Xabier Izaga
Entrevista
Juan Mieg
Pintor

«El arte tiene que estar desprovisto de ataduras»

Se detiene en la entrada de la redacción de GARA frente a la reproducción de un cuadro. «Hombre, tenéis a Zumeta», comenta complacido. Avanza unos pasos y repara en otra del mismo autor, con quien compartió inquietudes artísticas y tuvo gran afinidad.

(Raúl Bogajo | FOKU)

Juan Mieg Solozabal (Gasteiz, 1938) comenzó a dibujar con 15 años en la Escuela de Artes y Oficios de Gasteiz, continuó en Madrid, y en Barcelona se volcó en la pintura, cautivado por el informalismo. Pintor de larga y notoria trayectoria y aunque él diga que no se hizo famoso, su obra no ha pasado desapercibida, sobre todo en Euskal Herria.

Vivió y fue protagonista de la renovación artística de los años 60 y uno de los principales referentes de la pintura moderna arabarra. Ha protagonizado, individual o colectivamente, infinidad de exposiciones, casi siempre en Euskal Herria. Más de 60 años dedicado a la pintura y en constante evolución, actualmente ha vuelto sobre obras que no había dado por terminadas.

Pinta a diario, «me viene bien, aunque a menor ritmo; ya no vengo los domingos, ni muevo los cuadros como antes, que los manejaba con mucha más soltura», dice refiriéndose a las obras apiladas en las paredes de su estudio, la mayor parte de ellas de grandes dimensiones. Con la Fantasía Coral de Ludwig van Beethoven de fondo, muestra a 7K varias de sus obras, entre ellas su último y espectacular trabajo.

De muy joven empezó en la Escuela de Artes y Oficios de Gasteiz. ¿Entonces ya le atraía la pintura? Después de la escuela allá iba, pero no a pintar, sino a dibujar. Tuve dos profesores que se complementaban muy bien: Miguel Jimeno y Mariano Basterra. El primero era un hombre dialogante, preguntaba lo que creías sobre la obra; el otro intervenía mucho más en tu dibujo, marcaba líneas de fuerza, entraba a saco a lo que hacías. Esa conjunción de los dos me vino estupendamente, me gustó. Eran complementarios, estaba muy bien.

Jaizki Fontaneda | Foku

Continuó en Madrid. Allí estuve en una academia de dibujo muy interesante. Se ve que lo de Gasteiz había funcionado bien, pues en aquella academia yo era de los que iban muy bien, de los que destacaban. Estuve a gusto. Y de allí me fui a Barcelona. Barcelona, claro, era una ciudad más avanzada. Allí pude contactar con gente del mundo artístico, del grupo Dau al Set. Teníamos un grupo de teatro y otras muchas actividades. Y allí empecé a pintar.

¿Quizá influido por la luz del Mediterráneo? A mí la luz no me influye. Yo puedo pintar con luz eléctrica. La luz fundamentalmente debe ser interior.

En cualquier caso, fue a Barcelona a estudiar Arquitectura, ¿no? Sí. El ingreso en Arquitectura entonces era una barbaridad. Yo fui aprobando las asignaturas y me matriculé. Pero me descolgué y me fui a París. En Barcelona había conocido a Tharrats, iba por su casa; también conocí a Cuixart. Era gente que te recibía muy bien. La pena es que no pude conectar con Tàpies. Tàpies estaba al margen.

¿Y en París, a principios de los 60, ¿qué busca, un camino, un estilo...? Recuerdo que al segundo día de estar en París había una exposición de pintura informalista, y entre las obras había un tàpies pequeño en el que estaba todo. Y dije: «vengo a París a enterarme de la fiesta», porque, claro, esto era una isla horrorosa, y entonces me encontré con ese cuadro de Tàpies y dije: «aquí está todo; no sé, parece que he hecho el viaje en balde». Luego vi muchas cosas, pero Tàpies era el amo entonces.

Vuelve a Gasteiz y monta su estudio. Cuando volví de París tuve que hacer la puta mili. Allí, a la semana nos hicieron un examen para saber quién era quién y yo dí mi opinión, y me cayó un arresto hasta nueva orden. Siempre tuve aquella marca. No recuerdo sobre qué opiné, pero lo que preguntaban era un poco de «catecismo» y esperaban una respuesta determinada. Yo venía con una óptica «deformada» con respecto a lo que aquí había.

