Ibai Azparren
Entrevista
Josu ‘txutxo’ abrisketa

«El Proceso de Burgos fue un enfrentamiento total contra el poder que oprimía a nuestro pueblo»

A Josu ‘Txutxo’ Abrisketa (Miraballes, 1948) todavía le reprueban su marcado acento «gallego» pese a llevar media vida en Cuba. Pero él les corrige: «Con todo el respeto para los gallegos, yo soy vasco». Quizá por la melancolía que suscita la irremediable lejanía de su patria chica, Ugao, se inclina por la montaña antes que las playas celestiales, y no han sido pocas sus escapadas al pico Turquino, el punto de mayor altitud de la isla, en cuyo alto se encuentra un busto de José Martí, poeta y héroe en la Guerra de Independencia de Cuba. Otro rebelde y un poco más barbudo, Fidel Castro, fue el «culpable» de que Abrisketa y otros refugiados vascos aterrizaran en Cuba por medio de un acuerdo con el Gobierno español tras su detención en 1983 en Ipar Euskal Herria y su posterior expulsión a Panamá.

El país insular le prometió una acogida «sin ninguna limitación de estudio, de trabajo, de vida», y así ha sido. En Cuba tiene una hija –además del hijo e hija que viven en Ipar Euskal Herria y lo visitan cada año–, un nieto y es el presidente del Grupo Ugao S.A., empresa que opera en varias líneas de cooperación tecnológica, industrial y comercial. A sus 71 años, siempre se levanta temprano para realizar ejercicio o ir a su despacho en La Habana, aunque una dolencia en la cadera izquierda que le «tiene limitado» y la pandemia le obligan, por el momento, a reposar en su casa de Artemisa, desde donde atiende la llamada de 7K con motivo del 50º aniversario del Proceso de Burgos.

Aunque ahora es «el más viejo en todos los lados», Abrisketa fue el más joven de los encausados –tenía 21 años– en el sumarísimo 31/69, del que conserva memorias sagradas que relata sin vacilaciones, con una naturalidad inesperada, fruto de su larga estancia en Cuba o de su ausencia en Euskal Herria. Preguntado por las razones que lo llevaron a implicarse en la militancia de ETA, asegura que es un proceso «largo de explicar» pero que tratará de resumir. Una generosa promesa que se disipa prontamente, al tiempo que la charla va suscitando mayor atractivo.

Nacido en una familia obrera «que perdió la guerra», Abrisketa pertenece a una generación que sufría una «enorme humillación» hacia la «nación vasca, al euskara y hasta al txitu», pero a la que el miedo «no le caló tan hondo» como a sus padres o abuelos. Con tan solo 14 años comenzó a trabajar y rememora con escrupulosa fidelidad las primeras huelgas de Bizkaia como militante de la Juventud Obrera Católica (JOC), a la vez que sus primeros Aberri Eguna con integrantes de EGI. «Todos mis amigos eran obreros, pero euskaldunes a la vez», expresa.

A mediados de los 60, explica, convergen en ETA el problema «social» y «el nacional», e ingresan hijos de obreros, como Abrisketa, en la organización. «Cuando me contactaron, ya estaba dispuesto a dar el paso», recuerda. Las luchas de liberación de América Latina, África y Asia influirían asimismo en el marco de la V Asamblea que marcó «un hito en el sentido ideológico, político y militante» en una organización que «pensaba ya en dar pasos más fuertes». En agosto de 1968, ETA cometió su primer atentado premeditado: la ejecución de Melitón Manzanas, represor de la oposición a la dictadura y colaborador de la gestapo nazi, lo que desencadenaría una ola de detenciones que dejó a ETA sin capacidad operativa y la puesta en marcha del Proceso de Burgos como escarmiento al pueblo vasco.

En abril de 1969 fue detenido por la Policía española en la calle Artekale de Bilbo.

La detención fue consecuencia de que éramos una organización que queríamos ir más rápido de lo que podíamos. No había preparación suficiente a nivel de clandestinidad. Teníamos preparación en poner ikurriñas y hacer pintadas por los montes, pero no de un enfrentamiento armado de ese nivel. Yo estudiaba en la Escuela de Química y, cuando entré en ETA como liberado, tuve que dejarlo todo e irme de casa. En la clandestinidad hacíamos todo juntos; lo mismo íbamos a reuniones de tipo cultural, que íbamos a asambleas en fábricas, que poníamos bombas juntos. Es decir, hacíamos de todo y todo a la vez.

