IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

El clic

Cómo llegamos a ese momento de claridad en el que parece que algo encaja al tomar una necesidad? Dar el siguiente paso en la dirección adecuada en nuestras vidas muchas veces se relaciona con haber tenido antes algún tipo de revelación, alcanzando algún punto de no retorno en nuestra mente pero que también involucra al cuerpo. Corporalmente suele vivirse con cierto alivio y relajación de algo que antes estaba tenso, como si el cuerpo hubiera estado movilizado sin moverse del sitio, activo y alerta en busca de una solución activa fruto de esclarecer algún tipo de dilema.

A menudo hablamos de que la mejor manera de tomar una decisión adecuada es evaluar los pros y contras, tomar en consideración cuantas más perspectivas mejor y fiarnos de lo que han hecho otros antes en ocasiones similares. Caemos fácilmente en el error de pensar que la decisión ansiada es algún tipo de determinación mental que por si misma va a activar el botón del deseo, de la convicción y del sentido. Y nada de eso puede suceder sin antes tomar en consideración otros aspectos de nosotros como el emocional o el corporal. Cuando una decisión cursa con ese “clic” con el que hemos titulado estas líneas, la vivimos como global, casi la sentimos físicamente, razón por la que cabe pensar que también los músculos, las tripas, han tenido algo que decir en el proceso de toma de decisiones.

Para empezar, gran parte de nuestra toma de decisiones sucede a nivel inconsciente, nuestra mente no consciente está gestionando datos y posibilidades a un nivel mucho más profundo que el que nos ofrece la lista de pros y contras; de hecho, podemos hacer una larga lista de este tipo, decidir lo más conveniente y elegir, a renglón seguido la otra opción. Solemos usar expresiones como “me lo pide el cuerpo”, “lo dicen las tripas” “o el corazón”. Y, aunque todos esos órganos no “dicen” particularmente nada, son lugares físicos donde se acumulan tensiones y relajaciones musculares y señales eléctricas neuronales que nos preparan para la acción.

Según describe la Teoría polivagal desarrollada por Stephen W. Porges, a través del nervio vago (una serie de fibras nerviosas con sus núcleos de neuronas que unen nuestras vísceras con nuestros pares craneales, en el cuello, la boca y el rostro), nuestro cerebro recoge información de nuestras vísceras que usa como un tipo de percepción que le indica a su vez qué debe hacer para afrontar un conflicto externo: pelear, huir, congelarse o buscar protección. Para ello, hay que hacer ciertas cosas, como tensar ciertos músculos, desencadenar el volcado de ciertas hormonas que modifican la atención o la tendencia al vínculo…

De ese modo nuestro Sistema Nervios Autónomo establece una especie de circuito cerrado de señales que une de una forma determinada nuestros músculos y vísceras con nuestro centro de decisión en el cerebro, y nos prepara y nos provoca al mismo tiempo. Con dichas señales que entran al cerebro y órdenes que salen de él, nuestro cuerpo se prepara para adoptar esas adaptaciones el tiempo que haga falta, fruto de nuestras percepciones del mundo exterior. Y probablemente el final de ese ciclo o el cambio significativo en el mismo sea el que genere esa sensación física de clic.

Cambiar la activación de la vía dorsal de activación y protección rígida del nervio vago a la ventral, de conexión social y propensión a la cooperación, cambia muchas sensaciones. Dicho de otro modo, dejar de tener miedo a dar un paso o estimular el deseo de acercarse a alguien pueden ser aspectos capitales en una decisión, lo cual es solo posible después de que el cuerpo –y por tanto el cerebro y la mente profunda– haya descartado el peligro y aceptado el acercamiento. Las emociones posibles resultantes de cada uno de estos “modos” también cambiará coherentemente en una sensación global de que, por fin, todo encaja.