Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Ingeniosa curiosidad por la vida

«Llevamos puestos a nuestros ancestros»

Un paleontólogo sapiens y un escritor neandertal conversan sobre la vida. La curiosidad científica de uno y el ingenio literario del otro, la realidad biológica y el simbolismo metafórico, al servicio de un maravilloso viaje a través de la evolución humana. Uno pone el conocimiento y el otro la pluma en un relato original que busca vestigios de nuestro pasado en la jungla urbana, en la frutería de la esquina, en el parque infantil del barrio, en el sex-shop, convencidos de que «solo los ignorantes creen que la prehistoria está en los yacimientos».

Fotografía: JEOSM
Fotografía: JEOSM

El ojo despierto del científico, su sabiduría basada en la ingenuidad, su humor punzante y su genio barojiano adquieren todo su potencial con la elegante escritura del artista para completar una obra sobre la curiosidad por conocer un auténtico tratado de filosofía natural. El resultado de todo ello es un libro: “La vida contada por un sapiens a un neandertal” (Ed. Alfaguara), que firman Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás. Arsuaga nació en Madrid (1954), creció en Bilbo, es hijo de padre tolosarra y de madre madrileña, doctor en Ciencias Biológicas y catedrático de Paleontología, y codirige desde 1991 el yacimiento del Pleistoceno de Atapuerca. Millás (Valencia, 1946) es un escritor y columnista de proyección global, que nunca da nada por sentado, con una escritura fresca y multitud de preguntas simples, de infinitas posibilidades de desarrollo.

La pandemia hizo que la cita que teníamos concertada en Donostia tuviera que suspenderse y obligó a entrevistarlos por vía telemática. Ambos, el maestro Arsuaga y el alumno Millás, cuan Quijote y Sancho Panza, insisten en que «el futuro pertenece a los curiosos», que «creemos saber un poquito sobre quiénes somos y de dónde venimos, pero en realidad nos queda casi todo por descubrir». Y apuestan por dejar las preguntas abiertas, para generar extrañeza y reflexión, sin una tesis doctrinal cerrada. Arsuaga es tajante al respecto: «Odio ser un gurú e igual soy un poco tocapelotas, pero la gente es mayorcita y cuando hablamos de cosas que dan sentido a tu existencia, si te dan explicaciones tajantes al respecto, ya puedes ir buscándote otras».

Y ya lanzado, con un humor picante, afirma que «siempre que me preguntan qué consejo puedo dar desde mi sabiduría, suelo decir que el consejo que doy es que no cuezan demasiado los espaguetis, porque la gente los ablanda mucho y a mí me gustan al dente. Más allá del consejo este sobre la pasta, no me siento capacitado para dar ningún otro consejo a nadie. Además los que tenemos hijos sabemos que esto de dar consejos no es una cosa que funcione mucho, lo tienen que descubrir por ellos mismos. Y por otra parte, es que gurús ya hay muchos, hay una gran proliferación, los tenemos en todas partes, empezando por la religión, claro. Y les oyes hablar, y hablan con una seguridad, con una convicción, como si estuvieran en posesión de la verdad… pero la ciencia es todo lo contrario: la ciencia es duda, todo lo contrario de la certeza, la ciencia parte de que nos sorprenden las cosas y de que busquemos explicaciones. Eso es lo que tiene la ciencia, preguntas muy tontas, ¿un reloj de una persona que va en un avión se mueve a la misma velocidad del de una persona que está en casa? Fíjate qué pregunta más tonta».

Invitamos a nuestros interlocutores a reflexionar sobre el «boom» del interés por la evolución humana, sobre nuestros orígenes, y sacamos a colación el increíble éxito de “Sapiens” del israelí Yuval Harari. Para Millás ese interés «viene dado por la aparición de libros que han contado la evolución humana de una manera diferente a lo que nos contaban los libros de historia tradicionales, que eran un coñazo por lo general. “Sapiens”, que es un fenómeno que ha vendido 20 millones de libros, es un libro riguroso, no un best-seller de estos baratos, es una historia de la humanidad donde no te da una sucesión absurda de reyes, va a lo esencial, está muy bien escrita y relatada. Ha marcado una tendencia y ha abierto una vía para el conocimiento que es diferente. No creo que haya surgido un interés repentino sino que han surgido productos que han despertado un interés, que han dicho a la gente que las cosas se podían contar de otro modo».

