Javi Rivero
Cocinero
GASTROTEKA

Eso que pasa en las bodas

Amor, fiesta, celebración, casamiento, compromiso, felicidad… son solo algunas de las palabras de las que os acordaríais de manera automática y semi inconsciente al oír la palabra “boda”. No, familia, no os voy a dar la turra con lo que supone organizar una boda, ni con lo que supone estar casados o no estarlo. Vamos a hablar de lo que más disfrutan el 85-90% de los invitados el día “D”, del ajo, de la miga, de lo que nos mueve el cuerpo cuando oímos la palabra mágica… ¡Vamos a hablar de la fiesta! ¿Por qué? Porque una fiesta sin comida es como un partido de fútbol sin balón. No se puede jugar y punto. Para los que ya están diciendo o pensando que se van de juerga sin cenar, y se pasan la noche sin hacer bocado, que piensen en lo primero que hacen al llegar a casa. Si fueran como yo, llegarían desayunados a casa y, si no, lo primero sería abrir la nevera. Así que, amigos, todas las fiestas, sean del color que sean, tienen comida. Y si hay comida de por medio, el tema me y nos interesa. ¿A que sí?

Pues eso, que benditos seamos todos y testigos de que todo lo que digo es verdad. Saliendo de la iglesia o lugar de ceremonia y de camino al restaurante, a la mayoría nos baila el estómago. Soñamos con un cortador de jamón a la entrada del cóctel y un camarero con una bandeja de champán. Es algo así como un deseo erótico en el que todos deseamos “ligarnos” al cortador. Yo soy de los que se acerca y ofrece llevarle la bebida y ¡creedme amigos! ¡“Funtziona”! Al cambio, el trueque de cerveza o vino por plato de jamón nos va a salir siempre a ganar. Ayuda a conocer al cortador, por lo que si veis que alguien de la boda es amigo del cortador, haceros amigo de este. “Los amigos de mis amigos, son mis amigos” sumado a una caña o copa de vino, también se traduce en un plato de jamón. Esto es una jugada maestra. El último recurso es siempre decir que el plato es para la madre de la novia o el novio. Pero cuidado que esto solo cuela una vez.

Habiéndonos atiborrado a jamón y champán, suele llegar el momento de los aperitivos que siguen en el cóctel. Soy de los que piensa que “menos, es más”, cosa que claro está no todos comparten. Para aclarar la polémica, quiero decir que aquí se juntan dos factores: las ganas de la compañía de catering o restaurante por sorprender a la pareja que se casa con nombres largos y vacíos de los aperitivos y el “por si acaso mejor que sobre” de la pareja que se casa. Entiendo que es un día especial para el que hay que tener muchas cosas en cuenta, pero opino que las decisiones no se toman pensando en lo rico que va a estar sino en cuánto va a lucir el nombre. Os pongo un ejemplo del grandísimo Leo Harlem: “Tembladera de huevo en su espejo de caramelo” = flan. Entiendo que poner flan no es suficiente y que el día se merece mínimo un “cuajada de huevos de caserío y leche”, pero dentro del límite y sin que se nos vaya la olla. Al final, se trata de superar, con el plato, cuando nos comemos este, la expectativa que ha generado el nombre que se le ha dado. Algo que creo que muy pocos hacen. Repito, sé que es el mundo del catering y los eventos y lo fácil que es lucir una propuesta. Lo difícil es defenderla para doscientos invitados. Entiendo también que hay más factores que entran en juego, condicionando el tipo de servicio, comida y demás, por el cual es difícil garantizar para doscientos lo que haríamos increíblemente rico para dos personas. Amigos, preparar un evento para más de cien personas es de quitarse la txapela, por lo que aplaudamos el esfuerzo y exijamos en lo exigible, pero con criterio.