Desde el principio su tendencia fue el informalismo. ¿Nunca ha hecho pintura figurativa? No, al menos copiar y así, nunca. No me ha interesado. Yo empecé en el informalismo; había un poeta catalán, Juan Eduardo Cirlot, que era también crítico de arte y publicó unos libritos sobre la pintura informalista, y a mí eso me ganó, me pareció una maravilla. Entonces empecé yo, mezclando materias.

Raúl Bogajo | FOKU

Posteriormente también ha seguido experimentado con la materia en sus obras. Sí. Tàpies había descubierto que el polvo de mármol era una materia fantástica para pintar, y yo anduve con ello un poco por esa influencia de Tàpies, cuando estaba en una residencia, en Barcelona, en la que no había puerta; entrabas y salías cuando querías, sin que nadie te fiscalizara. En esa residencia empecé a pintar las paredes, primero las de la habitación… pinté unas cuantas, y se mantuvieron así muchos años.

Hablando de los materiales, en 1964, ya en Gasteiz, tras abrir su estudio, tuvo que retirar sus obras de una exposición en los soportales de la Plaza Nueva porque el público no se resistía a tocarlas debido a su textura. Claro, las manoseaban. Era una exposición protesta, no recuerdo concretamente contra qué, pero contra lo instituido, lo establecido por quien mandaba. Aquí, en lo referente a este campo, estábamos bajo la dictadura de la Caja, que llevaba los asuntos artísticos en Gasteiz, y nuestra pelea fue esa. Yo, nada más llegar aquí, empecé a ir al cinefórum y allí me encontré con la figura de Javier Serrano, un abogado más de diez años mayor que yo, de una cultura muy amplia, y los dos nos hicimos cargo del cinefórum durante algunos años. Y entonces salieron cosas, sobre todo la decisión de dar la batalla contra lo instituido. Queríamos evolucionar. En el cinefórum conocí a [Carmelo] Ortiz de Elgea, enseguida nos hicimos amigos y empezamos a colaborar.

Con Ortiz de Elgea, Jesus Etxebarria, Joaquín Fraile y Alberto Schommer creó el grupo Orain, en Araba, a la par que otros en otros herrialdes. Claro. Cuando a través de Néstor Basterretxea fuimos a parar a Hondarribia y nos relacionamos con [Jorge] Oteiza; íbamos mucho a su casa, cuando vivía con Basterretxea en Irun, hacia la muga. Oteiza nos recibió bien, nos habló de su proyecto y montamos el grupo Orain. En Bizkaia, Emen; Denok, que era el navarro, y el de Gipuzkoa, Gaur.

Lo que supuso un renacimiento del arte vasco. Nosotros teníamos mucha relación con los guipuzcoanos, con [José Luis] Zumeta, [Remigio] Mendiburu, [Rafael Ruiz] Balerdi, [José Antonio] Sistiaga. Íbamos mucho allá, sobre todo a Hondarribia.

Esa historia se acabó… El grupo Gaur hizo su exposición en Donostia. Fueron al Museo de Bilbo e hicieron la exposición conjunta Gaur y Emen. Gaur, los ocho que eran, y Emen, ciento veintisiete, vamos, porque estaba detrás Ibarrola. Este quería un movimiento populista, en ese momento le importaba un pito el arte. La siguiente fue en Gasteiz, en el Museo de Bellas Artes. Mendiburu estuvo una semana en mi casa para ayudarnos a montarla. Nosotros desde el primer día dijimos que lo de Emen no podía ser, porque estábamos luchando por la evolución del arte, y si teníamos un manifiesto en el que defendíamos una serie de presupuestos, solo podíamos influir si éramos honrados con lo que hacíamos, y lo que hacíamos era a partir de entonces; no podía venir el pintor de paisaje con el que estábamos combatiendo hacía tiempo en Gasteiz para que se moviera. Oteiza nos llamó la víspera diciendo que igual teníamos que suspender la exposición, y el día de la inauguración hubo bronca. Aquel fue el final de los grupos.

Con Oteiza después tuvimos relaciones esporádicas. Tenía detalles. Pero yo ya bajo su «feudo» no quería estar. La relación de grupo siguió; en Bizkaia hicimos relaciones muy buenas, por ejemplo, con Vicente Larrea, al que aquí no habíamos seleccionado para exponer; venía con un Cristo… ¿qué pinta un Cristo aquí? Luego ya empezó a moverse hacia el arte moderno. Fuimos muy amigos. Y con el Grupo Gaur, con esa gente seguimos teniendo mucha relación, con Zumeta, Balerdi y todos esos. Todos los años hacíamos un viaje a Errioxa.

