Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

«Finita Forma»

En el año 2017, los arquitectos Pezo von Ellrichshausen presentaban la exposición “Finita Forma”, basada en dos series de pinturas producidas por el estudio entre los años 2014 y 2015. Cada una de ellas está compuesta por 243 obras de idéntico formato, 486 pinturas que retrataban otras tantas variaciones de una pieza con sección en T invertida. Una casa, un pabellón, quién lo sabe, en definitiva una arquitectura retratada de forma que la colección de pinturas resulta un estudio acotado y preciso sobre la relación entre la proporción y el carácter de una forma.

Si uno repasa la obra de estos arquitectos chilenos, pronto observará que esa obsesión contenida en la exposición no es forzada, sino decidida, y que les ha llevado a crear una obra notablemente concisa, con un estilo propio y distintivo, independiente de las últimas tendencias y con una clara orientación hacia el diseño de estructuras imbuidas de valor duradero. En tiempos de la obsolescencia programada, sus edificios parecen imperturbables, desprendidos de todo lo superfluo, su crudeza material les otorga un aúrea arcaica y, en ese sentido, al mismo tiempo, atemporal y contemporánea, como diría Giorgio Agamben.

De geometría simple, cuadrados, rectángulos y círculos puros, y carente de ninguna tecnología especial, el refugio de esas arquitecturas es la obsesión por las proporciones y la luz, así como por el encuentro con el exterior y el paisaje. Podría decirse incluso que sus edificios hacen gala de un cierto nivel de imperfección constructivo, definido por la rugosidad de los detalles y las técnicas de construcción artesanales claramente visibles. Esta mencionada ausencia de diseño tecnológico es un factor determinante, ya que parece decir que la buena arquitectura no se basa en las apariencias, ni en lo sofisticado, sino en garantizar la mejor experiencia posible del espacio.

La Casa y Centro Cultural Luna es un proyecto enigmático que refleja bien esta línea de pensamiento y acción. Su última obra es un edificio auto-encargado, ubicado en una finca de 100 hectáreas al pie de la cordillera de los Andes, en la margen norte del río Cholguán, en Santa Lucía Alto. Esta región de Yungay de la zona central de Chile es verde y paisajísticamente espectacular, llena de densos bosques, fértiles llanuras agrícolas y altas montañas.

Al igual que en nuestro territorio, las plantaciones industriales de pinos y eucaliptos amenazaban la rica diversidad de la región de Yungay. Esta finca y su casa quieren ser un ámbito protegido de esos bosques autóctonos de la región.

Desde el punto de vista funcional, es difícil definir este edificio, no es exactamente una casa, menos un palacio, realmente es un conjunto de edificios que forman un claustro, una gran casa, estudio o incluso estructura, donde los pabellones se van agregando en un riguroso orden. El espacio cubierto no es más que una quinta parte del espacio total. Los patios más pequeños dan acceso a áreas privadas, como pabellones de invitados con espacios para descansar, comer y baños, así como a los espacios de exposición que también confluyen en los patios. Por otro lado, esta gran infraestructura de hormigón se salpica de espacios de trabajo, como estudios de pintura, escultura, taller de maquetas o biblioteca. La relación entre interior y exterior es otro elemento definitorio de este proyecto, además de aprovechar los patios, estos se relacionan con el paisaje lejano, introduciéndolo al interior de la casa.

Medialuna. Llamativamente es un edificio inmenso, y al recorrerlo parece pequeño al pie de las montañas de los Andes. Su geometría es la de un contorno severo, con una planta cuadrada dividida por una cruz asimétrica, con habitaciones en el perímetro y en su núcleo. Estos espacios genéricos, sería un error confundirlos con habitaciones en el sentido funcional de la palabra, ya que forman una extensión horizontal alrededor de cuatro patios distintos. Un patio alargado sigue el terreno natural junto con el amanecer y el atardecer; otro largo totalmente plano y pavimentado queda orientado al norte; otro no tiene dirección, ya que es circular y es un profuso jardín de flores; y el cuarto, el más grande, contiene un estanque y algunos árboles viejos existentes en la parcela. El nombre de esta intrincada estructura, Luna, viene dado por el tamaño del patio más grande, equivalente al tamaño de una plaza de toros, llamada medialuna en la tradición rural chilena.

La cualidad espacial de cada estancia, tanto interior como exterior, está marcada por aperturas singulares en múltiples direcciones, estableciendo así una tenue división funcional, no premeditada, sino más bien sensorial, en la que cada usuario pueda elegir en función de su comodidad. Casi no hay contraste entre las estancias para vivir y las de trabajo. En algunos rincones hay acentos de intimidad, un mueble, una silla o un cojín, mientras que en otros el peso, el vacío y la opacidad se vuelven un tanto monumentales.

La estructura tiene en el paisaje una cierta presencia de fortaleza, a pesar de la exagerada falta de espesor de sus muros de hormigón, pero gracias a su rigor geométrico y su carácter monacal. El proyecto podría resumirse como aquella exposición “Finita Forma” como un intento por hacer las mismas cosas una y otra vez, pero nunca de la misma manera. En definitiva, el convencimiento de una obsesión, pero no mal entendida o patológica, sino tal y como explica José Saramago en su novela “Todos los nombres”, una obsesión que surge de la curiosidad, que se transforma en idea y que finalmente se convierte en fascinación.