Àlex ROMAGUERA
Una película y un libro recuerdan al antifascIsta valenciano

Guillem Agulló, «Ni oblit ni perdó!»

El caso del joven independentista valenciano, asesinado en abril de 1993 por un neonazi, sigue removiendo las conciencias de la sociedad. El estreno de un largometraje y una novela nos acerca a un episodio que, por su crueldad y dimensión política, lanzó a toda una generación a levantar la voz contra el régimen salido del franquismo y en defensa de las libertades.

Fotografía: Gemma MARTÍNEZ
Fotografía: Gemma MARTÍNEZ

Hace unas semanas, la hija de Idoia le preguntaba a su madre sobre Guillem. Se ve que en el instituto donde estudia se comentaba una entrevista en la que ella aparece hablando de su amigo de la adolescencia, asesinado por un neonazi en el municipio de Montanejos la noche del 11 de abril de 1993.

Tras publicarse la entrevista, varios padres y profesores se han acercado a Idoia para manifestarle la sorpresa y el sentimiento de afecto. Hasta entonces, había mantenido en silencio su amistad con Guillem, igual que Anna, que también lleva a su hijo a la misma escuela situada cerca de Valencia. Las dos estuvieron en Montanejos aquella fatídica noche de Semana Santa en que varios neonazis del denominado Komando Marchalenes IV Reich persiguieron a Guillem, lo rodearon y uno de ellos, Pedro Cuevas, le asestó una puñalada al corazón que acabó con su vida.

Una escena de la película «La mort de Guillem», estrenada en 2020

 

Del silencio a la rabia contenida. El asesinato de Guillem, que solo tenía 18 años, provocó una enorme conmoción entre la sociedad valenciana, a la vez que rompió el cordón umbilical que unía a sus amistades. Por su carácter y vitalidad, en torno a él se había formado un grupo de jóvenes de ambientes muy distintos, algunos más politizados que otros.

Idoia y Anna recuerdan la sacudida que causó su muerte. Después de tres décadas, aún ignoran que fue de algunos chicos y chicas con quienes compartían militancia y espacios de ocio. No únicamente en Valencia, donde solían encontrarse en el Kasal Popular de la calle Flora y otros locales alternativos situados en el barrio del Carme. También se movían a menudo por Burjassot, donde vive la familia Agulló y estudiaba Anna. «Allí conocí a la novia de Rafa, uno de los amigos de Guillem, y a través de ella, Idoia y yo nos implicamos en la asamblea de SHARP (el movimiento de cabezas rapadas antirracistas surgido a finales de los años 80) que ellos habían impulsado en el municipio».

Idoia y Anna, vecinas de Godella, establecieron una estrecha amistad con Guillem, pues aparte de compartir inquietudes políticas, «charlábamos a menudo de nuestras cosas más íntimas», comenta Anna. Su asesinato les supuso un terrible golpe emocional que, sumado al miedo y la carencia de herramientas para afrontarlo, se tradujo en un silencio ensordecedor del cual justo ahora empiezan a sacudirse. «También contribuyó que nuestros padres nos recomendaron no contar nada hasta el juicio», indica Idoia.

Si la muerte de Guillem dispersó sus amistades, para sus allegados el impacto fue demoledor. Sus padres Guillem y Carme, y sus hermanas Betlem y Carmina, quedaron sumidos en un manto de tristeza que invadió todos los rincones de la cotidianidad. «Fue una etapa muy oscura y difícil de soportar», afirma Betlem, que entonces estaba a punto de cumplir 15 años.

Betlem explica que su primera reacción fue refugiarse en los estudios. «Necesitaba evadirme, pues encontrarme a mis padres hundidos en el llanto era un suplicio, de ahí que siempre intentaba llegar a casa lo más tarde posible». En este ambiente la familia se sostuvo como pudo, acompañada por una red de complicidades que, en forma de visitas, telegramas y actos de recuerdo, les ayudó a afrontar la campaña de acoso que la derecha orquestó desde la mañana siguiente. Intentos de agresión por parte de desconocidos, pintadas en la fachada de casa que ponían “Guillem, jódete!” o “Muerto y bien muerto!”, amenazas que la policía nunca se ha preocupado de investigar y un asedio que obligó a la familia a cerrar el negocio que les daba de comer. «Llegamos a pasar hambre y, pese a todo, salimos a flote».

A todo ello, se sumaron las barbaridades que algunos medios vertieron sobre la figura de Guillem. Betlem evoca las veces que ayudó a sus padres a rebatir las noticias publicadas por “Las Provincias” que desvinculaban el crimen de cualquier motivación política y convertían a los autores en víctimas y a la víctima, en un presunto delincuente.