Fue una experiencia corta pero tuvo su efecto, marcó un camino. Alguien ha escrito sobre eso y tenía razón: la escuela vasca no se rompió por no entenderse los artistas, sino porque no hubo implicación de gente que podía haber fomentado esto. Se refería indudablemente al mundo industrial, la cantidad de gente que había de pelas que no apoyó en absoluto, se mantuvo al margen.

¿Cuándo considera que adquirió un estilo propio? A partir de los 70 empiezo a pintar exclusivamente con óleo. Entonces considero que el informalismo ha tenido su momento pero que eso está extinguido. Hay que buscar nuevas formas de expresión, pero con los materiales de siempre, y a mí el óleo me sirve para empezar la indagación personal. Empiezo con unas fases muy constructivas, luego eso se empieza a complejizar, hasta que encuentras un camino, algo que ya puedes considerar que es una pintura tuya reconocible. Aunque sean distintos cuadros, muy diferentes, una pintura reconocible, ya hay un estilo de pintor.

En el que predominan las líneas, los colores y los signos. He leído en algún sitio que proyecta un espacio poético en el que el espectador interactúa. Bueno, interactúa, no sé… el espectador participa, claro. El diálogo surge de lo que él ve, de lo que has hecho. Pero yo nunca he pintado para la gente, he pintado para mí, y sé que si para mí es verdad, es verdad para todo el mundo. El inconsciente es colectivo, y todo surge de eso.

Raúl Bogajo | FOKU

Usted ha expuesto mucho, sobre todo en los 70 y los 80. Entonces era tremenda la actividad de exponer. A raíz del final de la Escuela Vasca hicimos muchas exposiciones, en cada feria del libro… y en Gipuzkoa sobre todo; también en Bizkaia, en Araba… Aquí hicimos luego un grupito, Un escultor y cuatro pintores alaveses. El escultor era Joxetxo Agirre, y los pintores [Santos] Iñurrieta, Ortiz de Elgea, [Jose Luis] Álvarez y yo. Nos movimos mucho por Nafarroa, por Donostia…

Concretamente en 1974 sobre todo en Iruñea, Gasteiz y Donostia. Sí, es verdad. En San Telmo... Y después, en los 80, ahí se hizo otra. Les pedimos espacio y nos dieron la capilla, la de las pinturas de [Josep M.] Sert, y allí expusimos. En las Fiestas Euskaras, un setiembre maravilloso. Era muy bonito aquello. Fue una exposición importante.

¿Y fuera de Euskal Herria? No, de aquí normalmente no salíamos. Salí por primera vez a exponer en Madrid en el 78. Pero generalmente exponíamos aquí. Hacia el año 79 entramos en la Fundación Orbegozo y entonces sí expusimos en Barcelona, Madrid… y aquí.

También ha expuesto bastante individualmente. Sí. Sobre todo en Bilbo. Donostia para eso no me ha gustado mucho, porque se limitaba a los dos pintores que tenía, no les interesaba nada. En cambio Bilbo era una potencia diferente, de gente, de todo.

¿Nunca ha trabajado por encargo? Nunca. Por encargo haces algo que quiere la otra persona, y pintar es algo que quieres tú.

Ha vivido de la pintura, haciendo lo que usted quería. Ha habido etapas muy buenas, etapas no tan buenas y etapas malas, pero hay que aguantar el tirón como sea, porque esta es una profesión de larga distancia, un maratón. Hay que aguantar todo tipo de tirones para conservar tu línea, porque esos aspectos que restan dedicación a lo tuyo contaminan mucho. Si tienes una actividad paralela con la que te ganas el dinero del mes, eso quita energía a lo otro y ya no funciona igual, no es esa pureza de intención con la que tienes que moverte.

En 1987 se hizo una retrospectiva suya en Gasteiz. Sí, hice una en una sala [San Prudencio] que había enfrente del Teatro Principal, creo que era de la Diputación, una sala muy grande. Ahora no sé qué hay ahí.

Para reflejar una trayectoria larga, en aquel caso de más de 25 años, ¿resulta difícil hacer la selección? Como era una sala muy grande, no interfería en las muy diferentes cosas que se producen en esa evolución. Se apreciaba muy bien. Es el recuerdo que yo tengo. Había cien cuadros o así.

Sigue pintando después de muchos años. Cuando mira atrás, ¿qué sensación tiene? La sensación es de haber hecho lo que tenía que hacer. Que no me hecho famoso, que he vivido de eso y con eso, y ahora mi preocupación es actuar sobre ciertos cuadros que han quedado por ahí, que para mí no están todavía resueltos. He vuelto sobre algún cuadro de épocas pasadas. Ahora la pintura ha ganado en complejidad… y también en sencillez.

