endiablada. Suspiros por un sistema electoral británico, que ha puesto a Escocia camino del segundo referéndum con el 45% de los votos. El independentismo catalán logró el 47,5% en 2017. Barcelona –y también Madrid– mirarán mucho a Edimburgo en 2020.

Pero 2019 también ha sido el año de la respuesta a la sentencia, que adquirió una intensidad y una dimensión nunca antes vistas en el marco del proceso soberanista. Barcelona se incendió durante una semana, mientras miles de personas caminaban en las marchas de la libertad hacia la capital, donde el Govern, que apoyaba y reprimía al mismo tiempo las protestas, fue pasto de contradicciones insalvables. Las costuras del autonomismo saltaron por los aires en las protestas postsentencia. La iniciativa Tsunami Democràtic, con un pie en las redes y otro en la calle, promete seguir dando guerra, y aunque el nombre quizá llame a engaño –las llamadas a la movilización permanente han mostrado también sus límites este año–, será crucial seguir invocando mareas vivas que, cada cierto tiempo, recuerden que no habrá normalidad en Catalunya sin resolución democrática del conflicto.