Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Sarlatán»

Al igual que Roman Polanski, la veterana cineasta Agnieszka Holland ha desarrollado la mayor parte de su carrera cinematográfica fuera de su Polonia natal. Su última realización “Sarlatán” (2020) es una producción checa, que fue seleccionada por dicho país para el Óscar de Mejor Película Internacional, y que en la Mostra de Venecia recibió el Premio Especial del Jurado. Es así debido a la nacionalidad de su protagonista, ya que este biopic histórico aborda la controvertida figura del herborista y curandero checo Jan Mikolásek, interpretado en la edad adulta por el actor Ivan Trojan, y por su hijo Josef Trojan en la juventud, con lo que se consigue, además del parecido familiar, una continuidad para un relato que bascula entre los años 30 y los 50, debido a que en una década le tocó atender a personalidades nazis y en la otra, a dirigentes del partido comunista.

De poco o nada le sirvió a Mikolásek ser apolítico, ya que no pudo permanecer neutral y acabó en la cárcel, cuando en 1957 el presidente Antonin Zapotocky inició una campaña propagandística en su contra, acusándole de “charlatán” y de intrusismo en la profesión médica con malas prácticas, hasta responsabilizarle de las muertes de dos miembros del partido. Supuso su inhabilitación oficial, junto con su desprestigio histórico, algo contra lo que se pronuncia la película de Agnieszka Holland, rehabilitando su figura pública.

Lo cierto es que “Sarlatán” no busca ajustarse a los hechos reales, ni tampoco pretende ser una película objetiva sobre Jan Mikolásek y su tiempo. Holland toma su figura como ejemplo de genio científico que trabaja fuera del sistema, al estilo de las películas sobre Tesla, por lo que sus descubrimientos se ven perjudicados y no llegan a ser reconocidos. Porque hay cuestiones en la que la propia sociedad médica no condena al checo, al ser un incuestionable pionero en los diagnósticos médicos a través de muestras de orina.

Mikolásek provenía de una familia de jardineros, y su posterior formación en herboristería le convirtió en un profundo conocedor de las plantas y sus propiedades curativas. Fue el primero en llegar a la conclusión de que una planta no cura por sí sola, sino que se trata de encontrar la acción combinada de extractos procedentes de varias de ellas. A su manera fue un hombre de laboratorio, que nunca dejó de experimentar, aunque ello le pudiera costar errores puntuales, incluso fatales.

Lo que Holland defiende, tras el tan denostado término “curandero”, es la voluntad humana de curar dolencias, de ayudar a los demás. Y remarca el sacrificio personal que esto supone, porque curar a las gentes acarrea un gran dolor interior para quien no puede curarse a si mismo. Si el retrato del médico sale ganando, el del individuo no tanto, pues no se oculta el oscurantismo psicológico de este hombre. Su obsesión por tratar a cuantos más pacientes le llevaba a no ser especialmente amable con ellos, si tenía fama era por sus eficaces tratamientos y no por ser empático con quienes acudían a su consulta.

De la misma manera que siempre intentó mantener un perfil bajo en lo ideológico, Mikolásek intentó preservar su vida privada al máximo. Ocultó su condición homosexual, así como la íntima relación que mantuvo con su joven ayudante Frantisek Palko, interpretado en la ficción por Juraj Loj.

Holland no se queda en lo superficial, en la obviedad de la persecución política que sufrió, justificada o no, tratando de encontrar un sentido filosófico a la dedicación a la medicina. La conclusión a la que llega con su película es la de que Mikolásek fue un vaso comunicante entre la naturaleza perfecta (la de las plantas), y la imperfecta (la humana). Nadie es perfecto, y menos todavía alguien que se dedica a luchar contra las imperfecciones físicas, consciente de las suyas propias. En el fondo de todo subyace el miedo a la muerte como motor de una lucha contra la inevitable decadencia del cuerpo.