Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

La salud mental sobre la salud física

El pasado 11 de octubre se celebraba el Día Mundial de la Salud Mental, y este año se ha enfocado a través de diversas plataformas, redes sociales o televisión en dar visibilidad a las enfermedades mentales y en reducir el estigma que, aún hoy, le supone a alguien decir que necesita psicoterapia.

La celebración este año quizá sea más especial que nunca, ya que, recordemos, en esta pandemia no solo han fallecido millones de personas infectadas por el covid-19, si no que las enfermedades mentales se han reforzado en quienes ya las sufrían y han aparecido con mucha fuerza en el resto de la sociedad.

Los datos oficiales nos dicen que, tras la pandemia, el 40% de las consultas de Atención Primaria se deben a problemas psicológicos, la ocupación en algunas unidades específicas de hospitalización de TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) se ha incrementado entre el 20 y el 25% y la demanda de consulta por la aparición de un TCA, también habría aumentado en un 40% con un incremento de la complejidad y la gravedad y, según un informe de UNICEF publicado hace escasos días a través del informe “Estado Mundial de la Infancia 2021”, se calcula que 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años sufre un trastorno mental diagnosticado en todo el mundo. Casi 46.000 adolescentes se suicidan cada año, siendo una de las cinco principales causas de muerte para este grupo de edad. En resumen, todos los trastornos de salud mental han aumentado y podemos ver que el empeoramiento psíquico es un efecto generalizado en toda la población.

Y es que el principal problema por el cual seguimos necesitando un ‘día de la salud mental’, no es solo el estigma que subyace, si no la concepción de que está totalmente al margen de la salud. En parte, no es extraño conceptualizarlo así, ya que en nuestro propio sistema sanitario prácticamente solo encontramos asistencia para nuestra salud física.

El lema estrella de este año sería pues, “No hay salud, sin salud mental” y es que este es un camino de ida y vuelta. Esto es, la salud mental afecta a la salud física y viceversa. Por ejemplo, los trastornos mentales pueden aumentar el riesgo de problemas de salud física, como accidente cerebrovascular, diabetes tipo 2 y enfermedades cardíacas. Las enfermedades crónicas, graves o letales como el cáncer, la diabetes, las cardiopatías o el sida representan una carga tremenda para quienes las padecen (y las sobreviven) y con frecuencia conducen a serios trastornos psicológicos, entre los que destaca por su frecuencia, la depresión.

Dentro de las enfermedades digestivas que están estrechamente relacionadas con el estrés se encuentran la gastritis, las úlceras, la colitis, el síndrome de colon irritable, el reflujo gastro-esofágico y el estreñimiento. Y es que las emociones están íntimamente ligadas a esta función corporal: el estrés favorece las enfermedades de esta parte de nuestro cuerpo y estas, a su vez, perpetúan el estrés.

Al tiempo que, también el estrés puede evitar que enfermedades cutáneas crónicas se controlen adecuadamente, por ejemplo, pueden empeorar además de la urticaria, afecciones de la piel conocidas como psoriasis, eczema o dermatitis atópica.

Por lo tanto, no debemos olvidar que la salud mental de una persona afecta a su conducta (dieta, ejercicio físico, hábitos sexuales, tabaquismo...), lo que puede elevar la incidencia de enfermedades físicas. En este sentido, una persona que está profundamente deprimida, comparada con sujetos sanos, tiene mayores probabilidades de desarrollar conductas que empeoren sus deficiencias de salud física y, al mismo tiempo, la enfermedad física puede incrementar la depresión y la ansiedad existentes previamente.

Es decir, la salud y su asistencia, ya sea de forma publica o privada, debe ser holística y entendida como un todo que no diseccione la salud física de la mental, puesto que la una incide directamente en la otra.