MIKEL INSAUSTI
CINE

«La Gomera»

La Nueva Ola Rumana fue un movimiento cinematográfico que irrumpió con fuerza en el cambio de milenio, a medida que sus componentes más destacados iban ganando premios en los festivales internacionales. Junto a un grupo de jóvenes cineastas también había veteranos que aprovecharon el tirón para salir del anonimato y hacerse visibles fuera de sus fronteras, y así empezamos a oír hablar de Cristi Puiu, Cristian Mungiu, Radu Muntean, Calin Peter Netzer, Andrei Ujica, Cristian Numescu, Catalin Mitulescu, Lucian Pintilie, Radu Jude y Corneliu Porumboiu. No faltaron en su momento quienes pronosticaron que la etiqueta pronto se olvidaría, y que toda esa eclosión sería flor de un día. Pero al margen de alguno que ya no está, por causas de fuerza mayor, la mayoría han ido consolidando sus respectivas carreras y siguen gozando de crédito entre la crítica y la cinefilia.

Corneliu Porumboiu se distingue del resto por su muy peculiar sentido del humor y una tendencia innata hacia la comedia absurda, a diferencia de sus colegas que están más por el drama serio. Irrumpió en el Festival de Cannes con apenas 31 años, obteniendo el premio Caméra D’Or por “12:08 Al este de Bucarest” (2006), para volver con “Policía, adjetivo” (2009), un segundo largometraje que le valió el Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard. Ambos títulos participaban del sentir general de su generación, al lanzar una mirada crítica sobre las secuelas sociales y políticas sufridas en Rumanía tras la dura etapa de Ceaucescu en el poder. Una vez hecho el obligado examen de conciencia colectivo, decidió cambiar de tercio en “Cuando la noche cae sobre Bucarest o metabolismo” (2013), que se inscribe en el género del cine dentro del cine. Su carácter diferencial ha quedado de manifiesto con sus dos películas, más de corte documental, en las que se sirve del fútbol como metáfora de la vida y de la situación actual en su país, y que son “The Second Game” (2014) e “Infinite Football” (2018). En medio queda la que está considerada como su obra maestra, la joyita surrealista “El tesoro” (2015), que en Cannes fue premiada de nuevo dentro de la sección Un Certain Regard, esta vez con el premio a todo su reparto.

Su última realización ,“La Gomera” (2019), tal como da a entender el título ha sido rodada en las islas Canarias, y supone un intento de apertura al exterior. No habla de la inmigración común o de la diáspora gitana, sino de la delincuencia rumana en otros países, lo que le permite abordar de un modo más universal el recurrente tema de la corrupción interna. En lo cinematográfico también se abre a una total variedad genérica, picoteando en las películas de atracos, el cine negro, el western o la comedia. Un eclecticismo extensible a las distintas nacionalidades del reparto, a un aire cosmopolita rubricado por el epílogo en Singapur y a una banda sonora en la que lo mismo suenan las operetas de Kurt Weill y Bertolt Brecht en la voz de Ute Lemper, la música neoclásica de Carl Orff o el mítico e inconfundible “The Passenger” de Iggy Pop. La cosa va más lejos, porque para el mercado anglosajón ha buscado el título de “The Whistlers” (Los silbadores), debido a que le sonaba a “The Searchers” (1956) de John Ford.

Aun así, el homenaje más evidente es al cine negro clásico, y en especial a Hitchcock. El guiño a Hollywood resulta todavía más obvio al bautizar a la femme fatale de la intriga con el nombre de Gilda, papel que es interpretado por la conocida modelo de Armani y aquí actriz Catrinel Marlon. Y el cameo más sonado es el del cineasta mallorquí Agustí Villaronga, que hace de mafioso con porte aristocrático a lo Fernando Rey.

El sorprendente y delirante argumento coloca a un policía corrupto rumano en el paraíso canario intentando aprender a comunicarse a través del “silbo gomero”, como una suerte de código enigma en clave de uso criminal secreto, e inaccesible para ser detectado por las fuerzas que vigilan sus sospechosos movimientos.