«Este es un tema eterno –añade Arsuaga–. Yo más bien diría que aquí tenemos mucho retraso, no teníamos mucha cultura científica. De todas formas, Harari es un fenómeno en sí mismo. Luego hay otro autor, Jared Diamond, que a mí me gusta más, que me parece más serio y más científico, que ya tenía una serie de libros al respecto, es como precursor de Harari. Y luego por aquí, por nuestras tierras, la verdad es que no había demasiada cultura científica y empieza a desarrollarse. Pero el tema de los orígenes es un tema universal, y la pregunta del por qué estamos aquí se puede contestar desde el mito, o la religión, o la mentira, o la ciencia».

En su libro también se percibe una pulsión existencialista que parte desde la aceptación de que como especie hemos emergido en un universo indiferente, de un negro infinito y aterciopelado, que ni siquiera es hostil, sino aún peor. Y además, que la evolución humana no tiene ni propósito ni dirección. Que estamos aquí por azar, porque nos tocó la lotería de la vida, por pura chiripa. Arsuaga lo tiene claro: «¿Pero alguien lo duda? Eso es seguro. Es indiferente por completo, esa es la raíz del existencialismo que me domina. Sí, claro, eso tiene muchas consecuencias. Para empezar, que vivimos en un universo que no tiene moral, que nuestro destino no está escrito, nuestro deber tampoco. Uno se puede preguntar cuántos números de lotería tenían premio. El experimento mental sería: si retrocediéramos hacia atrás, 4.500 millones de años atrás, y volviéramos a poner en marcha todo, ¿volverían a surgir cosas parecidas a los mamíferos? No sé, ese tipo de preguntas sí tienen fundamento científico, y la respuesta para mí es que de los miles de millones de planetas de características similares al nuestro es posible que en bastantes haya vida simple, tipo bacteriana, vida muy elemental, pero vida como la nuestra, con especies como la nuestra, no va a ser nada fácil. Entre otras cosas, porque a nosotros nos ha costado 4.000 millones de años ser como inteligentes».

«Esto es muy interesante –asiente Millás–, porque cuando se ve la vida desde el punto de vista de la biología se demuestra que la evolución no tiene propósito, que la vida no tiene sentido, y por eso mismo, se la debemos dar nosotros. Recuerdo que hubo un filosofo cuando la frase aquella famosa de Nietzsche ‘Dios ha muerto’ que dijo: si Dios ha muerto, todo está permitido. Y no sé si fue Sartre, el existencialista supremo, quien dijo: es al contrario, si Dios no existe quiere decir que toda la responsabilidad recae sobre nosotros que somos la única especie autoconsciente del universo. Es decir, que el hecho de que Dios no exista, lejos de autorizarlo todo, nos obliga a tomar el control».

En la prehistoria la vida de los que andaban por ahí tenía sentido, todo lo que hacían tenía sentido en el mundo mágico en el que habitaban, en su matrix. Les pedimos una reflexión. Arsuaga arranca: «Eso está bien pensado. Millás te hablará de que vivimos en un delirio consensuado, en una realidad inventada pero que funciona porque estamos de acuerdo. Esos son los límites literarios, entre el delirio, el invento, una realidad que se nos hace insoportable, y entonces nos inventamos otra realidad que nos resulte más amable. Pero mi punto de vista no es ese, es justamente lo contrario: Millás busca qué es lo delirante en nuestra vida y yo busco qué es lo real, que al final es la biología, que está detrás de estos mundos ficticios que nos inventamos, nuestros acentos y nosotros».