Anna e Idoia, amigas de Guillem. Fotografía: Helena Olcina

 

Empoderamiento ante la impunidad. Las cosas empezaron a cambiar a raíz del juicio, celebrado en octubre de 1995 en la Audiencia Provincial de Castelló, en cuyas sesiones el tribunal y la defensa intentaron despolitizar la causa y, mediante un testigo protegido, reducirla a una pelea entre jóvenes durante una noche de fiesta. «Fue en ese momento, entre la rabia y la indignación, cuando decidimos tomar la iniciativa, explicar quien era mi hermano y los ideales por los que luchaba», afirma Betlem.

El sentimiento de impunidad llegó hasta las mismas puertas del tribunal, dónde la policía cargo contra las personas que se solidarizaban con la familia, y más tarde al conocerse la sentencia. Cabe recordar que, por el asesinato de Agulló, solo fue condenado el autor material del apuñalamiento, Pedro Cuevas, a quien le impusieron 14 años de prisión. Los otros cuatro agresores fueron absueltos y uno de ellos, Juan Manuel Sánchez, participó días después en un incidente con arma blanca en pleno centro histórico de Valencia.

También para Idoia y Anna el juicio supuso un antes y un después. «Nos dimos cuenta de que las amistades habíamos sido igualmente víctimas del odio, pues aunque las protestas nos ayudaban a mitigar el duelo, en el campo institucional no tuvimos el amparo ni la ayuda necesaria para procesar lo que habíamos padecido». Idoia continuó asistiendo a actos y conferencias, aunque situándose en un segundo plano, mientras se volcaba en la Assamblea Antifeixista de València y otros espacios organizados. «Así pasé mi duelo, pues a nivel emocional justo ahora lo estoy afrontando».

Anna, en cambio, decidió alejarse de Valencia, donde el fascismo campaba libremente por las calles con la aquiescencia de la policía y las autoridades, y se fue a vivir a Argentina. «Necesitaba tomar oxígeno, pues sentía una asfixia insoportable, y ha sido volver y coincidir con el estreno de la película y el libro sobre Guillem; he revivido alguno de aquellos momentos».

Otros amigos de Agulló también desaparecieron una larga temporada a causa del trauma y el temor de saberse en el punto de mira. Una circunstancia que, según Betlem, hizo que el contacto con la familia fuera cada vez más esporádico. «Es comprensible, ya que al fin y al cabo éramos nosotros quienes teníamos que abanderar la lucha por la justicia y la memoria de Guillem». Betlem asegura que no cesaron en ese empeño, y si alguien de la familia no podía más, era otro quien tomaba el relevo.

Sobre estas líneas, el mural dedicado a Guillem en la localidad de Manlleu (Osona).

 

Una catarsis a fuego lento. Han pasado 27 años de la muerte de Guillem Agulló, y pese a todas las hostilidades, la familia no ha bajado la guardia en ningún momento. Así lo asegura Idoia, para quien «han luchado siempre a contracorriente, sobre todo en la etapa en la que el Partido Popular copó las instituciones, la justicia se desinhibía de las amenazas y permitía a los grupos ultras cometer sus fechorías».

También en ese período vieron que el tribunal excarcelaba a Pedro Cuevas tras cuatro años en prisión sobre la base de su “arrepentimiento espontáneo”, un hecho que no evitó que volviera a delinquir. El asesino de Agulló fue arrestado en 2005 en el marco de la ‘Operación Panzer’, con la cual la Guardia Civil desarticuló una red neonazi que actuaba bajo el nombre de Frente Anti-Sistema (FAS). Ni eso impidió que Cuevas se presentara en las elecciones municipales de 2007 para el partido fascista Alianza Nacional.

Con todo, ha sido la constancia de la familia y el empuje de varios colectivos lo que ha permitido que la figura de Guillem no se haya diluido con el tiempo. De la misma forma que muchos cantantes, entre ellos Feliu Ventura o Miquel Gil, y grupos de música, como Al Tall y Obrint Pas, han mantenido su estela mediante un amplio repertorio de emotivas canciones, para Idoia y Anna, «la cultura ha sido una herramienta clave para sacar a Guillem del silencio y transmitir a los jóvenes las expresiones y movimientos sociales que le acompañaban». Así quedó rubricado el 12 de abril de 2016, cuando al homenaje que las Corts Valencianes tributaron a la familia asistieron representantes de los colectivos LGTBI, gitano, palestino y otros con los que se relacionó el joven de Burjassot.

También fue significativa la inauguración, el 21 de abril de 2018, de un paseo dedicado a él en el campus universitario dels Tarongers, en Valencia, así como la instalación de placas o calles que le recuerdan en varios municipios del País Valencià y Catalunya. Es el caso de Burjassot, Simat de la Valldigna, Barcelona, Vic, Molins de Rei, Sallent, Arbúcies o Sant Sadurní de Noia.