¿Qué pasó? Que la casa de Artekale, la «casa de todos» la llamábamos, no la íbamos a usar más, estaba muy quemada porque ya habíamos tenido algún enfrentamiento con la Policía en la Parte Vieja. Pero nos habíamos dejado algunas cosas. Mientras estábamos en el monte descansando, la Policía torturó a un compañero y consiguió la llave. Entraron dentro y allí nos esperaron… hasta que llegamos y se armó el tiroteo. Caí. Sufrí unas torturas muy fuertes durante 8 o 10 días, no sabía si era de día o de noche. Sufrí aislamiento y llegué a la cárcel con las costillas fracturadas. Cuando íbamos en el furgón de Basauri a Burgos, los guardias tenían un periódico en el que pude leer que varios detenidos iban a ser desplazados a Burgos, donde habría penas de muerte.

Entonces comienza la preparación del juicio. Entre las defensas hay destacados abogados como José Antonio Etxebarrieta, Juan María Bandrés, Miguel Castells… pero a usted le defendió el catalán Sole Barbera. ¿Qué estrategia siguieron?

Hubo varias fechas para el juicio y se iban atrasando. Entonces, vimos enseguida que los militares pretendían un castigo ejemplarizante con la resistencia vasca. Pensamos en coger un abogado cada uno, todos del País Vasco pero alguno tenía que ser también de fuera. El mío era José Antonio Etxebarrieta pero, al final, como era el hermano de Txabi, decidimos que tenía que representar al principal acusado, es decir, a Izko de la Iglesia. Yo propuse al catalán, que era una bellísima persona que luchó en la Guerra Civil y que entendía a la perfección la cuestión nacional. Cada acusado tenía que exponer una parte de la estrategia. Los abogados descubrieron que íbamos a hacer las declaraciones de forma alfabética y, por tanto, a mí me tocó el primero. Tenía que hablar de las torturas y de la detención pero, sobre todo, de la opresión que sufría la clase obrera vasca y el pueblo vasco.

Distribuimos nuestros papeles y a cada abogado le tocaba diseñar las preguntas para que nosotros pudiéramos dar esas respuestas y exponer lo que queríamos públicamente. Como iba a haber abogados y observadores internacionales, y mucha prensa extranjera, queríamos aprovechar la situación para revertir lo que pretendían los militares y darle la vuelta al juicio. Como era el primero, las declaraciones les sorprendieron y tuve la oportunidad de hablar bastante, de exponer lo que quería. La segunda fue Itziar Azpurua, pero luego suspendieron el juicio durante dos días. Cuando volvieron, cambiaron el orden alfabético y a ‘Teo’ Uriarte, que le tocaba romper el juicio, le metieron en medio. El último fue Mario Onandia, el que gritó «Gora Eukadi askatuta!».

Es entonces cuando el resto de acusados se levantan y entonan el «Eusko Gudariak», junto a los familiares que se encontraban en la sala. ¿Cuál fue la reacción del tribunal?

Los guardias que teníamos atrás vieron que nos levantamos y nos lanzamos hacia adelante mientras cantábamos el ‘Eusko Gudariak’. El vocal sacó el sable [Antonio Troncoso]. La puerta de salida estaba detrás de los militares y nos encaminamos hacia ella, mientras seguíamos gritando. Así nos marchamos. Como anécdota curiosa, alguno de los guardias nos reprochó que no habíamos hablado de la opresión del pueblo andaluz [ríe]. Después, nos llamaron a declarar uno por uno, solo con los abogados. No recuerdo muy bien esa parte, creo que les insulté de alguna forma, pero no recuerdo las últimas palabras. Seguramente les llamaría «fascistas».

Las penas llegaron el 28 de diciembre. ¿Cómo se enteraron de las mismas? ¿Y, tan solo dos días más tarde, de su indulto?

Cuando llegó la sentencia, Etxebarrieta nos llamó a unos cuantos y nos dijo que iban a venir a la cárcel con las penas de muerte. Nos dijeron que preparásemos a los seis a los que se les había condenado con la pena capital. No tuvimos que preparar nada porque ellos estaban perfectamente animados. La sorpresa fue que tres de ellos [Xabier Izko de la Iglesia, Teo Uriarte y Jokin Gorostidi] no se llevaron una pena de muerte, sino dos y existía el miedo de que conmutaran las seis penas pero aplicaran tres.

Había una pequeña biblioteca en el patio de la cárcel. Nos juntamos allí y debatimos. Se nos pasó por la cabeza hacer un motín, tomar el centro de vigilancia… pero se descartó porque iba a ser una masacre. Oíamos, por algunos presos comunes, que se estaba limpiando el garrote, que se estaba limpiando también la huerta de allá atrás… pero finalmente conmutaron las penas. Cuando nos llegó la noticia, fue una fiesta terrible, no respetábamos nada, saltábamos… hasta algún carcelero se alegró. Pero esa alegría duró hasta el 11 de enero, cuando entraron sorpresivamente en las celdas y nos sacaron. A mí me toco la cárcel de Alicante, allá donde murió Miguel Hernández.

