IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Si no eres tú, ni soy yo… ¿entonces, quién?

Como si de una viñeta cómica se tratara, cuando plasmamos la ruptura de una pareja, a uno de los dos le damos esta famosa frase: «no eres tú, soy yo». A modo de compasión rala, quien lo dice trata de eximir de culpa a la otra persona, como si dijera «tú eres maravilloso en el fondo, maravillosa, pero por cosas mías, esta relación no puede continuar». Y es cierto que de alguna manera las personas nos influimos mutuamente, no solo en las relaciones de pareja. Lo que mi interlocutor me dice, y sobre todo, cómo me lo dice, genera emociones, pensamientos e incluso reacciones físicas en mí. A veces, estas son evidentes e inmediatas, y un halago genera alegría y una crítica enfado, por ejemplo pero todos sabemos que esas reacciones pueden llegar a ser tremendamente complejas, e incluso incoherentes con el estímulo original.

Ese mismo halago de hace un par de líneas, puede venir cargado de otras intenciones que percibimos, codificadas en el lenguaje no verbal, de modo que esas palabras agradables lleven un matiz de admiración, de nostalgia, de envidia, de ansiedad… Y todo esto, de una u otra manera lo captamos, tras las palabras. Sin embargo, a veces captamos más allá incluso de estos matices, y asumimos intenciones. Más allá de lo evidente, más allá del contenido y las formas que generan en nuestras neuronas espejo una reacción espontánea que permite percibir las “vibraciones” con las que la otra persona está emitiendo su conducta, nuestro bagaje puede añadir las intenciones.

Las personas estamos especializadas en crear patrones de cualquier cosa, y después comprobar si las experiencias nuevas son coherentes o inconsistentes con dichos patrones. Por decirlo así, es lo más próximo a la capacidad de predecir a lo que podemos acercarnos. También somos plenamente conscientes de que nunca solemos mostrar al cien por cien lo que pensamos o sentimos, en un intento de proteger nuestra intimidad, o incluso al grupo. La mentira tiene un valor social que permite también la colaboración. Y toda ocultación, toda mentira tiene un matiz de manipulación, de intento de generar o no generar en el otro algo determinado.

Dicho esto, sabemos que tenemos que fijarnos bien en los otros para tratar de entresacar la intención última o por lo menos la más próxima, de lo que estamos viviendo. Cuando conocemos a alguien nuevo, nos vamos a fijar en los patrones de relación que hayan sido importantes para nosotros, para nosotras, a lo largo de la vida. Por ejemplo, nos fijaremos particularmente en si esta persona es confiable (bien porque siempre he tenido gente confiable alrededor o por todo lo contrario), o si cuando nos hablan se alegran de vernos realmente (análogo al anterior paréntesis). Y nos fijaremos en la confiabilidad, la alegría y la sinceridad porque estos han sido asuntos importantes antes de que llegara esta persona nueva. Esta es la segunda parte de «no eres tú, soy yo», porque estas sensibilidades son propias y las traemos a la pareja de antes de que esa persona existiera en nuestra vida. Pero, ¿y si tampoco soy del todo yo? En las parejas al menos, y quizá también en las relaciones de intimidad elegidas, a menudo hay una esperanza oculta de que esta persona nos va a ayudar a resolver lo que está pendiente de la vida anterior; usando el ejemplo anterior, tendremos la esperanza de que esta vez él o ella sea confiable, alegre y sincero a lo largo del tiempo si esos son los asuntos pendientes.

Sin embargo, en esa frase, tampoco «soy yo» del todo, no el yo de ahora, aquí y contigo, si acaso, el yo de entonces, allí y con aquellas personas. Es muy difícil a veces disgregar estas dos realidades porque la esperanza de entonces se transvasa al ahora sin que nadie se dé cuenta, ni quien lo hace ni quien lo recibe, y quizá, las frustraciones que rompen relaciones que funcionan, son duelos no resueltos de aquellas que realmente no funcionaron.