El último en tomar una medida similar ha sido Sant Pol de Mar, de la provincia de Barcelona, cuyo pleno celebrado el 29 de octubre de 2020 aprobó una moción para dedicar un espacio a la figura de Guillem y reafirmar «la defensa de los valores democráticos y contra el racismo, la xenofobia y la homofobia». También este pasado año la Generalitat de Catalunya decidió conceder la Creu de Sant Jordi a Guillem y a Carme «por su compromiso en la lucha antifascista y su actitud ejemplar a la hora de visualizar la memoria de las víctimas de crímenes de odio en el Estado español».

Todo estos actos, el estreno de la película ‘La mort de Guillem’, del realizador Carlos Marqués-Marcet, y el libro ‘Guillem’, de la periodista Núria Cadenes, han ayudado a la familia a sentirse más reconfortada, aunque el principal sentimiento –afirma Betlem– «es el orgullo de ver un pueblo que se ha reflejado en mi hermano y los valores que defendió en vida». Así se observa en las manifestaciones antifascistas e independentistas, en las que Agulló aparece siempre como referencia, o las repulsas que los vecinos muestran cada vez que la ultraderecha celebra una marcha en cualquier lugar del país, como así ocurrió hace unos meses en el municipio de Pego o en el barrio valenciano de Benimaclet. Su imagen se proyecta hoy en muchas parejas, que en su memoria ponen el nombre de Guillem a su hijos. La llama continúa creciendo y sigue bien viva.

Sobre estas líneas, Núria Cadenes, autora del libro «Guillem» (Amsterdam, 2020) cuya portada aparece arriba. Fotografía: David Segarra

 

Núria Cadenes: «El caso de Guillem saca a relucir la impunidad que sustenta el Estado español»

La trágica muerte de Agulló se desliza con toda crueldad en el libro “Guillem” (Amsterdam, 2020), de la periodista Núria Cadenes. Una novela con la cual la fundadora de la organización independentista Maulets, dónde también militó Agulló, desgrana las piezas que conformaron un verdadero régimen de terror.


¿Qué dimensión política tuvo el asesinato de Guillem Agulló?
Fue la gota que colmó el vaso en cuanto a la violencia de baja intensidad que, en el País Valencià, la extrema derecha practicaba en los años 80 y parte de los 90. Ya había una corriente de fondo que se rebelaba contra ese régimen de terror, pero con el asesinato de Guillem, mucha gente confiesa que tomó conciencia política.


¿Se constata el marco de impunidad en que se vivía entonces?
El choque emocional se mezcla con el sentimiento de rabia que supone comprobar que, en lugar de reconocerse el móvil político del asesinato, se culpabiliza a la víctima. Y eso, sumado al comportamiento de las autoridades, las irregularidades que ocurrieron en el juicio y la campaña mediática contra Guillem, despertó a una parte importante de la sociedad valenciana.


En el libro analiza el papel de «Las Provincias» –y su sección «El cabinista»– como vocero de este relato criminalizador. ¿Qué influencia tuvo?
Participó del señalamiento a entidades que hacían debates o profesores que explicaban en la escuela que el catalán y el valenciano son la misma lengua. A través de este medio se urdió un clima destinado a intimidar a cualquier sector que planteara restablecer los vínculos normales de la sociedad valenciana con Catalunya.


¿Lo qué se ha contado como la «Batalla de Valencia» es, en realidad, el intento de acabar con la identidad de esta parte del pueblo catalán?
Sin duda, y “Las Provincias” forma parte de esta estrategia junto a la Policía española y los jueces que, en línea con la cultura franquista, rechazaron las pruebas que confirmaban las relaciones entre los asesinos y las tramas fascistas españolas. El caso de Guillem saca a relucir toda esta carcasa y el Estado que la sustenta. Lo demuestra también que la estatua del dictador Franco que había en la plaza del Ayuntamiento fue retirada en 1983 para ser realojada en el edifico que alberga la Capitanía Militar del Ejército. Parece de película, pero en Valencia esto ha ocurrido.


¿El testimonio de los padres de Guillem y su hermana Betlem son claves para entender esa época?
Lo que narran lo explica todo, pues revivimos el terror de las navajas, las amenazas y aquellas togas que permitieron, ante el silencio generalizado, ese clima de intimidación. Gracias a ellos, y el conjunto de actos, poemas y canciones realizadas durante los años posteriores, muchas personas se han dado cuenta de que, detrás de la espesa niebla que envolvía Valencia, unos fascistas asesinaron a un joven que luchaba por la democracia y la libertad.


¿El tema «No tingues por», del grupo musical Obrint Pas, es el símbolo de la generación que ha tomado la palabra de Guillem?
Supone una respuesta extraordinaria en clave de vida. De la mano de Obrint Pas y otros conjuntos aflora el movimiento que reivindica la autoestima del pueblo y, como dice su cantante, Xavi Sarrià, «la fuerza de millares de Guillem». La canción representa la banda sonora de los jóvenes que han transformado la muerte de su amigo en la energía positiva para construir una sociedad más justa y libre.