Como se dice, por alusiones, Millás profundiza su tesis: «Es la gran pregunta, ¿qué es la realidad? Yo suelo decir que es un delirio consensuado porque me parece que estamos organizados socialmente en torno a un delirio. Por ejemplo, un aspecto fundamental de la existencia nuestra es el dinero, la organización económica. La economía, digamos, es el centro de las sociedades en las que vivimos y sin embargo, se da la paradoja de que el dinero no tiene respaldo alguno. Es decir, hubo una época en la que el dinero estaba respaldado por las reservas de oro que tenía cada país en su banco central, lo que se llamaba el patrón oro. Y cuando se emitía más dinero del que tenían se producía la inflación, y entonces esa moneda la gente sabía que no valía nada. Pero ahora, el respaldo del dinero es la fe de la gente, que es religiosa, la confianza, no tiene ningún otro respaldo, esto es verdaderamente delirante. En ese sentido digo que es un delirio compartido, porque estamos de acuerdo en que sea así. La realidad en las vidas que llevamos es un relato, una novela, un producto imaginario. Como especie, sabemos quiénes somos en la medida en que conocemos nuestra memoria, quiénes hemos sido. La mejor definición que yo he leído decía que la realidad es aquello que decimos que es realidad. Por otra parte, en la escuela nos vendieron como un progreso la invención de la agricultura y la ganadería, es decir, el paso del paleolítico al neolítico. Pero ahí empezó a fastidiarse todo, empezó la propiedad privada, el miedo a que te robasen los excedentes, nos aburguesados, empezamos a tener más hijos que antes pero se nos morían porque sobre todo eran fuerza de trabajo. Y eso ocurrió antes de ayer, no estamos hablando en una época súper lejana, porque el tiempo que lleva el ser humano viviendo en esto que llamamos historia es el 5% del que lleva en la Tierra».

Tirando de ese hilo, se insiste mucho en el libro que firman ambos que la prehistoria no está en los yacimientos, que está en nosotros mismos. «Claro –responde Millás–. Porque estamos atados al orden cronológico y no deja de ser una convención. Se acude al orden cronológico pensando en que es el real, pero nosotros en la vida estamos permanentemente dando saltos atrás. Hace poco escribía sobre la vejez y decía que la gente se cree que la vejez es lineal, y no lo es. A los 70 años en muchos aspectos te encuentras mucho mejor que a los 60. La vejez te libera para decir lo que se te ocurre, no porque lo tengas más claro sino porque ya no controlas. Y no controlar también es una forma de libertad. Damos saltos atrás constantemente, de repente lo prehistórico nos invade, nosotros ya estábamos en nuestros ancestros prehistóricos. La Prehistoria está en lo cotidiano y la historia es un continuo, sin un muro que la separe de la prehistoria, que no solo es un asunto del pasado, sino que goza de una actualidad conmovedora».

«Eso es», coincide Arsuaga, «la prehistoria se asocia solo con huesos y fósiles. Algunos creen que la biología es osteología. A nuestros ancestros los llevamos puestos. Llevamos con nosotros al cromañón, al neandertal y al australopiteco. Es en realidad un viaje al interior de la caverna de nuestra mente, al corazón de las tinieblas, a lo más desconocido del ser humano, a lo que hemos sido y seguimos siendo. La Prehistoria no se ha ido. La llevamos tú y yo dentro, está es ese animal que pasa como una sombra. La visión de la naturaleza de nuestros ancestros era mucho más fugaz, esquiva y dinámica que la nuestra. No puedes atrapar su mundo como si fuera una fotografía».

