IÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

De toda la vida

Amenudo vinculamos arquitectura con ciudad, densidad, infraestructuras y grandes construcciones. Esa conexión es natural e imprescindible, pero olvida otras realidades como el campo o lo rural, un espacio del que también depende el futuro de la ciudad. Uno de los últimos proyectos del estudio GRX arquitectos, la Casa Calixto, reinterpreta las claves de como la arquitectura contemporánea puede integrarse en los contextos rurales.

La casa se encuentra en Puebla de Don Fadrique, una tierra de nadie, un cruce geográfico entre Castilla La Mancha, Murcia y Andalucía, pero por el contrario un territorio marcado por la presencia de un monte imponente, la Sagra. Este hito somete a su ámbito y por lo tanto al proyecto a unos condicionantes climáticos muy particulares más próximos a un clima continental que al mediterráneo.

Todo este territorio rural, alejado de las grandes urbes, mantiene fuertes tradiciones, y hoy cuando muchas personas empiezan a mirar de nuevo al campo, se plantea un dilema entre modernización y el respeto a su propio paisaje y cultura. En esta disyuntiva, los bordes de los núcleos urbanos y pueblos juegan un papel fundamental, ya que tienen una gran capacidad de transformar el paisaje, de modificar la imagen, la postal de un pueblo.

El arquitecto Bernard Rudofsky recopiló en sus escritos como “Arquitectura sin arquitectos”, la forma en que la sabiduría popular ha sabido construir en armonía material y paisajística con su entorno. Reivindicando que esa evolución se debía a la transformación de materiales de la tierra en arquitectura, a construir con lo que se tenía al alcance de la mano, con lo que pertenecía al lugar. Por el contrario los males de la globalización no le son ajenos, ni a la construcción ni al campo, y por eso encontramos en entornos rurales los mismos materiales que en el centro de las grandes mega-urbes. Vicios que han destruido en buena parte la identidad paisajística de la construcción vernácula, así como la identificación de los habitantes con su entorno, e incluso han condenado al olvido técnicas constructivas artesanales.

La Casa Calixto asume la difícil tarea que supone dar continuidad al paisaje vernáculo a través de una construcción contemporánea, donde el arquitecto se presenta como un facilitador de alternativas paisajísticas y cuyos resultados deben plantear materialidades de resistencia.

Desde este punto de vista, la estructura de la casa se realiza en hormigón, lo que permitió trabajar con las constructoras locales y posibilita un resultado aproximado, imperfecto y artesanal. El revestimiento se realiza con mampostería de piedra de una cantera local, tradicionalmente usada como materia prima para grava. Esta piedra es el resultado del material sobrante de la producción de grandes losas, lo que la hace muy económica y cuyo resultado enlaza con las construcciones vernáculas del entorno. Un sistema presente en los muros tradicionales construidos para las casas, los cobertizos e incluso las cercas de los campos, que están presentes en el imaginario de los habitantes de la región.

Además, la propia naturaleza material de la piedra obliga a una construcción manual que le otorga rotundidad e integración con el paisaje.

El tercer paisaje. Interiormente, la casa se resuelve con sencillez, el salón queda bien conectado con el jardín para poder realizar comidas y fiestas con los amigos. La casa se orienta para estar bien soleada, mientras una visera sobre el paisaje permite una apertura radical a la vez que controla la entrada de luz solar directa en verano.

Como no podía ser de otra manera, el muro perimetral que cierra la parcela se realiza en continuidad con el paisaje murario local, generando además diferencias de cota que permiten establecer un doble diálogo. Por un lado permite observar desde el interior las vistas mientras que hacia el exterior preserva la intimidad de miradas ajenas.

Al recorrer la vivienda pequeñas aberturas vinculan el mundo doméstico interior con el paisaje exterior, y el jardín se suma a este juego, comportándose como un intermediario entre el habitar de la casa y la propia naturaleza.

La casa se plantea, en cierto modo, como un tercer paisaje, un espacio donde la naturaleza se apodera de la arquitectura. La vegetación colonizará el vacío entre las piedras y el paso del tiempo será un aliado poderoso. La arquitectura no intenta aquí dominar el entorno, sino transformarse en entorno. De esta manera, los muros no se protegen de la naturaleza, tan solo de la ciudad, generando un refugio, uno que por otro lado parece llevar ahí toda la vida.