Hace años me di cuenta de que la pintura se produce cuando la mente desaparece, no hay que pintar mentalmente. No hay que pensar qué vas a pintar, la mente sometida aún te sirve para razonar cosas en momentos determinados, pero si creas conceptos, eso es el veneno del arte. El arte tiene que estar desprovisto de ataduras. Haces y luego analizas.

¿Pintar con el inconsciente? Sí. Pintas y te guías como los niños, por el color… y vas componiendo. Un niño hace, no se pregunta nada. Y el arte es eso.

Raúl Bogajo | FOKU

¿No piensa en lo que quiere representar? No, eso surge. Si tienes en el cuadro alguna fase o tramo figurativo es porque de repente te has encontrado con eso, y entonces lo utilizas, le das un sentido pictórico y lo relacionas con lo que estás haciendo. Es todo más sencillo, ya no sufres pintando. Se produce.

Y con la experiencia, ¿tiene cada vez menos dudas? Te encuentras con que es necesario tener una técnica, pero te das cuenta de que eso no es nada. La mano misma te dice: «pero si esto ya lo has hecho antes». Te encuentras cosas hechas y dices que no, que hay que hacer que evolucione, cambiarlo de contexto para que sirva.

Búsqueda y evolución constante. Sí. Y la falta de ese concepto previo, de ese mundo conceptual, el mundo de las ideas y todo eso que ya has dejado atrás, lleva al silencio, los cuadros son mucho más silenciosos. Los cuadros están ahí, son respetuosos, no agreden con los colores; están como tú, tranquilos, como pasando. Pues eso es, no hay más.

Dice que no se ha hecho famoso, pero suele aparecer con gente muy referencial apoyando determinadas iniciativas populares. Por ejemplo, usted se adhirió a Gora Gasteiz, en 2015, en contra de la continuidad de Javier Maroto como alcalde tras las declaraciones xenófobas que hizo en campaña electoral. Eso fue dinamita para Maroto. ¿Cómo se pueden decir esas cosas? En el siglo XXI, y aquí. Aquello fue una falta de cálculo suya, se creyó que estaba en otro contexto. Todos somos iguales, hayamos nacido donde hayamos nacido. Si empiezas con tesis racistas, te enfrentas a la opinión pública.

A aquel alcalde y hoy senador se le achacó promover los bajos instintos de la gente, sobre todo en situación precaria, intentando hacerle ver que los culpables de su situación eran los inmigrantes… Que había mucho de eso. Gente que no piensa y se deja llevar por ese discurso y saca cosas que ha tenido en la vida que le han salido medianamente mal y lo llevan a ese tipo de discurso. Así que fue importante salir al paso de aquello.

Sin duda, aquella iniciativa tuvo un éxito rotundo. También otra anterior, circunscrita en la dinámica contra la dispersión de los presos vascos, aunque no tuvo un resultado tan inmediato. Me refiero a “Hala Bazan”, aquí, en Araba; una serie de relatos, poemas, bertsos e ilustraciones, varios de los cuales se editaron, entre ellos una obra suya. La dispersión ha terminado por fin. Por lo menos esa carga para los familiares. Me admira el tesón de [Joseba] Azkarraga, esa tenacidad por seguir la batalla. Espero que, no sé cuando pero en breve, en alguna coyuntura favorable vayan sacando a los presos de la cárcel.

En los 70 y 80 expuso mucho, pero posteriormente en todo Euskal Herria ha aparecido en muestras del la Escuela Vasca de Arte, de arte alavés, de determinados pintores y en solitario, tiene obra en el Artium... Bueno, sí. En 2014 el Artium trataba de reunir en una exposición a pintores foráneos con pintores de aquí. Hubo una muestra de Luis Gordillo, un pintor sevillano, y mía. Cada uno ocupaba varias salas, estabamos separados pero en una exposición conjunta, como una comparativa. Después también he expuesto en Montehermoso, en Talka, en la Vital…

¿Y tiene alguna prevista? Tenemos pedida, y concedida, una exposición de Ortiz de Elgea y mía como remate, como cierre, en el Artium, pero no acaba de darnos fecha. No es que me canse mucho exponer y, bueno, estaría bien. Ahora tengo obra en Mosel, una tienda de muebles de Bilbo. Es amigo, y me dijo que había hecho una remodelación importante y que quería inaugurar una exposición mía.

¿Desea añadir algo más? No. Yo no hablo mucho. Lo único, recalcar el silencio en la obra. El concepto previo, la idea razonadora, mecánica, no hay que llevarla a la obra. La pintura, libre de toda interferencia.