En un capítulo del libro se habla de la domesticación de la especie. A ese respecto, el primatólogo y catedrático de Harvard, Richard Wrangham, publicó un maravilloso libro, “La paradoja de la bondad”, en el que defendía que la pena capital nos abrió las puertas de la moralidad. Que las coaliciones de machos beta empezaron a matar al macho alfa y eso nos hizo más compasivos y cooperativos, y nos autodomesticó. «Lo conozco –responde Arsuaga–, Wrangrahm es muy ingenioso y hay mucho de cierto en lo que plantea. Algunos ya habíamos dicho algo parecido, aunque no tan bien expresado. Cuando se inventó el lanzamiento de piedras, la capacidad de matar a distancia, se acabaron las jerarquías basadas en la fuerza física. Mi padre decía que cuando se inventaron las pistolas se acabaron los matones. O sea, que la fuerza física ya no te convierte en el jefe de grupo, ese pensamiento intuitivo de mi padre es esencialmente cierto en la evolución humana, en el sentido de que se abre la posibilidad de deshacerse de un matón de un cantazo en la cabeza que lo dejas frito. Date cuenta que incluso entre los chimpancés los matones tampoco se imponen porque hay coaliciones que los controlan, aunque cuando se lucha cuerpo a cuerpo todavía la fortaleza es importante, pero cuando aparece la forma de matar a distancia se acaba eso».

Millás toma la palabra: «El lanzamiento de piedras, la capacidad de matar a distancia, es un momento clave, es David contra Goliat. Si tienes puntería asustas hasta un león. Arsuaga dice que ha visto en África que el simple hecho de que alguien se agache con el gesto de coger una piedra ponía en fuga a un león, porque una buena pedrada deja sin dientes a un león, y un león sin dientes está muerto. El lanzamiento de piedras y la puntería son descubrimientos muy importantes en la historia de la evolución, porque ya no gana solamente el más fuerte, puede ganar el más hábil».

En el relato de la evolución, el neandertal sería el chimpancé y el homo sapiens el bonobo. No podemos perder la tentación de preguntarles: ¿Cómo le cuenta la vida un chimpancé a un bonobo? ¿Qué somos, chimpancés o bonobos? ¿Chimpancés hiperviolentos, con machos alfa y ‘John Waynes’, o somos como nuestros primos hippies, los bonobos, que utilizan el sexo para la interacción social, para hacer las paces?

«He utilizado la figura del neandertal de un modo literario –afirma Millás– , no quiere decir que esto se ajuste a la verdad científica. Pero yo al neandertal siempre le he atribuido las características de la bondad, de la curiosidad, de la ingenuidad, y por eso me he enfrentado al Sapiens, pero este es un juego más literario que real. Ahora, el ser humano digamos que se parece más al bonobo en la medida que ha conseguido ha conseguido estructuras sociales menos cruentas que las del chimpancé». Arsuaga le da otra vuelta al argumento del escritor: «Millás ha convertido en mito el buen salvaje de Rousseau, sobre todo con el neandertal, que lo hace como menos maquiavélico, menos retorcido. Todos tenemos la idea de que la especie humana es una especie muy violenta, muy agresiva, y por otro lado, tenemos razones para pensarlo, pero Millás proyecta la idea del buen salvaje sobre el neandertal del que no tenemos ni idea para pensar que eran mejores, pero bueno, como metáfora está bien».

Y por último, ¿qué ha aprendido el escritor del paleontólogo? «Fundamentalmente he aprendido que todo está conectado. El otro día hablábamos con un periodista y nos preguntaba ‘en todas partes que visitabais en el libro sacabais tema’, y Arsuaga le dijo: Sí, el hecho de estar sentados en una silla en este momento da para un relato, porque esto de la silla es un invento muy reciente porque normalmente los seres humanos están sentados en cuclillas, todavía en muchas partes del mundo no tienen sillas. La silla es un invento reciente y de repente contó una historia fabulosa sobre las sillas. Me asombra su capacidad asociativa, porque esa capacidad es la propia del escritor. El escritor es aquel que es capaz de asociar dos asuntos que en apariencia están muy lejanos y no tienen conexión, y esta capacidad asociativa llevada al extremo te hace ver que todo está absolutamente conectado y que tú formas parte de ese todo».