Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Se lo llevó el viento

Aunque parezca que no, en cualquier momento la vida puede cambiar. Los últimos años nos han confrontado con la permanencia que manteníamos en nuestra cabeza sobre las cosas importantes. De algún modo, lo construido durante años en torno a nosotros como un sistema que nos daba certezas, ha sufrido un golpe tal que lo que era ya no es con tanta seguridad.

Nuestros entornos, los contextos que creamos para nosotros mismos, nosotras mismas, más allá del marco natural, existen para poner un coto imaginario a lo imprevisible del mundo. Si podemos predecir lo que va a pasar en nuestra vida cotidiana, nos sentimos seguros, ya que dicha anticipación nos permite prepararnos; sabemos que abriremos el grifo y saldrá agua, que podremos ir en coche a trabajar por el mismo camino de siempre, o que nuestra pareja estará en casa al llegar. Incluso montamos grandes infraestructuras en torno a nuestra necesidad de predecir y controlar el mundo; sin embargo, el viento cambia y estalla un volcán, aparece un virus que detiene la vida, al llegar a casa nuestra pareja se ha ido, o nos vemos en la obligación de dejar nuestro hogar por multitud de razones. En ese caso, ¿en qué podemos confiar internamente para sentirnos suficientemente seguros a pesar de todo? ¿Qué nos llevaríamos, emocionalmente hablando, en una maleta si tuviéramos que salir corriendo? ¿Con qué podemos contar realmente? Es una pregunta que no es solamente pertinente en previsión de una catástrofe física o emocional, también merece la pena pensar en ello al cambiar de etapa, de fase vital.

Todo gran cambio es en sí una mudanza, un traslado y, como en todos los traslados, siempre hay algo que se pierde. De hecho, no es posible llevarse todo de casa en casa, ya que, en el nuevo espacio, habrá muebles que cambiar, objetos que no encajarán con la decoración, etc. Por lo tanto, ¿qué necesitamos llevarnos para sentirnos en casa, al tiempo que hacemos hueco para que quepa algo nuevo? Y es que las fases van a cambiar sí o sí, lo que nos sirve hoy llegará un momento en que dejará de hacerlo y necesitaremos de creatividad para adaptarnos y, quién sabe, generar algo mejor.

No podemos evitar que eso suceda, que nos echen abajo lo construido, a medida que pasa el tiempo, pero quizá sí podemos pararnos a observarnos y buscar qué es lo imprescindible, en torno a qué construimos nuestra identidad, nuestra seguridad, como decíamos antes, en caso de que todo lo demás falle, o en caso de que no nos quede más remedio que avanzar en una nueva dirección, y dejar atrás cosas valiosas. Quizá se trate de algo material, quizás no, quizás tenga que ver con otra persona o con aspectos individuales; a lo mejor se trata de una habilidad, o de un deseo que consideramos que nos define, sin el cual, nuestra vida no sería nuestra. Cualquiera de estas cosas pueden ser un ancla sobre el que apoyarnos para afrontar lo inevitable; y, quizá también, merezca la pena ser conscientes de ello antes de que nos veamos en la tesitura de que el suelo se mueva bajo los pies. Preservar alguna de las anteriores en el momento de la mudanza no nos garantiza la estabilidad, ni mucho menos, pero evita que entremos en pánico.

Saber con qué contamos, cultivarlo, cuidarlo, nos hace sentir fuertes, en cierto control sobre lo que nos sucederá si todo lo demás deja de respaldarnos. Saber que puedo contar con mi sentido del humor, con mi profesión o mi convicción de que todo irá bien al final, quizá sea lo que me mantenga en ese caso, por ejemplo. Lo ideal sería poder contar con un pilar en cada categoría, en lo físico, en lo social, en lo laboral, lo personal... Entre otras cosas porque cuantas más facetas tengamos que consideremos propias, en las que estemos involucrados de corazón, nuestra vivencia de un cambio físico, social, laboral, etc., no será solo una reacción, sino que podremos elegir en qué nos apoyamos y sentir cierto control.