Durante el proceso pasaron ustedes de acusados a acusadores. ¿Aquellos planteamientos lograron acelerar la crisis del franquismo? ¿Pusieron sobre la mesa el conflicto vasco?

El Proceso de Burgos fue una falta de respeto a toda aquella represión franquista, un enfrentamiento total contra el poder que oprimía a nuestro pueblo. El Proceso de Burgos fue un elemento que nos salió mucho mejor de lo que se pensaba. Nos querían meter miedo para que durante otros 25 años no se moviera nada ni nadie.

En muchas ocasiones se ha dicho que, tras el juicio, la gente en Euskal Herria empezó a hablar sobre política, sobre aquella realidad vasca y los jóvenes, a moverse como nunca hasta entonces.

Le dimos la vuelta con argumentos políticos y, al ser trabajadores, gente de familia normal, eso propició que las siguientes generaciones cogieran confianza nuevamente en la lucha nacional y social. El escenario posterior fue una Euskal Herria donde convergen todas las ideologías de izquierdas, pero se mantiene como un elemento fuerte la lucha frontal y armada.

Si echa la vista 50 años atrás... ¿Qué le dejó a usted el Proceso de Burgos?

Siempre he sentido un gran respeto por todos los compañeros, estábamos muy unidos. Todos éramos socialistas y abertzales y aquello siempre ha quedado en la memoria. Después ha habido divisiones. Itziar Aizpurua, Jokin Gorostidi y Arantza Arruti han venido a visitarme en alguna ocasión.

Pese a ser indultado en 1977, en 1983 lo detuvieron en Ipar Euskal Herria. Después lo deportaron a Panamá y cuatro meses después, a Cuba. ¿Cómo vivió ese proceso?

Llegó un momento en el que el Gobierno español crea un elemento fuerte contra ETA como eran los GAL. Y empiezan a matar. Parece ser que ahí hubo algún encontronazo entre el Gobierno español y el francés. Finalmente, buscaron otras vías como la deportación. Yo llevaba unos cuantos años refugiado en Iparralde, trabaja allí, tenía una hija de seis años y otro de dos. Me detuvieron y, sin saber a dónde iba, aterricé en Panamá. Allí había un conflicto muy gordo con Manuel Antonio Noriega y, al final, Cuba aceptó recogernos. Nos dijeron que si nos quedábamos, tenía que ser voluntariamente. Llevo más de 36 años viviendo aquí. Creé una empresa con empresarios de Euskal Herria, pero también del resto del mundo, de países como Eslovaquia, de España, de Catalunya... La experiencia en Cuba ha sido muy buena, nos trataron como revolucionarios y nos siguen tratando.

Aún se encuentra hoy en el exilio. ¿Piensa volver?

Hasta mi empresa se llama Ugao. Cuando se den las condiciones, voy a volver. Voy a cumplir 71 años ahora y quiero volver, la mitad de mi vida he estado en Cuba, tengo familia aquí también. Mis hijos viven en Iparralde y vienen todos los años a visitarme.

¿Cómo ha visto desde fuera la evolución de Euskal Herria en estas décadas?

El último proceso, cuando se aprobó el abandono de la lucha armada, que ya había cumplido una función, creo que fue positivo. Creo en un movimiento que recoge las esperanzas que han existido desde hace 150 años. Es esa izquierda abertzale en la que confío y creo que la batuta la tiene ahora el pueblo vasco. Dijimos que cuando el pueblo cogiera los elementos fundamentales de la lucha nacional y social, la batuta, ETA tendría que retirarse.

Algunos decían que se tendría que haber hecho antes, pero las cosas ocurren cuando pueden ocurrir. Cuando se produce un enfrentamiento tan fuerte como el que ha habido en Euskal Herria, no se puede resolver de la noche a la mañana, por el deseo de cuatro, y además teniendo en cuenta que la represión continuaba y continúa, que hay cuerpos represivos, que todavía hay presos en la cárcel, en el exilio… Vamos a seguir luchando en la misma línea pero con otras formas y creo que el pueblo vasco lo ha entendido muy bien. La izquierda abertzale será la segunda en Euskadi a nivel de votos, pero creo que es la primera a nivel de incidencia política.

Resulta por lo menos curioso que, después de 50 años de uno de los atentados con más transcendencia de ETA, nunca haya salido el nombre del autor. Teniendo en cuenta, además, la evolución ideológica de los encausados...

Yo tampoco sé quién mató a Melitón Manzanas... y mejor que se quede así. Odio las armas, pero me metí en la lucha armada. Pienso que siempre que se pueda evitar, hay que evitarla. Deseo que Euskal Herria jamás vuelva a eso, que sea libre por su propia fuerza… Si hubiera habido otra situación política, no habría habido ni ese muerto [Melitón Manzanas] ni ninguno.