Aperitivos. Por lo general, en este tramo suelen abundar: croquetas, bocaditos de foie de una manera u otra, algún que otro marisco, pulpo, tartaletitas rellenas… todo en formato de bocado con el que, nosotros, los invitados, nos portamos mal. Tardamos en poner los cuernos a nuestro amante, el cortador de jamón, lo que tarda un camarero en recorrer los veinte metros que separan la cocina de la salida al coctel. Y lo mejor es que nos da igual lo que haya en la bandeja. Ese gusanillo por saber qué es lo que lleva en la bandeja y probarlo es suficiente. Aquí se ve cómo se cortan conversaciones, se cambia de tema sin disimulo o se va al baño sin ganas y más excusas varias con tal de rozar la bandeja de los aperitivos. Ya estáis todos con la risa pilla. Que después de 80 artículos ya os voy conociendo.

Formales y manteniendo la compostura todavía, pasamos a sentarnos. Si calculáramos la cantidad de comida que hemos ingerido ya, poca más sería recomendable para decir que “ya hemos comido”. Pocos reconocen llegar llenos a la mesa para todo lo que se ha consumido. Ocurre que los días de boda uno no desayuna, algunos le suman hacer deporte, otros cenan ligero el día anterior o no cenan… solo dios (el de cada uno) y uno mismo sabe por qué se hace esto. Luego, así llegamos a la boda, soñando sucio con un cortador de jamón y dejando con la palabra en la boca a la tía que no veíamos hace diez años por un canapé de foie.

Pues a esto, familia, sumadle que todavía queda la sentada. Lo dicho, “el gran momento”. Aquí llegamos con un 20% de nuestra capacidad total de comer para que nos pongan delante el 70-80% de la cantidad total de la comida del evento. Es como intentar conducir un coche por un bidegorri. Teóricamente no cabe, pero entrar, entra y se puede avanzar. Pues ahí que vamos a por: las almejas, las kokotxas, el brick de puerros, el rape o la merluza, el solomillo o el cordero, el sorbete (del tamaño del cubata, a veces), la tarta nupcial, la no nupcial y un largo etcétera que los ya casados pudisteis elegir un día pensando en que los asistentes llegarían totalmente desnutridos.

Recena. Bromas aparte, por lo general suele ser bastante comida, pero con toda la buena intención del mundo. Pensad en que gracias a que dos amig@s se hayan casado y deseado celebrarlo invitándoos a la boda, veréis a amigos que hace tiempo que no veíais, a familiares, desconectaréis de la rutina diaria, os reiréis, bailaréis, comeréis, re-cenaréis... Todo gracias a la organización de un evento en el que lo más importante ese día es la felicidad de los recién casados (y la comida). Antes de terminar, me surge otra pregunta, ya que nos acercamos al final del evento… ¿La recena se llama así porque la comida suele terminar a la hora de cenar y, por lo tanto, se considera una segunda cena? Si no es el caso, ¿no sería mejor llamarlo recomida o simplemente cena? Si no, lo que yo hago en casa todos los días, también es recenar. Esto que me lo aclare alguien, por favor. Prometo publicar la explicación si alguien me lo aclara.

Y ahora sí, llega el momento del baile, el momento de los lloros y borracheras reflexivas en la que a mí hoy me apetece deciros lo siguiente. Las bodas no son una competición, algo de lo que últimamente tengo sensación. Las bodas son un día en el que se celebra que dos personas se quieren y también quieren a todos y cada uno de los invitados. Es un día en el que ahora sí, en serio, todo lo que no sea el celebrar y la relación social, es secundario. Sí, incluso la comida. Acostumbramos a calificar y comparar muchas veces de manera despectiva, sin darnos cuenta del trabajo que hay detrás y de lo difícil que es. Si no tenéis el valor de comparar lo bien o mal que cocinaban vuestras abuelas para toda la familia, probablemente, porque veíais todo el cariño que había detrás de cada plato, tampoco lo hagáis el día de la boda de un familiar o un amigo. La cocina y la comida nos unen, y no hay acto más grande que cocinar y generar felicidad en los demás a través de la comida. En una boda, además de que nos cocinan, nos juntan y nos hacen pasar un buen rato, no nos falta de nada. Qué menos que, por un día, centrarnos solo en la gente que queremos y agradecerles todos y cada uno de los momentos y bocados disfrutados y vividos.

On egin!